29 de diciembre de 2008

Obscena muerte


En Occidente se vive bien. No se pasa hambre. Hay quien tiene más apuros económicos y ha de prescindir de ciertos lujos, pero, en general, se vive bastante bien. Hay vacunas, calefacción, agua caliente, hospitales, coches, policías, jueces… Todo es mejorable, por supuesto, pero podemos afirmar que vivimos con unos altos niveles de comodidad. Pero la consecuencia más necia y terrible de esta vida regalada y cómoda es la negación de la muerte. Occidente niega la muerte y la esconde porque está acostumbrado a ganarle demasiadas veces el pulso. En cualquier otra zona del mundo, la muerte es un compañero habitual y pavoroso al que hay que hacerse como una parte más de la vida. Pero en Occidente la muerte es obscena.

Aún recuerdo cuando era pequeñito y mi bisabuelo murió. Era un hombre recio del campo chileno; un campesino; un huaso que los llaman allí a los paletos. Y orgulloso de serlo. Nació en el campo, murió en el campo. Pero cuando murió, hicimos lo que siempre se había hecho. Engalanaron al cadáver con sus mejores ropas y lo tendieron en su cama al objeto de que todos presentasen sus respetos. No había morbo ni delectación enfermiza. La muerte era un paso más de la vida. Todos sabemos que vamos a morir. No tenía sentido ocultarlo.

Nos hicieron pasar al cuarto donde estaba mi bisabuelo y todos le dimos un beso de respeto. El resto del pueblo pasó a dar las condolencias y todos deambulábamos por la habitación donde yacía exánime mi bisabuelo. Se llamaba Desiderio. Ahora los niños se llaman Deisi, Yónatan o Yénifer, que queda más internacional.

Hoy los viejos se mueren en los hospitales entre mangueras y pañales. Cuando en una planta se muere un viejo, todo el personal de planta se moviliza con la agilidad de un comando de marines. Primero se cierran todas las habitaciones y se conmina a quienes se hallan visitando familiares que, bajo ningún motivo, salgan de los cuartos durante al menos diez minutos. No es que vayan a fumigar con una bomba de neutrones sino que van a cometer el espantoso pecado de sacar al muerto al pasillo. El muerto sale en un habitáculo metálico del que no se intuyen las formas. Nadie sabe si quien va dentro es un muerto hombre, mujer o marciano. Tras clausurar las habitaciones, el muerto tiene paso franco al ascensor de urgencia donde bajará a su ignominioso rincón en el que ya no molesta ni incordia. Al cabo de diez minutos, se levanta la alarma y la gente puede volver a sus quehaceres visitatorios y subir el volumen de la tele. Si quien transporta el muerto por los pasillos del hospital se encuentra a una pobre alma desdichada, la reacción más normal es darse la vuelta y taparles los ojos a los niños, si los llevan, como si hubieran visto un exhibicionista con el falo erecto. La muerte es obscena.

Acaso por esa razón cuando aconteció el accidente de agosto en Barajas, lo primero que se preguntaban todos era el porqué. Morirse ya se considera anormal. Nos creemos invencibles: por esa razón el imbécil que se te pega al culo para que le dejes pasar yendo en coche piensa que a él no le va a tocar. El tiene su Seat León impoluto y nuevecito. Nadie se da cuenta de que la vida es una lotería en la que se sortean pasajes negros todos los días y a cualquiera puede tocarnos. Un campesino del siglo XIV, tras la vigésima epidemia de peste bubónica, enterraba a su familia y volvía a trabajar. Ahora la gente va al psicólogo, toma Prozac y se cogen bajas por depresión. En el accidente de Barajas había manadas de psicólogos, más que familiares, recordándoles a los deudos que morirse es anormal.

El occidental piensa que a él no le va a tocar. Es un tío invencible al que la muerte no le afecta. Por esa razón lo come todo sin grasa, habla con el móvil a medio metro de la oreja para que no le afecten las ondas y se zampa una salchicha transgénica mientras hutus y tutsis se matan a machetazos en la tele. Eso no va con él. Quizá porque mi bisabuelo era de otra pasta, nos daba una colleja si no nos comíamos la grasa de la carne. “Todo es comida” decía. Que le vinieran a él con que no había que comer grasas o no fumar. Se descojonaría vivo.

La muerte se ha convertido en un hecho pornográfico. Por eso se protestó cuando se enseñaba a la gente reventada tras los atentados de marzo de 2004. Y hubo quejas por mostrar a la gente tirándose desde el piso 50 de las Torre Gemelas. Te mueres y encima eres un cabrón por salir en la tele. Tanto adelanto tecnológico ha hecho que en lugar de que el conocimiento nos sirva de analgésico a fin de mitigar los dolores, ha hecho que el conocimiento nos sirva para negar lo que somos y de dónde venimos. Nuestro mundo es una mentira embaucadora en el que por puro tedio nos da por hacernos vegetarianos. Vete tú a decirle a un africano hambriento que no coma animalitos.

De tanta anestesia nos hemos convertido en unos idiotas que hemos olvidado qué es el hombre y qué es la vida. Como nos gusta pensar y cavilar, cuando un horror nos toca de cerca intentamos descifrar las causas. Todo lo pensamos y deseamos averiguar el porqué. No entendemos que el hombre no es ese mejunje mezcla de Bambi y Heidi que nos hemos fabricado, sino que hombres son los cabrones que matan a sus mujeres con un cuchillo jamonero; hombres eran los nazis que encendían hornos en Auschwitz; y hombres son los etarras que brindan con champán cuando un coche bomba mata a los hijos de los guardias civiles. No vienen de otro planeta. Tuvieron, quizá, una infancia normal, comían bocadillos de nocilla, y veían la tele o leían cómics. E iban a ver a su abuelita los domingos y le daban un beso muy cariñoso al irse. Por esta razón cuando 4
menores de edad, violan, matan y queman a una niña subnormal, nos dan pena y los soltamos preservando su intimidad. Porque, pobrecitos, el ser humano es bueno.

Lo mismo acaeció con el espantoso tsunami de hace 4 años. Todo el mundo se puso muy solidario y muy lloroso y hacían competiciones a ver quién mandaba más arroz. Nadie preguntó por qué a un idiota se le ocurrió hacer una urbanización de lujo donde llevaba habiendo tsunamis millones de años. Si les hubieran preguntado a los oriundos del lugar, les habrían dicho que esas playas son tan lindas y tienen la arena tan blanca porque cada cierto tiempo viene el mar y se lo lleva todo. Puede que os acordéis del camping de
Biescas en Huesca donde hace 12 años murieron 86 personas porque a un gilipollas se le ocurrió montar un camping en el lecho de un río seco. No hay que ser geólogo para darse cuenta de que si el agua pasó un día por allí, y llevaba millones de años pasando por allí, volvería a pasar por allí tarde o temprano. Pero claro: no dejes que un estúpido geólogo te joda el negocio. Antes, si pasaba una desgracia natural la gente aprendía y se piraba a otro sitio. Que se lo digan a los pompeyanos. Ahora ya no.

Cadaqués es un precioso pueblecito de Gerona donde la gente construye sus casitas a pie de playa. Con el temporal del pasado día 25 de diciembre hubo casas inundadas, ventanas rotas y más de un susto con un paseante arrastrado por la corriente. Hay que ver qué cabrón se pone el mar. Deberían haberse ido a azotar al mar, como Jerjes, el rey persa, que en el 480 A.C. azotó al mar porque el cabrón le había jodido su puentecito con el que iba a invadir Grecia. Pero aun así hubo gente de Cadaqués que protestó por el temporal al Ayuntamiento, como si el alcalde tuviera la culpa. Y un submarinista, olé sus huevos, decidió que el mejor día para hacer submarinismo era el día del temporal. Se ahogó, claro. Y eso que somos invencibles e inmortales. Lo tuvieron bien tapadito no fuera que alguien se diera cuenta de que el mar mata.

17 de noviembre de 2008

José de Espronceda



Este año hay aniversario de poeta. Pero un poeta de los buenos, de esos a quienes se entiende. De esos a quienes dan ganas de leer en voz alta y creerse un viejo aedo que caminase con un báculo de olivo por las pedregosas veredas de Grecia recitando la Ilíada. A pesar de las idioteces que digán los ministros, el mejor homenaje es el que se monta uno solo. No hace falta ni que hayan pasado 200 ó 300 años. No hay más que tener una tarde libre, un parque, un libro y un algo de locura. Y ni siquiera un libro: se buscan los versos en Internet, se imprimen, se arrugan en el bolsillo y a leer. Que no hace falta que venga el ministro a recordarnos que tal o cual poeta es merecedor de nuestra atención. Dejemos al ministro con sus canapés, sus discursos engolados y sus cortamientos de cintas que es para lo que estudió y que nos dejen a nosotros los homenajes sinceros y personales que son los buenos.

Se cumplen 200 años del nacimiento de
José de Espronceda. Quién no recuerda La Canción del Pirata. Espronceda es más que eso, obviamente. Pero ya solo con ese poema que es toda una apología sin tapujos a la libertad, a vivir sacándole el jugo a la vida, a estrujar cada día como si fuera el último, ya merecería la pena don José de Espronceda. Pertenecía don José de Espronceda a esa raza de españoles ilusos que creían en un mundo mejor y que aún confiaban en que el maldito canalla de Fernando VII fuera un rey decente. Se les llamó liberales. Pero no eran socialistas de principios del siglo XIX, por mucho que la izquierda se quiera apropiar de esos ideales. Los liberales del XIX eran profundamente católicos y gente de orden. No eran revolucionarios franceses sedientos de sangre. Pero el tiempo y la falta de lecturas desdibuja los recuerdos y por eso la izquierda corre que se las mata para apropiarse de cualquier cosa que tenga algún paralelismo con ella. De igual manera que ahora hacen con Obama. Más quisieran ellos ser como Obama.

