30 de noviembre de 2010

Gansada



Se ha muerto Leslie Nielsen. El diario El Mundo dice que hacía gansadas. Como si eso fuera malo.

Grandes momentos me dio Leslie Nielsen. Sobre todo como el teniente Frank Debrin en “Agárralo como Puedas”. Es legendario ese comienzo en que le quita la mancha del cráneo a Gorbachov.


Leslie Nielsen hacía reír y, ante la crítica sesuda que orgasma ante las películas aburridas, eso es una cuestión muy vulgar. Puede que sea por la carencia de adjetivos.

Un crítico puede desplegar toda su pluma arrolladora con una tragedia. Puede decir que el actor se envolvió en la piel del personaje, lo absorbió y luego lo escupió sin dejar de moldearlo. Puede decir que el actor se metió en la hondura de la parte más gris del ser humano y que rascó hasta arrancar el pus y la bilis de la oscuridad del alma. O cualquier otra frase hueca similar. Al crítico le excitan las aliteraciones (repetición de sonidos similares). No está diciendo nada, pero quien la lee se siente culto porque encuentra frases con palabras poco usuales y con alguna subordinada. Quien lee se queda un rato meditando y deduce que, si la crítica lo hace pensar, la película será una obra maestra que lo teletransportará al olimpo donde cultas huríes le escanciarán ambrosía literaria. Allí donde habitan los que ven buen cine. El que aburre. Y sentirá la conmiseración minusválida por quienes no ven ese cine tan bueno.

Pero, en cambio, con una comedia no está a gusto. No puede decir que el actor hurga en los rincones más sombríos del alma. Una comedia apenas admite adjetivos. Un crítico es un tío serio. No se ríe. El crítico tiene como misión celestial dirigir a las masas en lo que deben ver. ¿Qué va a decir él de una película donde toda la sala se reía? El crítico se siente muy vulgar y siente la rauda necesidad de alejarse de semejante dosis de populacho. Dirá que la película entretiene; que es de consumo masivo; que cumple su función. Masivo: la masa es mala. La masa no sabe lo que le gusta. La masa solo es sabia cuando vota y elige a su culto caudillo que es gran amigo de actores serios.  

A lo mejor el crítico sonrió y quizá se murió de risa, pero jamás lo admitirá delante de los mortales. Como mucho lo reconocerá en sus memorias que nadie leerá.

Las gansadas al crítico le parecen reprobables. Hacer reír le parece reprobable. Seguro que muchos de nosotros tenemos un amigo ganso que nos alegra la vida; al que lo llenamos de abrazos cuando nos mete la alegría en el cuerpo y nos esfuma las inmundicias. Ese amigo al que deseamos ver y que derrumba las reuniones cuando anuncia a última hora que no podrá venir. Las quedadas no son lo mismo sin él. Se le echa de menos por las gansadas. Y porque la gente que hace reír suele tener un corazón noble que engancha. Pero también por las gansadas. ¿Por qué no es culto reírse? ¿Por qué la comedia no es digna de admiración?

Dicen los paleontólogos que uno de los rasgos que iban diferenciando a los homínidos más avanzados era la risa. Hay animales que ríen pero nunca entenderían un chiste porque su inteligencia es limitada ya que carecen de imaginación. No pueden abstraer del mundo más que lo que ven. Un pájaro construirá un nido durante milenios sin que jamás se le ocurra construirle un techo. No tienen imaginación. Y no se entienden los chistes sin imaginación humana. A un animal no se le podría contar un chiste. Jamás lo entendería, aunque entendiese nuestra lengua. No le podríamos decir que los perros en Argentina dicen "este...guau". Porque para un animal o para un neandertal, un perro solo ladra. Pero a un crítico serio e ilustre -con desdén neandertaliano- no le gusta la risa.

Descanse en paz, señor Nielsen. Me seguiré riendo con sus películas. A pesar de la crítica. 

