25 de marzo de 2008

No había nada



"No había nada" suele ser la frase que todo el mundo me suelta cuando le pregunto qué hizo ayer y me cuenta que estuvo viendo la tele y que vio Gran Hermano porque "no había nada".


Es curioso el modo en que la gente se disculpa y se lava las manos cuando confiesa que ha visto cierto programa de televisión. Es como si el concepto de pureza hubiera llegado a la televisión, de igual guisa que sucedía en el siglo XVI con el concepto de la pureza de sangre. Existe un raro prestigio en ver determinados programas y un desdén social en ver otros. Nadie se disculpa por decir que estaba viendo los documentales de la 2 o un telediario. Habría que analizar si un telediario no puede ser más dañino que una sesión de Gran Hermano a pesar del prestigio social que se le presupone al informativo de marras.


Supongo que el éxito de un programa como Gran Hermano se debe a que esos señores encerrados en una casa de mentira se parecen como gotitas de aguas a quienes los observan y se disculpan por hacerlo. Al igual que sucede con las drogas cuyo éxito se basa en que se parecen como gotitas de agua a sustancias que tenemos dentro. Somos así de simples. Nos identificamos con lo que se nos asemeja. Por eso vemos culebrones o historia enredadas: porque nos vemos reflejados en historias de traición, de ambición, de desamor, de fracaso, de envidia. Es decir: la vida misma. Un culebrón de hoy en día, sería una gran novela del XIX. Pero claro. Ya nadie lee la novela del XIX y lo que mola es la película sesuda -a ser posible de Almodóvar- que no cuente nada pero que aburra mogollón. Luego a estos filmes les dan un chorro de premios unos personajillos que nacieron para aburrirse y que recomiendan lo que a ellos mismos no les gusta.


Cuando vas al zoológico ves que la gente se arremolina ante la jaula de los chimpancés y los gorilas. Nunca he visto a una madre morirse de risa con su hijo frente a los búfalos, los flamencos o las truchas. Los simios atraen porque se parecen a nosotros. Porque se ríen como nosotros. Porque fornican como nosotros. Porque se la tocan como nosotros. Y creo que en eso radica el éxito de Gran Hermano: la gente se ve reflejada en esa pandilla de trepas arribistas que quieren vivir del cuento sin pegar ni golpe. Es decir: como un político pero siendo sinceros y con la verdad por delante. No creo que ningun concursante de Gran Hermano haya dicho jamás que quiere ganar para optar a una cátedra de Literatura Comparada. Todos quieren ganar para forrarse dando entrevistas, aparecer desnudos en alguna revista, o casarse con algún duque venido a menos.


No entiendo el poco prestigio que tiene el anunciar que quieres ganar mucha pasta. Como si alguno de nosotros trabajase gratis o no estuviéramos deseando que nos tocase la lotería para no volver a currar jamás. Pero el dinero tiene mala fama, a pesar de que ninguno quiere prescindir de él. El otro día una petarda hablaba de la dictadura del capital. Nunca he entendido a qué se refieren con eso. Ya ha habido quien se ha escandalizado porque en escuelas de Estados Unidos o de España quieren dar dinero a quien saque mejores notas. ¿Y por qué eso es malo? ¿Acaso no trabajamos todos por ganar dinero? Yo creo que, en el fondo, ese desprecio encubre una estúpida tendencia a no valorar el esfuerzo individual. ¿Por que no puedo ganar más, si produzco más? Pero lo que mola es que nadie destaque y que todos sean grises y vayan corriendo a votar. Qué asco los abstencionistas como yo.


El prestigio del objeto consumido siempre ha existido. El Quijote estuvo olvidado durante dos siglos hasta que a alguien le dio por leerlo y decir que era bueno. En su época también fue denostado por muchos. Y el teatro de Lope o Shakespeare era despreciado porque hacía demasiadas concesiones al vulgo. Aunque leer hoy en día a Shakespeare es algo que te hace parecer un elegido, y no hay asunto más molón que ir en el metro con un volumen de Romeo y Julieta en inglés, hay decenas de libros sobre las alusiones sexuales y las vulgaridades del bardo de Stratford.


En aquellas épocas la gente vulgar como yo iba al teatro como hoy vamos al fútbol. Había que entretenerse con algo y si Shakespeare quería tener el teatro lleno era necesario darle carnaza a la chusma que se dejaba los talegos en sus obras. Es decir: lo que en su momento fue denigrado, es, hoy en día, un símbolo de elitismo cultural y solo al alcance de los gilipollas que siguen traduciendo a Shakespeare de esa manera estúpida y rimbombante. Han de hacerlo, no sea que alguien descubra que Shakespeare en su época era igual de entretenido y popular que ir a ver en masa la nueva película de Indiana Jones. Lo mejor para que siempre exista una casta de idiotas dispuestos a decirte lo que es bueno y lo que es malo, es que sean ellos mismos quienes te dicten la calidad y la vulgaridad.


Como siempre digo: que cada uno vea Gran Hermano, o lea a Stephen King si así le sale de la pitorra. Quisiera que esa raza de imbéciles que siempre se empeñan en decirme qué debo leer o qué no, o qué película debo ver o cuál no, se dedicasen a quitarse los piojos. Al igual que hacen esos chimpancés que tanto se parecen a los concursantes de Gran Hermano. Y recordad que Shakespeare no es bueno porque os lo digan una caterva de anormales sino porque el bueno de Willy habló de cosas como las intrigas del poder, de quien se casa con aquel al que odia solo para medrar, de los que mienten, de los que roban, de los que matan, de los valientes, de los engañados, de los cobardes. Shakespeare hablaba de nosotros porque era un tío que escuchaba mezclado entre la plebe que andaba por las mugrientas tabernas de Londres y se fijaba en el mundo que le tocó vivir, que no es muy distinto al nuestro. Y sabía de qué pie cojeaban todos los idiotas que, al igual que hoy en día, te siguen vendiendo seguridad a cambio de votos. Shakespeare es como la jaula de monos ante la que nos quedamos atontados viendo a esos primates que son iguales que nuestro primo Alfredo. Como los concursantes de Gran Hermano.


No intento decir que Gran Hermano sea un buen programa o no. Intento decir por qué lo ve la gente. Por qué interesa. Que no es lo mismo. Lo aclaro porque después del rollo que he soltado aún hay gente que no me entiende.

16 de marzo de 2008

Castigo de sodomitas



De vez en cuando, a los artistas les da por ganar atención haciendo obras provocativas en las que se ve a Cristo o a la Virgen en actitudes sexuales o teniendo relaciones o con grandes falos o lo que sea. En seguida surgen las manadas de ofendidos clamando al cielo que eso es una blasfemia horrible y que hay que quemar en la pira a esos herejes. Los artistas se suelen defender diciendo que el arte es provocación y bla, bla, bla. Lo de siempre.



La foto que ven es un detalle bastante poco conocido del Juicio Final que  Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. En medio del fragor de turistas japoneses y con la prisa con que hacen ver lo que a Miguel Ángel le costó varios años hacer, no se suele reparar en ello. A este detalle se le suele nombrar como Castigo de Sodomitas. A veces los tertulianos de radio dicen que no es lo mismo un Cristo erecto o una Virgen sexuada que un desnudo de Miguel  Ángel. Pues Miguel Ángel pintó señores con un dedo en el ano.