Espronceda era un poeta con garra, con mala hostia. Le metió el dedo en el ojo a esos cobardes que el 2 de mayo de 1808 se quedaron calentitos en su casa, a pesar de que sabía, como todo español lúcido, que el enemigo no eran los franceses sino Fernando VII y sus lacayos miserables. Espronceda escribía con un brío que ya quisieran para sí los poetastros etéreos actuales que, como no tienen nada que contar, le dan vueltas y reflexionan una y otra vez sobre la inmensa profundidad de la taza del váter. El vídeo colgado es del grupo riojano
Tierra Santa que le hizo un pedazo de homenaje a Espronceda que habría levantado de su tumba al poeta pacense. Espronceda se habría puesto una chupa de cuero, una muñequera de tachuelas y habría agitado los pelos al compás de esta versión. Os invito a homenajear, aunque sea durante 3 minutos mientras oís la canción, al bueno de Espronceda. Y os invito a descubrir, bajándoos de la red su música, a Tierra Santa, un grupo hortera y peligroso que habla de cosas prohibidas en los libros de texto actuales: Juana de Arco, Troya, el gigante Goliat, la Armada Invencible, el Minotauro, don Pelayo y las Cruzadas.

7 de noviembre de 2008

Fanáticos occidentales



Este video prueba que no hay valores mejores que otros. Lo que se muestra aquí no es una salvajada sino una particular expresión cultural que hay que respetar y aceptar. Es una flagrante muestra de etnocentrismo occidental pretender erradicar este tipo de prácticas. Nuestra estrecha mente occidental está ocluida por tanta basura consumista. Nos miramos tanto el ombligo que no sabemos mirar esto como lo que es: una libre elección fruto de la especial idiosincrasia de estos pueblos. Solo un ser perverso como el occidental querría extirparles estas arraigadas tradiciones a estos pueblos que eran puros y limpios hasta la llegada de los colonizadores. El deseo malvado de querer arrancar estas sanas y viejas usanzas evidencia que la única aspiración del occidental es aniquilar las costumbres que no son las suyas. La mente del occidental está oprimida por tantos prejuicios. De todos es sabido que Occidente no ha producido valores extendibles al resto del mundo. Todas las creencias y costumbres son igualmente válidas, porque es imposible afirmar que una práctica es mejor que otra. No hay valores mejores que otros. Es tiempo de terminar con la dictadura de Occidente sobre los pueblos sojuzgados. La diferencia entre lo bueno y lo malo no existe. Esa necia discusión solo proviene de occidentales fanáticos que no cejarán hasta imponer a los pueblos libres sus caducos, añejos y ridículos valores.

5 de noviembre de 2008

Limpieza de lengua

El antiguo concepto de la limpieza de sangre se ha visto sustituido por la limpieza de lengua. 


En “El Buscón” - libro hecho por el centralista y mesetario Francisco de Quevedo- se describe una escena en la que varios chavales se disponen a cenar. Como la limpieza de sangre era lo primordial en el siglo XVII, y nadie quería pasar por mal cristiano, tenían un trozo reseco y rancio de tocino que sostenían de una cuerda. Cuando les llegaba la hora de la cena, descolgaban el trozo carcomido de cerdo, lo sumergían en la comida y lo volvían a sacar. La cena quedaba santificada con el trozo de tocino -limpieza de sangre-  pues todos sabían que un buen cristiano –a diferencia de un moro o un judío- no hacía ascos a un buen trozo de cerdo. Los españoles obtenían su certificado de buenos cristianos con sangre limpia al sumergir su reseco trozo de cerdo en el guiso y así acallaban las habladurías. 


Nadie quería quedar como un mal cristiano. Nadie quería que lo confundiesen con un moro o un judío. De esta guisa lo cuenta Quevedo: “Y prosiguió siempre en aquel modo de vivir que he contado. Sólo añadió a la comida tocino en la olla, por no sé qué que le dijeron un día de hidalguía allá fuera. Y así, tenía una caja de hierro, toda agujerada como salvadera, abríala y metía un pedazo de tocino en ella que la llenase y tornábala a cerrar y metíala colgando de un cordel en la olla, para que la diese algún zumo por los agujeros y quedase para otro día el tocino. Parecióle después que en esto se gastaba mucho, y dio en sólo asomar el tocino a la olla. Dábase la olla por entendida del tocino y nosotros comíamos algunas sospechas de pernil. Pasábamoslo con estas cosas como se puede imaginar”.

De esta limpieza de sangre se ha pasado a la limpieza de lengua. Ningún catalán que se precie quiere pasar por un mal catalán. Incluso aquellos a quienes les resulta más fácil hablar español que catalán se empeñan en hablarlo para acallar los rumores. Nadie quiere salirse de la foto. Y no solo ha de serlo actualmente, sino que ha de parecer que todos sus antepasados eran perfectos catalanes desde siempre. Incluso desde antes de que llegaran los primeros griegos a Ampurias. El buen catalán es catalán desde el origen de los tiempos. El buen catalán se une con el neandertal.

Se han publicado unas memorias sobre el ex alcalde de Barcelona, Pascual Maragall, ahora aquejado de la enfermedad de Alzheimer, la cual se titula “Pasqual Maragall, el hombre y el político”, de Esther Tusquets y Mercedes Vilanova (Ediciones B) que ha venido con una polémica bajo el brazo, ya que han desaparecido todas las páginas que hablaban del padre del ex alcalde de Barcelona, el señor Jordi Maragall. 



Las palabras del señor Jordi Maragall, que vivía en Barcelona durante la Guerra Civil, no son las más adecuadas a fin de fabricarse un buen certificado de limpieza de lengua y de buena catalanidad. “Durante nuestra guerra conocimos estos días tranquilos en el piso de Travesera, solos en él, ocupados en muchos quehaceres de la casa o mirando por las ventanas hacia el Tibidabo en las tardes de otoño de 1936, leyendo La montaña mágica, que tanto me impresionó, escuchando conciertos que nos traía el gran aparato de radio, sintiendo profundamente el dulce bienestar de la propia casa, en la que todo se domina, todo nos pertenece y lo usamos todo con constante deleite.» Se ve claramente que el señor Jordi Maragall no gritaba que muriese Franco, ni clamaba soflamas en apoyo de los anarquistas, de Durruti o de la FAI. El señor Maragall intentaba capear el temporal como buenamente era capaz y disfrutaba de su vida, como, seguramente, habríamos hecho casi todos en la misma circunstancia.

Después, prosigue hablando del doctor que atendía a la familia, a quien lo fusiló la República. «El pobre doctor Degollada, asesinado por los rojos poco después, asiste a Basi, autoritario, limpio, inspirando tanta confianza». Hoy en día puede resultar curioso que los llame rojos, pues es de sobra conocido que todos los catalanes eran antifranquistas incluso antes de que naciera Franco. El doctor Degollado murió fusilado por el único delito de no ser un campesino. Es bueno recordar los crímenes que se cometieron en nombre de la República, ahora que la ley de memoria histórica solo insiste en recordar los crímenes franquistas.



 Aquí hay una investigación escrita en catalán sobre el doctor Degollada y otros 19 que fueron fusilados, supuestamente, por ser falangistas y que ahora duermen el sueño de los justos en el cementerio de Sitges. Mentira. Lo cierto es que Franco avanzaba inexorable y había que elevar la moral de los aguerridos e igualitarios comunistas y anarquistas. Se olvida con demasiada frecuencia que nuestra vil e infame Guerra Civil fue un baño de sangre en la que sería conveniente dejar de hablar de malos y buenos.

Y cuando habla de su percepción por la entrada de Franco en Barcelona, hecho que constituyó el final de la guerra dice: “Son ya los días de las caras alegres y de las noches cerca de la radio. Pocos días después vino la liberación de Barcelona”. La liberación. No había tristeza en lo que decía. ¿No se supone que eran todos los catalanes antifranquistas incluso antes de que naciera Franco? Los desmemoriados olvidan que durante la Guerra Civil hubo catalanes que mataron catalanes, igual que hubo vascos que mataron vascos. Y hubo catalanes que no hablaban catalán que mataron catalanes que sí hablaban catalán. Y hubo vascos que no hablaban vasco y que mataron a vascos que sí lo hablaban. Pero esto es mejor no recordarlo. No sea que estorbe en la construcción e invención de la nueva patria.



En tiempos de Quevedo nadie quería que lo llamasen mal cristiano o moro o judío, y deseaban ante todo que los motejasen de cristianos viejos. Si había que inventarse un abuelo en Vizcaya o en Asturias, se lo inventaban. Hoy en día los buenos catalanes reescriben su pasado sin pudor para eliminar cualquier tacha o mácula que les ensucie su historial. Un buen pasado limpio de cualquier tufillo franquista es igual de efectivo que el rancio y seco tocino del que hablaba Quevedo.

Todo lo dicho está contado en la bitácora de
Arcadi Espada. Y se pueden leer las acusaciones de censura que han hecho las autoras del libro.



1 de noviembre de 2008

Los marines de Fernando el Católico


La misión, que bien podría haber sido llevada a cabo por un grupo de marines yanquis adiestrados en las mejores técnicas de comando, tuvo lugar en 1490. En España se luchaba por derrotar el último bastión de los moros: el reino de Granada.

El protagonista fue Hernán Pérez del Pulgar, que era singular en su arrojo y en su nombre. Había nacido en la muy noble villa de Ciudad Real, en el año del señor de 1451. Eran tiempos en que un caballero tenía en tanta honra el manejo de la pluma, como el manejo de la espada. Pensad en señores como Jorge Manrique o Garcilaso de la Vega que componían versos y degollaban infieles o cualquier clase de enemigo.

La incursión se hizo el 17 de diciembre de 1490. Pérez del Pulgar y 15 de sus hombres se acercaron sigilosamente a las murallas de Granada. Era noche cerrada cual boca de lobo. Ni rastro de luna en el cielo. No creo que fuesen con betún en el rostro, pero poco les faltó. Iban con ropa negra y con dagas. Nada que les estorbase. Había que salir tan rápido como se entraba. Nueve de los bravos se quedaron cuidando de los caballos y Hernán Pérez del Pulgar y seis valientes más vadearon el cauce del río Darro con las dagas entre los dientes y temblando por el agua fría. Los guiaba un moro converso que se pasó al bando de los cristianos: un tal Pedro. Callejearon por la ciudad buscando su objetivo que era la mezquita mayor: lo que hoy es la Catedral de Granada.