27 de noviembre de 2010

El retablo de las maravillas


Cervantes publicó en 1615 unos entremeses. Los entremeses eran unas obritas breves que se ponían en escena, en medio de los descansos de las obras principales. Era como un descanso mientras la gente aprovechaba para ir al baño o comer. El teatro en el Siglo de Oro era una actividad ruidosa. Nada que ver con lo que es hoy: donde la gente guarda un silencio sepulcral. El teatro era parecido al fútbol, porque se gritaba, se arrojaban verduras al escenario, se comía y se bebía. Todo lo que era un día en el teatro lo contó Juan de Zabaleta en su obra “El día de fiesta por la mañana y por la tarde”. El teatro del Siglo de Oro era un lugar ruidoso con gente que iba a lucir sus mejores galas y con otros que iban a sacarse unas perras gordas a costa de quienes tenían dinero. Uno de los oficios que podían ejercerse era el de aguador. Como el que retrató Velázquez. Estos aguadores vendían agua o aloja que era como un agua mezclada con especias, miel y –a veces- vino.


Decíamos que Cervantes publicó unos entremeses, cuando ya se había hecho famoso por su Quijote. El Quijote había sido lanzado en 1605 y se había convertido en un éxito. Se leía mucho. A pesar de que el pobre Cervantes haya sido secuestrado y abducido por los intelectualoides, a Cervantes en su época lo leía mucha gente. Era un autor parecido a lo que hoy en España podrían significar Carlos Ruiz Zafón o Julia Navarro. Aunque los aburridos filólogos se empeñen en hacernos creer que Cervantes era un tío insufrible e intragable como Roberto Bolaño, lo cierto es que Cervantes era un escritor que se hizo muy famoso por vender libros y no por lo que dijera la crítica. Un ejemplo es que los personajes de don Quijote y Sancho eran elegidos cuando uno se disfrazaba en los carnavales. Es decir: los conocía mucha gente. Al igual que hoy se haría con Spiderman o Bin-Laden.  

Quizá porque Cervantes era famoso o porque le dio la gana, publicó en 1615 unos Entremeses. Era chocante pues los Entremeses se consideraban obras de baja estofa. Como si a Pérez Reverte le diera por escribir obras al estilo de Corín Tellado, más o menos. Uno de los entremeses que Cervantes escribió se llamaba “El Retablo de las Maravillas”. Un retablo era un pequeño teatro de títeres. Como los que se pueden ver hoy en el parque del Retiro.  

En este entremés, Cervantes retoma un cuentecillo folclórico que llevaba siglos conociéndose por Europa. La versión más conocida de este cuento la escribió Hans Christian Andersen con “El traje nuevo del emperador”. Muchos años antes, en el siglo XIV, el infante don Juan Manuel había escrito el Conde Lucanor y en el ejemplo XXXII recogió el mismo cuento. Quizá Andersen conoció el cuento del Conde Lucanor a través de alguna traducción. O por el personaje folclórico de los Países Bajos llamado Till Eulenspiegel. Es un viejo recurso conocido como “el engaño a los ojos”.  

Pero Cervantes –viejo zorro- convierte el cuentecillo en una sátira de la sociedad de su época.


El argumento es sencillo. Dos caraduras (El Chanfalla y La Chirinos) y un secuaz (Rabelín) llegan a un pueblo castellano para estafar a sus habitantes. Los quieren engañar con una argucia singular: les harán una función con un teatro de títeres; pero la obra solo podrá ser vista por aquellos que tengan la sangre limpia de cualquier contaminación morisca o judía. Es decir: no representarán nada. No se verá nada.

¿Pero quién osaría decir que no había obra alguna,  si solo los que tienen la sangre limpia pueden verla? La elección de que el centro de la trama sea un teatro de títeres no es casual. Los estafadores moverán unos inexistentes títeres, pero, en realidad, los espectadores que afirman verlos son los títeres movidos por los hilos de El Chanfalla y La Chirinos. La jugarreta de Cervantes es genial: convierte al espectador en un títere a quien su propia estupidez esclaviza.   

Chanfalla les dice que el retablo lo hizo el sabio Tontonelo, natural de Tontonela, y que era de largas barbas. Riéndose de la creencia de que uno era sabio porque tenía las barbas largas. Además, otro de los personajes dice que él podrá ver el retablo porque “cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo tengo sobre los cuatro costados de mi linaje”. Es decir: que nadie le ganaba a ser cristiano de rancio abolengo. ¿Quién no conoce a algún personaje que presume constantemente de su feminismo, de su ecologismo y de su antirracismo? Todos comienzan a presumir de ser cristianos viejos con ese ardor fantoche del que tanto hacemos gala los españoles: siempre fanfarrones y bravucones.