En la puerta de la mezquita, y en un acto de fanfarronería que solo puede hacer un español, Pérez del Pulgar y sus seis aguerridos marines clavaron un papel en el que se leía que tomaban posesión de ese lugar en nombre de la fe católica y en representación de sus sagrados reyes: doña Isabel y don Fernando. Sin que les entre el pánico, encienden una vela y rezan a su Dios. Al terminar sus plegarias se dirigen a la Alcaicería con intención de quemarla. Pero Tristán de Montemayor, que era el custodio de la cuerda impregnada en alquitrán con que habría de prenderse el fuego, la ha olvidado y no puede más que admitirlo avergonzado. Pérez del Pulgar, que estaría tenso y cabreado, le arrea una puñalada en la cabeza al necio olvidadizo que lo habría matado si no lo hubieran defendido sus camaradas. De modo que otro de ellos, un tal Diego de Baena, se postula voluntario para regresar en busca de la mecha. Pérez del Pulgar le jura por sus muertos que si vuelve con la mecha de marras le regalará una yunta de dos bueyes. Un regalo que en la época equivaldría a un coche o a varios miles de euros. Baena se agacha, corre agazapado al abrigo de la noche y sin despegarse de los muros se acerca a la puerta de la Catedral. Pero con tan mala suerte que se dio de bruces con un centinela moro a quien no le alcanzó el tiempo para rezarle a Alá, pues el Baena le endiñó varias y hermosas puñaladas. Los gritos agónicos del moro alertaron al resto de la morisma vigilante, quienes comenzaron a aullar, a gritar y a perseguir a esos malditos cristianos. Las antorchas y teas se encendieron y la dormida Granada se despertó en un santiamén. Había que correr y correr sin mirar atrás y sin opción de ayudar al camarada si éste caía. Todos corren que se las pelan hacia la muralla donde sus otros compañeros, que guardaban los caballos, les esperan. Uno de ellos tropieza y se cae en una zanja. Se habían comprometido a no dejar prenda viva. El atrapado, que responde al nombre de Jerónimo de Aguilar, suplica a sus camaradas que lo maten. Pérez del Pulgar le tira una lanzada pero yerra. Sin saber bien cómo, consiguen liberarlo mientras los moros les pisan los talones. Vadean el río de vuelta y montan en sus jumentos tan rápido como alma que lleva el diablo. Se alejan al galope sintiendo el silbido de las saetas que disparan los moros. Misión cumplida. Desde aquel día, Hernán Pérez del Pulgar fue llamado “El de las Hazañas” El rey católico don Fernando II de Aragón los felicitó personalmente y no les impuso medallas porque en la época no se estilaban, que si no…

Por suerte, la hazaña de Pérez del Pulgar ha caído en el olvido, de lo contrario, ya habrían pasado a engrosar la lista de xenófobos e islamófobos peligrosos que ponen en peligro la Alianza de Civilizaciones y el BUR (Buen Rollito Universal).

27 de octubre de 2008

El buen salvaje


Uno de los conceptos que más contribuyó a crear la Leyenda Negra de España en la Conquista de América fue la idea del filósofo francés Rousseau denominada: El Buen Salvaje. El filósofo francés, en su obra “Discurso sobre el Origen de la Desigualdad entre los Hombres”, daba una versión pesimista de la sociedad que conocía, y ensalzaba a rabiar el modo de vida de las tribus primitivas. Como un asidero a las diferencias sociales, el hambre y las penurias que se sufrían en Europa, se volvió la vista a las tribus primitivas idealizando su forma de vida y asegurando que vivían en el Paraíso. Se había creado uno de los mitos más fuertes y más recurrentes: el Buen Salvaje. El europeo era el opresor y el despiadado expoliador; y el indígena era un ser bueno y noble de bondad infinita.

Rousseau decía: “El hombre salvaje, después de que ha comido, está en paz con la Naturaleza y es amigo de todos sus semejantes. ¿Trata alguna vez de disputar su comida? Nunca llega a las manos sin haber comparado antes la dificultad de vencer con la de hallar en otra parte la subsistencia. Y como el orgullo no se mezcla con el combate, se termina con unos pocos puñetazos. El vencedor come, el vencido va a buscar fortuna a otro lugar y todo termina de modo pacífico” 



A causa del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy un arraigado complejo de culpa. Está convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la Tierra, a los que agrupa bajo la denominación Tercer Mundo. Supuestamente, estos pueblos corrompidos serían ahora, sin la influencia occidental, felices como Adán en el Paraíso y puros como un diamante sin pulir. Sus raíces indígenas, según ellos, son cuanto necesitan para convertir el diamante en bruto en un diamante pulido. 


Michel de Montaigne fue otro escritor del siglo XVI que ayudó a crear el mito del Buen Salvaje. En sus Ensayos escribió refiriéndose a América: “No hay ricos, ni pobres, ni contratos ni sucesiones […] Las palabras mismas que significan la mentira, la traición, la envidia, les son desconocidas. Desconocen que el comercio con los europeos les traerá la ruina” La América anglosajona no tuvo ningún problema de coexistencia con indios o negros. O los mataba o los arrinconaba o los explotaba. El español también mató y explotó pero integró. Hizo una sociedad en que había indios y negros. Había clases sociales, obviamente, y los criollos eran quienes ostentaban los privilegios, pero el indio tenía su función. Si no hubiera sido así, no habría indios en Ecuador, Bolivia o Paraguay. El español -a su manera y con mentalidad de hace siglos- integró y creó una sociedad con españoles, criollos, indios y negros. El anglosajón creó una sociedad de blancos en la que no tuvo problemas de integración porque nunca tuvo intención de integrar a nadie con los blancos. Blancos por un lado, indios por otro, negros por otro.

La frustración de no haber creado una sociedad rica y opulenta hace que el hispanoamericano reniegue de sus raíces europeas y busque en su indigenismo el remedio a sus males. Tras culpar a los europeos y españoles de sus infortunios, ahonda en su indigenismo del que cree que es un Bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. El indígena alimenta su resentimiento con figuras como Tupac Amaru quien descendía en línea directa de los últimos reyes incas. Tupac Amaru se rebeló en 1780 pero fue apresado, torturado y ejecutado, lo cual le hizo pasar a la historia como un mártir precursor de la independencia americana. Pero esto es otro mito.

Tupac Amaru se rebeló –eso es cierto- pero en nombre de Carlos III, el rey ilustrado español que pretendía imponer reformas contra los abusos de los criollos peruanos. Quienes torturaron y mataron a Tupac Amaru eran criollos –tan americanos como Tupac Amaru- que no querían perder sus privilegios, ni querían que Carlos III los incordiase con ideas demasiado modernas. El criollo –la clase dominante que descendía del conquistador español- comenzó a tener sentimientos encontrados. Le llegaban noticias de la guerra de independencia que se libraba en Estados Unidos contra los ingleses y le seducía la idea de detentar todo el poder, cortando las amarras que lo sujetaban a España. Tras la rebelión de Tupac Amaru se prohibieron en Perú los retratos o vestiduras de tipo inca. Se prohibieron los rituales que se mantenían desde la época de los incas y se prohibió que hablasen lenguas incas. Pero 40 años después, cuando las naciones americanas surgen, los nuevos libertadores recurren al mito del Buen Salvaje y rebuscan en sus raíces indias una legitimación a su poder. Los mismos criollos que se sentían españoles y que despreciaban a los indios, comienzan a alabar los recuerdos de los imperios precolombinos de antaño, como el de los incas. Los nuevos presidentes de las naciones americanas buscan en el indígena un modo de legitimar su poder, a pesar de que años antes lo despreciaban. Hoy en día gentes como Hugo Chávez o Evo Morales siguen hurgando en el indigenismo del Buen Salvaje.

Las sociedades precolombinas que los españoles se encuentran al conquistar América eran feroces y terriblemente desiguales. Como también lo eran las sociedades europeas, pero en menor medida. Las sociedades precolombinas se hallaban en estados más primitivos de civilización, avances y derechos que las europeas. A pesar de que se quiere propagar a toda costa que los incas y aztecas eran monjitas de la caridad, es un mito que se cae por su propio peso.

Los aztecas fueron derrotados por los españoles, entre otras razones, porque otros pueblos de la región como los tlaxcaltecas se alzaron contra ellos. Y se alzaron no porque hubieran leído a los clásicos griegos, sino porque los aztecas se los comían. Y que alguien te quiera como primer o segundo plato o te quiera hacer rebozadito o la plancha suele ser un buen argumento para que le cortes la garganta antes de que te la corte a ti. De igual manera que los chancas –pueblo más tarde sometido por los incas- hacía lindezas de este tipo. Copio de la Wikipedia: “Los chancas eran muy sanguinarios al momento de pelear, cuando capturaban al enemigo lo hacían prisionero de guerra. Les hacían cosas crueles para demostrar al enemigo que no debían meterse con ellos; les hacían cosas como escalparlos, o sea, estando aún con vida los prisioneros les arrancaban la piel, los colgaban de cabeza para que la sangre se concentre en la parte superior del cuerpo y les hacían unos pequeños cortes en la parte frontal de los dedos de los pies, es ahí de donde comenzaban a arrancar la piel poco a poco, mientras el prisionero daba gritos despavoridos. Otra forma de intimidar al enemigo era haciendo copas hechas de los cráneos de los prisioneros en donde bebían la sangre del enemigo” No hay que sentir pena por los chancas. Los incas los conquistaron más tarde y les hicieron lo mismo o peor. Recientemente se ha sabido que los incas también hacían
sacrificios humanos , cosa que no se conocía.

Ross Hassig, que es un experto estadounidense en la sociedad teocrática y guerrera que conformaban los aztecas, en su libro titulado Aztec Warfare relata que en 1487 el emperador Ahuitzol sacrificó 80.000 prisioneros en 4 días. Se cree que los sacerdotes aztecas mataban a razón de 14 prisioneros por minuto. En Auschwitz y Dachau no superaron ese ritmo de asesinato. Tenían cuatro altares funcionando a la vez y los verdugos se turnaban. Matar cansaba mucho porque los cuchillos eran de obsidiana y a veces el pecho no se rompía con facilidad a fin de extraer el corazón: los aztecas no conocían ni el hierro, ni la rueda, ni el arado. Era toda una cadena de montaje del asesinato. Y puestos a aplicar el término de genocidio sería aplicable a la matanza calculada y planificada de los sacerdotes aztecas. Tal cual mostró Mel Gibson en su película Apocalypto, a pesar de que luego lo llamaron genocida y occidental. Quien osa oponerse al mito del Buen Salvaje es un sanguinario occidental a quien le falta sentirse lo bastante culpable. Si un indio se come a otro indio no es genocidio, es una simple expresión de sus peculiaridades culturales. En cambio: si un español mata un indio es un genocida.

Cieza de Leon, que estuvo en América entre 1530 y 1550, dejó escrito sobre los chibchas de lo que hoy es Colombia: “Gustaban especialmente de la tierna carne de los niños y oí decir que los caciques de estos valles buscaban de las tierras de sus enemigos todas las mujeres que podían, las cuales, traídas a sus casas, las empreñaban y, si de ellas tenían hijos, los criaban con mucho regalo hasta que habían 12 ó 13 años, y estando bien gordos, los comían con gran sabor” El cacique de quien hablaba Cieza de León era el cacique Nutibara, cuyo nombre ha servido para formar un
grupo paramilitar. Como se ve el mito del Buen Salvaje se convierte en el mito del Buen Guerrillero y así da lugar a esos luchadores por la libertad que son las FARC colombianas y que retienen a sus secuestrados con un collar al cuello como si fueran perros durante años. Que se lo cuenten a Óscar Tulio Lizcano que apenas ha estado ocho años retenido en la selva por estos egregios abanderados de los derechos humanos y que tan buena prensa tienen en España, entre los mismos que felicitan a Fidel Castro, Morales, Chávez, Correas…Suma y sigue. Eso sí: a todos se les llena la boca de baba cuando tienen que tildar al prójimo de fascista. Qué serían ellos sin tan mágica palabra.

La consecuencia más destacada del mito del Buen Salvaje y de su hermana gemela La Leyenda Negra Española es que todo buen español que se precie de su progresismo y de sus ideales avanzados tiene un sentimiento de culpa fuertemente arraigado en su interior. Y corre a disculparse por el hecho de ser español cuando le nombran a los aztecas y a Hernán Cortés. Está convencido de que Cortés era un genocida, aunque jamás se haya leído ni un libro sobre la conquista de México. Ni por supuesto tiene la más mínima idea de qué hacían los aztecas y cómo era su sociedad. El Buen Español se siente culpable por lo que hicieron sus antepasados, y se pone muy serio y mueve la cabeza, muy compungido, renegando de un asesino de la calaña de Hernán Cortés.

14 de octubre de 2008

Berlanga en Villava


Esta es una glosa de urgencia debido a la noticia que a la 1.54 de la mañana leo en el Diario de Navarra. Me causa dolor que Berlanga esté viejito y sea incapaz de rodar, pues sé que estaría encantado de hacer una película que podría llamarse La Bandera de la Bestia. La foto es real y no está trucada. Es una prueba señera e inequívoca de que España es uno de los países más absurdos e inclasificables del mundo. La noticia es la siguiente.


Guerra de banderas en Villava con la ikurriña, Iron Maiden y Osasuna
- Ragionalistas y socialistas critican así que el alcalde, Peio Gurbindo (NaBai), no ordene la retirada de la ikurriña que coloca ANV
C.A.M. . VILLAVA Miércoles, 1 de octubre de 2008 - 04:00 h.
El salón de plenos del Ayuntamiento de Villava vivió el pasado lunes una peculiar "guerra de banderas", aunque su presencia no fue objeto de debate durante la sesión. A la ikurriña que desde el principio de este mandato municipal exponen los concejales de la ilegal ANV se sumó hace cuatro semanas la bandera de Iron Maiden colocada por el portavoz del PSN, José Luis Úriz.
En la última sesión fue UPN el que se sumó y sus concejales colocaron una bandera y un banderín del Club Atlético Osasuna. El alcalde de Villava, Pello Gurbindo (Atarrabia Nabai), que anteriormente rechazó las peticiones de socialistas y regionalistas respecto a la ikurriña, no ha ordenado quitar el resto de enseñas.
El socialista José Luis Úriz, defendió ayer su "estrategia de Gandhi y su resistencia pasiva" al colocar la bandera de Iron Maiden. "No la quitaré hasta que no quiten el resto, ya que los de ANV incluso nos humillaron con el águila negra", señala. Los regionalistas se han sumado ahora a esta estrategia al ver la pasividad de Gurbindo. "Él siempre defiende que la bandera es un tema de sentimientos y elegimos la de Osasuna y luego la del Portland y haremos los mismo con todas las nacionalidades, 20, que conviven en Villava".


Puesto que la cuestión va de Iron Maiden, qué mejor canción suya para ilustrar semejante esperpento que la titulada “El Número de la Bestia”, aunque sería más apropiado decir “La Bandera de la Bestia”.






5 de octubre de 2008

Bardulia


Los centros de resistencia contra los musulmanes que en el siglo VIII invadieron España aparecieron en Asturias y Cantabria. Eran visigodos. Igual de brutos que los germanos que se ven al principio de la película Gladiator pero que habían sido amansados por el latín. Los visigodos eran germánicos y tenían sangre levantisca en sus venas. Gustaban de cantar sus gestas en poemas que se recitaban pero que no se escribían. Los visigodos eran un pueblo listo que asimiló la cultura que habían ayudado a aniquilar. Hablaban latín. Un latín deformado, corroído, pero latín. Creían en el Dios de los cristianos aunque en una versión distinta que se llamaba arrianismo. El arrianismo decía que Jesús no era Dios. Al principio esto era una opinión; luego fue una herejía. Dio igual: los visigodos aceptaron poco después que Dios es uno y trino. Los visigodos eran brutos germánicos cuyas leyes no se escribían sino que se basaban en la costumbre: derecho consuetudinario. Tenían nombres bárbaros como Fernando, Alfonso o Rodrigo que sonaban fuertes a los suaves oídos de los latinizados hispanos.

Los hispanos que se habían salvado de la invasión árabe se hicieron especialistas en cuidar ovejas. Era un animal pequeño que daba lana, leche y carne. Lo normal. Pero la oveja es un animal que se mueve con rapidez y había que moverlo con rapidez cuando sucedía una incursión árabe. A la oveja se la puede escabullir por algún desfiladero o garganta. La oveja se pasaba la vida moviéndose de norte a sur por la zona que a finales del siglo VIII quedaba al norte del río Duero. Fueron estos terrenos los que el rey Alfonso II de Asturias comenzó a defender con fortalezas de piedra que situaba a lo largo de un área que iba desde León hasta Zaragoza. En aquella época, a esa área se la llamaba Bardulia, recordando a los primigenios habitantes prerromanos que habían poblado una zona más al norte que hoy se correspondería a Guipuzcoa.

A fin de repoblar Bardulia, el plan parecía sencillo. La tierra de nadie que se ganaba a los árabes había que repoblarla. A ese objeto, se animaba a un conde, o cualquier noble que tuviese los redaños de dormir pensando que un moro iba a venir a sajarle el gaznate, con dádivas, privilegios o los archiconocidos fueros. Junto al noble se iban campesinos también con los bemoles bien puestos que se aventuraban en tierra peligrosa, siempre acechada por los rebatos de los árabes. El moro, cual comando de marines, se internaba en tierra cristiana, arrasaba cosechas, talaba árboles, mataba animales, violaba mujeres y capturaba a quien pudiera venderse como esclavo o a de quien se pudiera pedir un rescate; y se volvía a tierra mora como alma que llevaba el diablo. Para impedir esto, en la medida de lo posible, se levantaron fortalezas por doquier y se convenció a muchos desdichados de que habitasen estos predios.

Era fácil conseguir tierra. Pensad en esas películas que versan sobre la conquista del oeste en Estados Unidos en las que los primeros en llegar eran quienes se quedaban con la tierra. No había mucha ceremonia. Se pondría un palo o una cerca y, el que la veía se la quedaba. A cambio de exponer su pellejo al alfanje de los moros se les liberaba de pagar impuestos. Pero el asunto tuvo un éxito inesperado. La gente arribaba en masa, como en California cuando se desató la fiebre del oro. En la vieja Bardulia comenzaron a aparecer poblados, y se comenzó a llenar de gente que provenía de otros territorios. El aspecto que tendrían estos poblados recordaría a los que había en Alaska y que describe Jack London en sus novelas ambientadas a finales del siglo XIX. O como cualquier pueblo del salvaje oeste estadounidense: con su salón, con su burdel y con su posada. La gente que habitaba estos predios era gente curtida, agreste, a quien no le quitaba el sueño el riesgo ni la aventura. No tenían muchos principios y tan pronto degollaban moros, como se aliaban con moros para quitarle la tierra a un cristiano. Algunos tenían sangre más noble en sus venas y otros más plebeya, aunque las castas sociales se diluían en esta tierra improvisada. Dicen las crónicas que era tal el estado de alerta, alarma y estrés en que vivían que “los cavalleros et los condes et aun los reys mismos paravan sus cavallos dentro en sus palatios, et aun dentro de sus camaras onde durmien con sus mugieres”

Y cada uno de ellos traía su propia lengua, pero, como en cualquier zona fronteriza en que conviven gentes de origen diverso, se fue forjando una lengua nueva. Una lengua que incorporó elementos y formas de otras lenguas y que se movía muy rápido, adaptando novedades a pasos agigantados igual que las ovejas. Las otras lenguas peninsulares se parecían más al latín, pero esta era una lengua hosca y ruda, de sonidos fuertes. En la frontera no se perpetuaban las pronunciaciones heredadas de la abuela, porque no había abuela de quien heredar nada. La gente iba y venía. No había normas, solo la necesidad de comunicarse con quienes venían de sitios muy diversos. Cuentan las crónicas que en Bardulia llegó a haber: gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provenzales, lombardos. Tanta gente distinta comenzó a dar una lengua distinta.

En las diversas regiones de la Península se hablaban varias lenguas pero que se asemejaban entre sí. En Galicia y Portugal decían “filhos”. En Cataluña decían “fills”. En Francia decían “fils”. Pero en Bardulia eran transgresores sin pretenderlo y comenzaron a aspirar la efe y crearon un sonido fuerte y agreste igual que su vida. Por esa razón terminaron diciendo “hijo”. Seguramente, para el resto de los pueblos de la Península, los habitantes de Bardulia eran un puñado de paletos que no sabían hablar y que deformaban hasta el extremo el ya envejecido latín. Una lengua ruda como el clima que azotaba su tierra en invierno. Fundaron ciudades en medio de la Meseta como Burgos donde no había mucha cultura, sino dinero moviéndose de arriba a abajo. Los burgaleses llevaban sus mercancías hacia todos los rincones y con ellos iba su lengua. Poco a poco las otras lenguas de la península se iban desvaneciendo en aras de una lengua común que traía como respaldo el dinero y el comercio.

El 15 de septiembre del año 800, debido a la gran cantidad de fortalezas de piedra que había esparcidas por todo el territorio, se escribió en latín un documento en una zona que hoy linda con Vizcaya y que se llama Taranco de Mena. En el documento escribieron “Bardulia quae nunc vocatur Castella”, es decir "Bardulia, a la que ahora llamaremos Castilla". La mesetaria y centralista Castilla. Árida y hermosa. Yerma y bella. Desolada y lozana.

22 de septiembre de 2008

La chusma



España es distinta era el lema con que se atraía al turista de los años 60. Pero era una frase hecha con tiento y agudeza. Un país que el 7 de noviembre de 1823 abucheó y pidió sangre para Rafael de Riego –el del himno de Riego.- a quien antes había aclamado como su libertador. Lo arrastraron en un serón de esparto a la Plaza de la Cebada en Madrid y lo mataron e insultaron los mismos que antes lo habían jaleado. El pueblo español es valiente, honorable y leal, pero también es vil, salvaje e inculto. La tragedia de España.

Pero nuestra vieja Iberia es también la patria de
José Celestino Mutis, Antonio de Ulloa, Francisco Javier Balmis el de la Expedición Balmis, Jorge Juan, Fausto Elhúyar y de Andrés Manuel del Río. Y también es la patria de soldados valerosos que morían sin saber por qué en naciones extrañas. Morían con honor por su rey y por su Dios cuando la palabra honor todavía significaba algo. Y de honor va la historieta.

Todo ocurrió el 2 de mayo de 1808. Madrid hervía matando franceses. Los madrileños que salieron a matar franceses el 2 de mayo lo hicieron por causas vulgares y zafias. Los madrileños salieron a matar porque los franceses se iban sin pagar de las tabernas, porque le metían mano a su novia, porque escupían en las iglesias, porque violaban entre varios a cualquier madrileña despistada.


Quienes se alzaron contra los franceses el 2 de mayo era la chusma. La canalla más baja y abyecta. El populacho que se alzó el 2 de mayo mató con tijeras, con hoces, con tejas, con aceite hirviendo, con palos, con sus manos y con esas inmensas navajas albaceteñas de cuatro palmos llamadas cachicuernas. Llamadas así porque tenían las cachas –los lados- hechas de cuerno de toro. 

El pobre Goya se debatía en el salón de su casa de la calle Valverde entre ver a sus compatriotas muertos defendiendo a un rey putrefacto como Fernando VII o apoyar a unos franceses que traían cambios y regeneración pero envuelto en un paño de soberbia y desprecio por España. José de Espronceda –el de la Canción del Pirata- les dedicó unos versos a quienes no hicieron nada.

Y vosotros, ¿qué hicisteis, entre tanto,
los de espíritu flaco y alta cuna?
Derramar como hembras débil llanto
o adular bajamente a la fortuna;
buscar tras la extranjera bayoneta
seguro a vuestras vidas y muralla,
y siervos viles, a la plebe inquieta,
con baja lengua apellidar canalla.
¡Canalla, sí, vosotros los traidores,
los que negáis al entusiasmo ardiente,
su gloria, y nunca visteis los fulgores
con que ilumina la inspirada frente!
¡Canalla, sí, los que en la lid, alarde
hicieron de su infame villanía,
disfrazando su espíritu cobarde
con la sana razón segura y fría!

Y la cosa, digna de una película de Berlanga, tuvo lugar en la Cárcel Real de Madrid que estaba donde hoy está el Ministerio de Asuntos Exteriores justo detrás de la Plaza Mayor. Mientras Madrid ardía en plena algarada, en plena kale borroka, el director de la cárcel recibió una carta que le entregó un ayudante. La carta había sido escrita por uno de los presos y decía: «Abiendo advertido el desorden que se nota en el pueblo y que por los balcones se arroja armas y munisiones para la defensa de la Patria y del Rey, suplica, bajo juramento de volber a prisión con sus compañeros, se les ponga en libertad para ir a esponer su vida contra los estranjeros». 


En vista de que las cosas se tornaban feas y con un mucho de indecisión y con ganas de quitarse el marrón de encima, el director los dejó salir. Había 94 presos. De ellos salieron 56.

Los primeros a quienes se les vino encima semejante ralea –con sus patillas hasta la quijada; pensad en los majos que retrata Goya- eran unos franceses que maniobraban un cañón por la zona del Arco de Cuchilleros y que disparaban hacia la calle Toledo. En medio de la escabechina se les unió un preso que se había escapado de la Cárcel del Puente Viejo de Toledo. Un sudaca como yo. Un peruano con sangre inca y española llamado Mariano Cordova que traía ánimos de bronca y que sabía quiénes eran los suyos y a quién había que cargarse. Sin hecho diferencial ni deuda histórica, sabía de qué lado ponerse. Mariano Cordova se escapó de la cárcel solamente para degollar franceses. Los presos giraron el cañón y empezaron a disparar contra la gloriosa Guardia Imperial –los boinas verdes de Napoleón- que cargaba desde la Puerta del Sol. Tras quedarse sin munición, inutilizaron el cañón y se desparramaron por la zona. A bayonetazos o a tiros de los franceses murieron 4 presos. A uno se le dio por prófugo. Pero la estampa digna de recordarse fueron los 51 presos restantes que volvieron a la cárcel a la mañana siguiente. Vendrían con sus trofeos de guerra. Acaso algunos dientes de oro arrancados de la boca de algún francés. Algún dedo con el anillo aún puesto. Los 51 regresaron como caballeros cumpliendo su palabra. Chusma infame en tiempos en que la palabra honor aún significaba algo.





14 de septiembre de 2008

La Diada


Tiene lugar el 11 de septiembre la Diada en Cataluña: acto de exaltación del catalanismo. Aunque no se le llama exaltación. Ellos lo llaman reivindicación, que es un vocablo sano y con buena fama. 

Se reivindican las causas justas, las causas oprimidas y las causas de los sojuzgados. Se reivindican salarios justos. Se reivindican los derechos humanos. El oprimido frente al opresor. 

¿Pero quién era Rafael Casanova y qué pasó el 11 de septiembre de 1714?

Todo comienza en 1700. El último Austria ha muerto sin hijos. Carlos II era el postrer fruto de una dinastía que se había envenenado a sí misma con la consanguinidad. Según el médico forense el cadáver de Carlos: “ no tenía ni una sola gota de sangre, el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenados, tenía un solo testículo negro como el carbón y la cabeza llena de agua”. 


Era urgente escoger un rey. Carlos II había hecho testamento a favor del nieto del todopoderoso Luis XIV de Francia: el Rey Sol. El nieto elegido era Felipe de Anjou y era un Borbón igual que su tío. Pero también era un Austria porque era hijo de la hermana de Carlos II. Todo quedaba en casa. Parecía la opción menos mala de las malas. Era familia de los Austrias, aunque estaba demasiado a la sombra de Luis XIV quien se relamía pensando en las posesiones españolas de América: codiciadas y apetecidas por todos. Todo quedaba atado y bien atado hasta que la esposa del putrefacto Carlos II tuvo que venir a meter cizaña. La mujer de Carlos II trajo un segundo candidato y quería que su sobrino el archiduque Carlos de Austria fuese el nuevo rey de España.

El lío estaba servido. Ingleses y holandeses no querían que los Borbones reinasen en Francia y España. De modo que apoyaron al archiduque Carlos para que no se crease una potencia -de facto- tan grande. El culebrón quedó así:

- Ingleses y holandeses > con el archiduque Carlos.
- Franceses > con Felipe de Anjou, más tarde conocido como Felipe V, que construiría el Palacio Real de Madrid a imitación del de Versalles.

Se desencadenó la Guerra de Sucesión que duraría desde 1701 hasta 1714. Una vez más, en España, combatían españoles contra españoles, auxiliados y azuzados por extranjeros. Había dos bandos entre las potencias extranjeras y se formaron dos bandos en las regiones españolas.

- Los antiguos reinos de la Corona de Aragón: Valencia, Cataluña y Aragón; apoyaron al archiduque de Austria
- El resto de España apoyó a Felipe V de Borbón. Incluidos el País Vasco y Navarra.

La división no era tan exacta como parece, porque luego hubo ciudades o regiones que se cambiaron de bando. Ciudades y comarcas que eran del antiguo reino de Aragón como Castellón, Alicante, el valle de Arán, el interior de las provincias de Barcelona y Valencia, Calatayud o Tarazona, fueron partidarias de Felipe V, el rey Borbón. Y lugares como Madrid, Alcalá o Toledo se declararon fieles al aspirante austriaco: el archiduque Carlos. 


A pesar de esto y del revoltijo de apoyos y traiciones, los nacionalistas catalanes se empeñan en presentar la Guerra de Sucesión como una guerra entre catalanes y el resto de España. Eso no es cierto. Además, los catalanes se alzaron en armas proclamando al archiduque Carlos como el rey de España. En ningún momento hubo un intento de secesión o independencia. Jamás hubo un conato de reino de Cataluña ni nada parecido. Los catalanes querían que reinase Carlos porque había prometido respetar sus añejos fueros.

Siempre los fueros. El vínculo con lo más arcaico. La reivindicación del privilegio medieval. La añoranza de la antigualla.

Los soldados que luchaban en el bando de Felipe V eran de varias regiones españolas y de países europeos. Había soldados catalanes también. El bando supuestamente catalán -derrotados el 11 de septiembre de 1714, el día de la Diada- estaba mandado por un general, Antonio de Villarroel, que en su última arenga recordó a las fuerzas bajo sus órdenes que estaban luchando “por nosotros y por toda la nación española”. Es decir, los catalanes se levantaron en armas no para lograr su independencia sino por la idea que ellos tenían de una España mejor. 


Felipe V ganó la guerra y en venganza por el apoyo de los catalanes al archiduque Carlos les quitó los fueros. Pero no fue un insulto a la nación catalana, porque no había nación catalana a la que insultar. Los fueros se abolieron igual que a un traidor se le condena en época de guerra. Fue una represalia a una traición hecha a título colectivo, de igual modo que se hacen represalias a título individual. No se buscaba una humillación a una patria catalana que no existía, sino controlar una rebelión.

Durante 150 años nadie se quejó de la derrota del 11 de septiembre de 1714. De hecho no existe la menor protesta hasta que llegan los inventores del nacionalismo, a finales del siglo XIX. La fiesta del 11 de septiembre no se establece hasta 1901, es decir, cuando quienes defendían los intereses económicos de las clases dirigentes catalanas decían que Cataluña era una nación. 


Si estuvieron dos siglos sin sentirse agraviados como nación quizá se deba a que no hubo agresión nacional. Ni siquiera durante la invasión francesa -cien años después- persistía un rencor hacia Castilla o España. Nunca jamás tuvieron mejor oportunidad de independizarse, pero nadie lo planteó. España durante la invasión francesa era un país sin rey y sin gobierno. Pero a nadie en Cataluña se le ocurrió pedir la independencia. Se publicaban bandos en catalán y en español pidiendo la defensa de la patria. Y nadie planteó que existiera una ofensa hecha por la derrota del 11 de septiembre de 1714. Acaso porque no había nada por lo que ofenderse.

Pero quizá lo más divertido sea el héroe al que todos se mueren por honrar. Rafael Casanova, a cuyos pies acuden todos los políticos catalanes- es un héroe de segunda división. 


Rafael Casanova no quería resistir frente al ejército de Felipe V sino negociar la entrada de las tropas en la ciudad. No mostró el menor ardor patriótico y falsificó el certificado de su propia defunción para huir de la ciudad disfrazado de fraile. Se instaló a pocos kilómetros, en Sant Boi de Llobregat, y ejerció tranquilamente su profesión de abogado y murió a los 83 años: muy longevo para el siglo XVIII. No perdió ninguno de sus bienes y a los pocos años fue perdonado públicamente por el rey Felipe V.



Como dijo el historiador catalán Ferrán Soldevila:

“Hasta el último momento de la lucha los objetivos habían sido los que se hacían constar en el documento dirigido al pueblo: salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al resto de españoles bajo el dominio francés; derramar la sangre gloriosamente por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España” (F. Soldevila, Moments crucials de la Història de Catalunya).





3 de septiembre de 2008

Trujamanes


Trujamán es el término con que en el siglo XV se llamaba a los intérpretes: esos señores de aspecto frágil que meten la nariz en las conversaciones de los poderosos. Es increíble la de cosas que sabrán y no sueltan prenda. En la conquista de América hubo muchos trujamanes: algunos cumplieron su labor con discreción y otros la liaron gorda.

La cosa tuvo que tener su guasa. Más, si tenemos en cuenta que la mayoría eran andaluces. Me imagino los chistecitos. Todo pasó cuando Cristóbal Colón llegó a una islita del archipiélago de las Bahamas el 12 de octubre de 1492. Veamos a don Cristóbal que se baja del bote con su estandarte de Castilla y Aragón y unos escribanos con la pluma preparada a fin de no perder detalle del pedazo de discurso que iba a soltar el almirante. La burocracia española tiene su lado bueno. Tenían tal adicción a ponerlo todo sobre papel que ahora es bastante fácil estudiar esa época gracias a la inmensa cantidad de legajos que permanecen. Pero no había recepción de honor para el almirante: apenas unos pocos indios desnudos con miedo y curiosos. Colón se dirigió a los indios y tomó posesión en nombre de Isabel y Fernando y bla, bla, bla. El careto que se les tuvo que quedar a los indios hubo de ser de órdago. No obstante, Colón, hombre resuelto, no se dejó amilanar y llamó a Rodrigo de Jerez un tipo que había estado en Guinea. El tal Rodrigo de Jerez les echó la misma charla de tomamos posesión en nombre de sus majestades y bla, bla, bla. Nada. No había manera. Los indios seguían sin entender ni papa. Y Colon impacientándose porque se había encaprichado con que quería largar su discurso. Me imagino a los marineros, que esperaban en las carabelas hasta los mismísimos de tanta ceremonia y deseando que maese Colón terminase y así poder bajar a tierra, haciendo chistes y coñas sobre el traje del almirante y quizá echándole el ojo a una tierna y cándida india desnuda. Colón insistió e hizo bajar a Luis de Torres quien aseguraba hablar árabe, hebreo, caldeo y no sé cuántas lenguas más. Total, que Colón se empezó a poner de los nervios, así que encomendó a Torres y Jerez que partieran sin demora en una misión de alto riesgo: comunicarse con los nativos. Y esto tuvo que ser más gracioso aún: los dos trujamanes oficiales de Colón recorriendo la pequeña isla adonde habían arribado preguntándole a cada indio con quien se cruzaban en ¡¡¡latín!!! Colón estaba convencido de que la lengua con que se comunicaban con Dios serviría para comunicarse con esos indios tan pintorescos. Para decepción del almirante, los trujamanes volvieron diciéndole que nadie hablaba latín. De manera que el augusto Colón, con sus recios estandartes que representaban a Aragón y Castilla, con sus reales escribanos y con sus conocimientos de lenguas clásicas hubo de recurrir al sistema más viejo y válido de comunicación: las señas, igual que si fuera un turista español en Londres intentando pedir un fish and chips. Colón era optimista. En uno de sus diarios afirmaba que los indios le habían dicho por señas que había llegado a Cipango, es decir, Japón. Lo cual es mucho deducir de unas señas.

Los primeros misioneros que llegaron a las Indias se escandalizaron intensamente al ver que los indígenas faltaban sin descanso al sexto mandamiento –no cometerás actos impuros- tanto con miembros de su propio sexo como con los del mismo – el pecado nefando o sodomía-. De modo que había que refrenar los bajos instintos de esos indígenas que se empeñaban en ir desnudos sin taparse las vergüenzas. Unos franciscanos que llegaron a México, cuando Hernán Cortés aún era gobernador, escogieron un método muy gráfico y expeditivo. Como los indios no solo hablaban una lengua sino decenas de ellas, hicieron una hoguera que representaba el infierno y comenzaron a arrojar animales vivos a fin de que los indios entendieran qué les iba a pasar si no se convertían a la verdadera fe. Los indios no entendían a esos señores de largos hábitos con los ojos desorbitados, así que los misioneros continuaban recurriendo a las señas. También tuvieron que ser dignos de verse esos misioneros que usaban la mímica y las señas para advertir a los indígenas de los peligros del fornicio. Supongo que hacían un agujerito con la mano y lo hincaban con el índice, o algo así.

En 1611 un tendero llamado Pedro de Arenas compuso un vocabulario de las lenguas nahuatl y española cuya edición de 1793 podéis ver en la foto. En lugar de llenarlo con frases elevadas de filosofía y teología incluyó frases comunes y prácticas: ir a la compra, montar a caballo o contratar a un albañil que no hablase español, que eran la mayoría. Cosa que, paradójicamente, vuelve a ocurrir hoy en día en España. El vocabulario se seguía editando en el siglo XIX lo cual muestra que a los españoles no les preocupó mucho extender su lengua, a pesar de la leyenda negra que siempre acompañó a la Conquista de América. Había más preocupación –y ni eso- por extender la fe que la lengua. En 1788, un italiano al servicio de España, Alejandro Malespina, montó una expedición a fin de explorar las posesiones en América y Asia. España era el país europeo que más dinero daba a investigación científica gracias a un rey culto como Carlos III. Malaspina bordeó América, llegó hasta Alaska, luego hasta las Filipinas y volvió a España por el Cabo de Hornos. Una de las motivaciones de su viaje era comprobar si el español era la lengua más usada en América como pretendía Carlos III. La desilusión fue grande. Malaspina encontró enormes masas de nativos que no hablaban español. El español solo se hablaba en los centros urbanos y siempre mezclados con las lenguas indígenas. Además, los españoles tenían una mala costumbre: en lugar de enseñarle español a los negros e indios, preferían aprender ellos la lengua indígena pues les parecía más rápido. Los españoles nunca estuvieron especialmente interesados en extender su lengua. Se preocupaban de vivir bien y trabajar poco: más o menos como hoy. La lengua era un modo de negociar y comerciar. Una forma de entenderse para que el dinero se moviese. Y para eso les podía servir el español, pero también el quechua o el nahuatl. Lo más anecdótico que le ocurrió a Malespina fue encontrarse con un grupo de Voluntarios Catalanes -soldados- en la isla de Nookta, cerca de Vancouver, en lo que hoy es la frontera entre Canadá y Estados Unidos en la costa oeste. Era un fuerte que defendía el comercio de pieles a cuyo cargo estaba un grupo de fieros -y muertos de frío- soldados catalanes, que añoraban su lejana Cataluña. Los soldados debían de ser de realidad virtual porque, como sabemos, Cataluña nunca participó en la historia de España.

Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar habían naufragado hace siete años cuando se toparon con la expedición de Hernán Cortés. Sietes años en los que convivieron con los indios y adoptaron sus costumbres y aprendieron su lengua maya. Cuando los hombres de Cortés les ofrecieron volverse con ellos, sólo Jerónimo de Aguilar dijo que sí. Gonzalo Guerrero casi hablaba maya mejor que español, se había tatuado el cuerpo, se había perforado las orejas y los labios, tenía tres mujeres y varios hijos y lo habían nombrado cacique. A Gonzalo Guerrero le faltaba la camiseta del Che para ser igualito que un antisistema del siglo XXI. Como es natural, prefirió quedarse entre los mayas y de hecho murió luchando contra los españoles años después. Siempre se ha considerado a Gonzalo Guerrero como el primer mestizo, pero no sería el último. A diferencia de la conquista que tendría lugar en América del Norte –llevada a cabo por puritanos con un marcado toque racista- a los españoles no les importó en absoluto mezclarse con los indígenas. Hernán Cortés tuvo varios hijos con indias y los reconoció en su testamento. Con una india llamada Malinche tuvo uno.


El otro náufrago, Jerónimo de Aguilar, se volvió con los españoles y les sirvió de trujamán con los mayas que se iban topando. Hasta que un día unos caciques les regalaron unas mujeres a los españoles como signo de buena voluntad. En el lote de señoras iba una jovencita de 15 años a la que llamaron Malinche. La chica hablaba nahuatl –la lengua de los aztecas- y maya. Como Aguilar hablaba maya y castellano, Malinche traducía del nahuatl al maya y Aguilar del maya al castellano. Cortés estaba exultante de poderse entender con todos. Pero Aguilar fue víctima del reajuste laboral y de la competencia capitalista: Malinche aprendió español y dejó de ser útil. Este dominio de las lenguas le sirvió a Cortés para ir tejiendo una sutil red de alianzas y confabulaciones contra el poder azteca. Conseguía coligarse con los enemigos de los aztecas y los atraía a su bando.

Pero no todos tuvieron tanta suerte escogiendo trujamanes. Francisco Pizarro había capturado a un niño inca y le había enseñado español. El niño se llamaba Felipillo –les ponían estos nombres- pero no era muy ducho en dominar las lenguas. Los misioneros se quejaban de que Felipillo hablaba un español repleto de blasfemias e insultos, cosa lógica si se había criado entre soldados. Cuando Fray Vicente Valverde se esforzaba en explicarle a Atahualpa- el último jefe inca- los matices de la religión católica, el misionero se desesperaba viendo que Atahualpa lejos de entender nada se moría de la risa. Debía ser porque Felipillo estaba en medio y lo enredaba todo. Cuando Fray Vicente le decía a Atahualpa que Dios es tres en uno, o sea uno y trino – la Santísima Trinidad- Felipillo traducía que Dios es uno más tres, es decir: cuatro. Y claro Atahualpa estallaba en carcajadas y sus risas ofendían a los misioneros. Lo peor fue que Felipillo se enamoró de una de las mujeres de Atahualpa y como así por las buenas no podía tenerla conspiró para matar a Atahualpa. Cuando los españoles creían que los incas podían atacarlos, le preguntaron a Atahualpa si esto era posible. Atahualpa los calmó diciendo que los incas no atacarían, pero Felipillo lo tradujo intencionadamente al revés. Los españoles mandaron ejecutar a Atahualpa al objeto de desmoralizar a los incas. Años más tarde, cuando Felipillo se hallaba al servicio de Diego de Almagro volvió a liarla, pues se confabuló contra los españoles aliándose con los incas. Almagro lo descuartizó haciendo que varios caballos tirasen de todos los miembros de su cuerpo al igual que hacía siglos antes Alejandro Magno. Gajes del oficio.


Por cierto, el año pasado me metí en un chat para preguntar a la gente si sabían por qué diantres era fiesta el 12 de octubre. Gentes que decían ser universitarios aseguraban que era por la Virgen del Pilar. Lo de Colón no le sonaba a nadie. Y en 2006 se cumplieron 500 años de su muerte, pero nadie se enteró. La España moderna no festeja aniversarios franquistas que ofendan a las minorías oprimidas. En Estados Unidos se hartaron de homenajear a Colón al que tienen en muy alta estima. De igual modo que festejan, y siguen festejando, el primer asentamiento inglés en Virginia en 1607, con 18 meses de celebraciones y actos. El 11 de septiembre los catalanes celebrarán su Diada con la parafernalia habitual de quemar alguna banderita española y de proclamar la opresión castellana. Eso no es franquista. Eso es progresista. Pero hablarles a los niños de Cristóbal Colón es reaccionario y retrógrado. Qué país más analfabeto y acomplejado. El pobre Cristóbal tenía que haber sido francés o inglés y así podríamos admirarlo sin ofender a nadie.

1 de septiembre de 2008

Descentralización


Uno de los términos más modernos y qué más recubre de progresismo a quienes lo emplean es el de “descentralización”. Siempre que se cita que España es un estado descentralizado se usa como ejemplo de modernidad y de que avanzamos raudamente hasta el infinito y más allá. Igual que Bazlaityiar, el fracasado superhéroe de “Toiestory”. La idea de la descentralización no es nueva. Quienes primero la emplearon con profusión fueron los carlistas.

Los carlistas nunca fueron un movimiento modernista. Durante todo el siglo XIX fueron contrarios a los espasmos liberales que querían hacer de España un país menos atrasado y menos primitivo. Los carlistas siempre lucharon por mantener los privilegios de la Iglesia Católica. Por eso el carlismo fue un movimiento rural. Los curas se encargaban de advertir al pueblo, desde los púlpitos de las iglesias rurales, contra los peligrosos liberales que blasfemaban en la ciudad. Los carlistas siempre defendieron los fueros de las llamadas zonas históricas. Por esa razón las regiones que más apoyaron el carlismo fueron Aragón, Valencia, País Vasco, Cataluña y Navarra. Los fueros eran privilegios y leyes particulares que los reyes medievales otorgaban durante la Reconquista. Pero en la Edad Media tenía sentido. La Reconquista no eran solo batallas. La parte más difícil era repoblar. Las ciudades no aparecían de la noche a la mañana. El terreno que se había ganado a los moros había que llenarlo de cristianos. Y no era muy alentador irte a vivir en medio de la nada sabiendo que un grupo de moros podía venir a rajarte la garganta, a violar a todas las mujeres de la aldea o a quemarte las cosechas. Había que dar incentivos. Los fueros eran esos incentivos. Se otorgaban leyes que reconocían al mandamás del pueblo y así el mandamás podía hacer y deshacer sabiéndose auspiciado por el rey. Sólo ante el rey tenía que responder. Esto fue un continuo en la historia de España. Los reyes respetaban fueros y tradiciones de modo que, las zonas en que estos fueros imperaban, quedaban indirectamente sujetas al poder real. Los reyezuelos locales se encargaban de hacerlos cumplir para que nadie de fuera viniera a quitarles los privilegios. De esta manera había una pirámide en la que el poder quedaba perfectamente repartido: el aldeano estaba sujeto a su caudillo local por los fueros o leyes particulares; el caudillo local juraba fidelidad al rey, pero en realidad quien mandaba en la aldea era el caudillo y no el rey. Así fue siempre en España. Por esta razón hubo siempre tantas revueltas e insubordinaciones contra el rey. No solían ser rebeliones que surgían del pueblo, sino que se alimentaban desde los caudillos locales a fin de no perder privilegios.

En 1640 los catalanes se alzaron contra los planes del conde-duque de Olivares de que todos los reinos de España contribuyesen a financiar las guerras en Europa. Ya desde antes de 1620 las Cortes castellanas abogaban por un reparto más equitativo de los gastos que generaba el imperio. Castilla era casi el único reino que ponía dinero para sufragar los enormes gastos y pedían que el resto de reinos y provincias (La Corona de Aragón, Portugal, Navarra, Guipuzcoa y Vizcaya principalmente) contribuyesen al menos para costear sus propios gastos de defensa. Las regiones italianas pagaban por su defensa al igual que los Países Bajos y Aragón y Valencia contribuían ocasionalmente. Portugal y Cataluña ayudaban a su defensa, pero se negaban a financiar las guerras de la corona, pues consideraban que lo que ocurría fuera de sus fronteras no era de su incumbencia. Como veis el lío de la financiación autonómica no viene de ahora.

Olivares era lo que hoy llamaríamos un centralista. Los catalanes reaccionaron oponiéndose de uñas a las propuestas de Olivares y hubo una guerra feroz. Tuvo lugar la llamada Revuelta de los Segadores en que las hoces catalanas quedaron tintas de sangre castellana. Cataluña se convirtió en una provincia francesa durante un tiempo, pero -¡oh sorpresa!- los franceses ni querían lengua catalana ni pensaban respetar los fueros. De modo que los catalanes volvieron al redil castellano donde sí les dejaban hablar catalán y donde sí les respetaban los fueros. Esto muestra que si en España hay tantas lenguas y seguimos con los mismos líos de hace siglos, es porque nunca jamás hubo aquí nada parecido al centralismo por mucho que los nacionalistas se lo inventen a diario. Con la excepción de la dictadura franquista. Ahí sí. Y hubo otro intento centralista cuando Felipe V emitió los Decretos de Nueva Planta que suponían la abolición de los fueros. Esto que desde fuera parece pura opresión castellana en la práctica fue oro caído del cielo, porque los catalanes, que hasta entonces no tenían derecho a comerciar con América, a partir de ese momento lo tuvieron. Esto supuso que los catalanes o aprendieron, o lo practicaron quienes ya lo sabían, el castellano, por la lógica razón de que para comerciar hace falta una lengua franca. Las huellas de catalanes a partir del siglo XVIII es amplia y fácilmente rastreable pero quizá la más llamativa para mí, pues me la aprendí en Chile con 5 años, sea la historia de Arturo Prat. Prat era hijo de catalanes que emigraron a principios del siglo XVIII y que ya comerciaban con Argentina, por obra y gracia de los Decretos de Nueva Planta. Años más tarde Arturo Prat sería el héroe del Combate Naval de Iquique y los niños chilenos se saben su historia mejor que los niños ingleses la de Nelson.



En España la tendencia propia de los liberales, de lo que, supuestamente, podría ser la izquierda de hoy, fue el centralismo. Lo contrario era lo antiguo, los fueros, lo que representaba la Iglesia, la vuelta a lo medieval. En la España del siglo XIX ser moderno y progresista era ser centralista a imitación de lo que se había hecho en Francia, en donde se había impuesto una sola lengua y donde se creía que las personas estaban por encima de los territorios, por muy históricos que fuesen. Lo contrario era el carlismo. En 1869 los Carlistas publicaron un panfleto títulado “Dios, Patria y Rey” en el que decían: “España para ser libre necesita un gobierno descentralizador. Es necesario dar a las provincias y al municipio la libertad que han menester para administrarse a sí mismos. Es necesario dar a las provincias sus fueros y franquicias” Es decir: que cuando a un político del siglo XXI se le llena la boca con las bondades de la descentralización le está copiando el programa a un carlista del siglo XIX.



Los carlistas surgen –entre otras cosas- como una reacción ante la Revolución Francesa. Para los carlistas la razón es una herramienta débil y falible. Los carlistas buscan la tradición. En la tradición hallan la verdad, pero como cada terruño tiene su verdad hay que dejar cada terruño tal cual es y sin contaminaciones. La tradición une al terruño con Dios. Dios fue quien otorgó las verdades a nuestros primeros padres y las verdades se fueron transmitiendo en cada terruño hasta nuestros días. Y se transmitieron en cada lengua. Por eso cada lengua une a Dios, con la tierra y con la gente. Cada lengua es sagrada. Las lenguas son quienes albergan esa verdad originaria y por eso hay que defenderlas y protegerlas de la contaminación. Al perderse la lengua se pierde ese vínculo con la tradición y con la verdad revelada por Dios. Se establecía así una unión mística entra la tierra y la lengua, todo ello santificado por Dios. Los carlistas y los tradicionalistas confían poco en la capacidad de la gente para mejorar su entorno y su propia vida. Los carlistas eran inmovilistas que buscaban que nada cambiase. Como casi siempre, a fin de perpetuar los privilegios de una determinada casta.

Mariano Luis de Urquijo era un afrancesado español a quien la Inquisición persiguió por traducir a Voltaire. Quiso hacer mil reformas pero se dio de bruces con todas ellas. En 1808 –el año de la invasión francesa- escribió una carta en la que decía: “Nuestra España es un edificio gótico, compuesto de trozos heterogéneos con tantos gobiernos, privilegios y leyes como provincias hay. No tiene nada de lo que en Europa se llama espíritu público. Estas razones impedirán siempre que se establezca un poder central lo bastante sólido para unir todas las fuerzas nacionales”


Igual que hoy.

26 de agosto de 2008

El Saco de Roma


El Saco de Roma se refiere al saqueo, pillaje y destrucción que las tropas de Carlos V cometieron sobre Roma a partir del 6 de mayo de 1527. La palabra Saco es una adaptación del italiano “sacco” que en italiano es “saqueo”.

Carlos V, casi sin comerlo ni beberlo, se había encontrado de sopetón con uno de los imperios más grandes jamás conocidos. La siempre envidiosa Francia maniobró para atraer al Papa a su bando y alejarlo de la influencia que sobre el pontífice tenía Carlos V. Los franceses no se andaban con tonterías y llegaron a pactar con los turcos –que raptaban y violaban mujeres cristianas- con tal de aminorar el poder español. De manera que Carlos V se vio enfrentado a una Liga que componían: Francia, El Papa y varios estados italianos. En Pavía, dos años antes, en 1525, Carlos V había dado un golpe sobre la mesa dejando claro quién era el que mandaba en Europa al capturar y humillar a Francisco I y traerlo a Madrid como un preso cualquiera. Todos tenían motivos para odiar a Carlos V: los franceses para limpiar su honor y el Papa a fin de no depender tanto de la influencia del monarca español. La presión que ejercía Carlos V sobre el Papa era brutal. Se llegó a imprimir un panfleto que decía que Carlos V tenía que corregir el blandito lenguaje que el Papa- Clemente VII- tenía acerca de la herejía de Lutero.

Los dos ejércitos se enfrentarían en Italia. Por un lado estaban las tropas imperiales que se componían de alemanes –llamados lansquenetes- españoles y mercenarios italianos. Por otro lado estaban las tropas francesas e italianas aliadas del Papa, agrupadas en una coalición llamada la Liga de Coñac. Las tropas imperiales se reunieron en el norte de Italia. Los lansquenetes alemanes cruzaron los Alpes y los tercios españoles llegaron tras desembarcar en Génova. Las tropas imperiales tuvieron algunos éxitos iniciales pero se cernía un problema que fue una constante en las terribles guerras que los españoles sostuvieron a lo largo de esa época: el dinero. Las pagas llegaban tarde o nunca y era muy difícil mantener la disciplina entre 30.000 soldados a quienes se adeudaba su estipendio. Las tropas presionaron al Condestable de Borbón –el general francés que mandaba las tropas imperiales- para marchar sobre Roma y cobrarse en especie el dinero que se les debía.



Las murallas de Roma y el trazado de la ciudad no habían cambiado mucho desde que Aureliano en el 270 diseño las defensas de la urbe. Roma tenía sólidas murallas, un ancho río Tíber que hacía de foso y una poderosa artillería situada en el castillo de Sant Angelo. Pero el azar se puso del lado de los imperiales. Una espesa niebla caía sobre Roma el 6 de mayo de 1527 y los cañones de Sant Angelo nada podían hacer. El Condestable de Borbón, que dirigía las tropas imperiales, fue muerto al intentar trepar por una de las murallas. Dice la leyenda que el condestable fue muerto por el artista italiano Benvenuto Cellini.

Las tropas imperiales sortearon los muros y comenzaron a combatir por las calles. Las casas comenzaron a ser saqueadas. La falta de disciplina era total y el único jefe que, a duras penas, los podía mantener unidos yacía muerto. El Papa rezaba tembloroso en el Vaticano. Y, confuso ante tantos consejos dispares que le daban sus cardenales, tomó la decisión de escapar del Vaticano, por un túnel que aún existe y que se llama Pasadizo de Borgo, al Castillo de Sant Angelo.


Y ahí resistió tres semanas hasta que el hambre lo hizo ceder a las condiciones que imponían las tropas imperiales, las cuales se habían convertido en un contingente anárquico de arduo control. Roma era una ciudad sin ley y los nobles se las veían y deseaban para conseguir el dinero que les demandaban las tropas ocupantes. Los cadáveres se pudrían por las calles, por lo que la peste y las enfermedades asolaban la ciudad. Las tropas imperiales abandonaron Roma por la peste, pero volvieron a tomarla y saquearla unos meses después. Hasta su salida definitiva en febrero de 1528, las tropas imperiales hicieron de Roma su burdel y su taberna. El gran número de prostitutas que había en Roma impidió que se ultrajase a más mujeres. Se perdieron las cabezas de los apóstoles San Andrés y San Juan, la lanza Santa con que se remató a Cristo, el sudario de la Verónica, la Cruz donde se supone que Cristo fue crucificado y otras reliquias. Los eclesiásticos fueron sometidos a vilipendiosas pero divertidas gracietas como el cardenal Gaetano, vestido de mozo de cuerda, que fue empujado por la ciudad a patadas y sopapos. Los soldados borrachos jugaron a la pelota con la cabeza de algún santo. Hubo iglesias arrasadas, conventos quemados y monjas violadas en masa por los lansquenetes. Los tercios españoles también participaron en los desmanes pero se vieron algo frenados por su fe y su religión. Hay cierta historia de unos soldados catalanes que defendieron del saqueo la iglesia de San Juan de Letrán y cuyos nombres estuvieron varios siglos en una placa que recordaba la hazaña.

Los lansquenetes fueron quienes ocuparon el Vaticano y tuvo su coña el asunto. Convirtieron en establos varias lujosas estancias. Hacían hogueras dentro de las salas para calentarse. Hicieron pintadas, cual modernos grafiteros raperos, a punta de daga en varias esculturas y pinturas. Como no sabían apreciar lo que tenían entre manos, hacían apuestas y se jugaban a los dados obras de arte que valían mucho más. Vestían con sus uniformes a los santos de los altares para mofarse de ellos. También se engalanaban con las ropas cardenalicias y papales y se paseaban completamente borrachos por la ciudad con los mantos púrpuras sobre sus hombros. Cuando el Papa se rindió y accedió a pagar 70.000 ducados de oro hubo de producirse una situación bastante cómica también, pues irrumpió en el Castillo de Sant Angelo una atípica delegación compuesta de lansquenetes y tercios que irían sucios, malolientes, patilludos, barbudos y con unos pésimos modales. Mientras tanto, el Papa lloraba desconsoladamente vestido con sus finos ropajes y su elegante tiara papal. Dicen que el Papa se asustó mucho al ver a esos rufianescos personajes que venían a darle el sablazo del siglo.


Carlos V siempre se disculpó por las tropelías de sus soldados, aunque lo hizo con la boca pequeña. Le interesaba que el Papa supiera quién mandaba en Europa y le vino muy bien un golpe de semejantes proporciones para frenar la herejía luterana. Desde aquel día y durante muchos años, España fue la potencia más temida. El Saco de Roma fue un cataclismo similar al derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York. Todos los escritores de la época lo compararon al saqueo que Alarico perpetró, asimismo, en Roma en el 410; o a la conquista de Jerusalén en el 70 por parte de Tito. Los intelectuales se dividieron cual modernos tertulianos radiofónicos. A Erasmo de Rotterdam le pareció bien como escarmiento a la corrupción de los Papas, al inglés Tomás Moro le espantó saber lo que ocurría. El Papa se convirtió en un fiel sabueso de Carlos V y cuando Enrique VIII le exigió divorciarse de Catalina de Aragón –tía de Carlos V- le dijo que nones. Y Enrique VIII se inventó su propia iglesia.

Pero quizá el gesto más heroico lo dio la Guardia Suiza del Papa. Estos guardias que hoy parecen ser unos monigotes con quienes los turistas se hacen fotos, se dejaron la piel y la sangre en las escalinatas de la Basílica de San Pedro. Esas escalinatas siempre plagadas de visitantes, de beatas y de vendedores de estampitas fueron testigos de una feroz pelea entre la Guardia Suiza y las tropas imperiales. No me habría gustado estar en el pellejo de esos guardias de hace 500 años y ver venir hacia mí a un puñado de asesinos en serie con ganas de sajar gargantas. La Guardia Suiza no se dejó arredrar y vendió cara su piel. De 189 guardias que había, pudieron contarlo 42. Desde aquel día los Guardias Suizos juran su cargo siempre un 6 de mayo. Acordaos de esta gesta la próxima vez que veáis a estos guardias tan sosainas e insulsos.