La representación comienza, siendo Chanfalla el maestro de ceremonias. Naturalmente, no se ve nada, pero nadie se queja. No sea que lo tachen de morisco o judío. La supuesta acción se va volviendo trepidante y todos se van contagiando y sintiendo miedo. Es un caso de alucinación colectiva como cuando Orson Welles hizo creer que habían llegado los marcianos. En un momento dado, el gobernador duda de que aquello exista, porque no ve nada. Pero se calla y dice “al fin habré de decir que lo veo por la negra honrilla”. Y el desbarajuste es de tal alcance que todos son presa de la alucinación. Incluso uno de ellos baila con una doncella que no existe.

El elemento lúcido y cuerdo es un furriel –como un sargento de la época- que viene a pedir alojamiento para unas decenas de soldados. El furriel se da cuenta del estado de demencia en que se encuentran todos por el influjo de la obra y exclama: “¿Esta loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta? ¿Y qué baile? ¿Y qué Tontonelo?” Entonces, uno de ellos –inflado de ideología dominante- grita: “De ellos es, de ellos es el señor furriel”. Como diciendo que el furriel tiene la sangre sucia. El furriel se crispa y se bate a cuchilladas con todos. La representación termina como el rosario de la aurora. El entremés concluye con Chanfalla diciendo que la magia de su obra ha quedado demostrada y es totalmente ajeno a que el pueblo se enzarce a cuchilladas con el furriel.

No es casual, tampoco, que el elemento lúcido sea un soldado. Cervantes fue soldado y siempre estuvo muy orgulloso de ello. Estuvo en Lepanto y 5 años preso en una cárcel de Argel. Cervantes había vivido mucho y tenía la visión desencantada de quien está de vuelta de todo. Estuvo en la cárcel. Se le quedó una mano inútil por un arcabuzazo en Lepanto. Hasta que publicó El Quijote malvivió como pudo. Conocía la mediocridad de sus gobernantes y la estupidez de una sociedad pobre, que se afanaba en vivir de sus glorias pasadas. Cervantes publica sus Entremeses con 67 años. Moriría al año siguiente. 

Pero lo extraordinario de su obra es aplicarla al presente. ¿Cuántos gobernantes insisten en ver algo en el retablo a pesar de que solo hay aire? ¿Cuántos canallas conocemos que se den cuenta de que el retablo está vacío y, aun así, se callan y esconden la cabeza? ¿Cuántos miserables cobardes cierran la boca para no sentirse social o políticamente menospreciados? Si Cervantes levantara la cabeza…


25 de noviembre de 2010

Fértiles custodias



La ministra de Sanidad, Leire Pajín, ha dicho que pretende modificar el Código Civil para retirar la custodia de los hijos a los hombres que se encuentren involucrados o acusados de cualquier delito de violencia de género (o machista o doméstica) como el de amenazas y no sólo a quienes ya han sido condenados.

Ensañarse judicialmente con un segmento de población suele traer como consecuencia que se dan beneficios y redenciones a otros segmentos con menos atención en titulares y boletines de prensa. Quizá se haga inadvertidamente y sin intención de favorecer a nadie en concreto. Pero a veces las comparaciones pueden ser odiosas.

Los etarras Fernando García Jodrá y Nerea Bengoa Ziarsolo han recibido un tratamiento de fertilidad, pagado con el dinero público, y no parece que haya visos de quitarles a su hijo cuando nazca. No sería inverosímil pensar que los padres darán a su hijo una imagen muy personal de por qué se hallan en la cárcel. Y tampoco nadie se preocupa de qué delirios ideológicos podrán inculcar en el niño. Al parecer, el tratamiento costará unos 6.000 euros a la Sanidad Andaluza.

Jaione Intxaurraga fue condenada por colaboración con ETA y se le permitió salir de la cárcel, para ir a Francia donde quería cruzar su perra con otro perro. Otra etarra, Elena Beloki fue autorizada a salir de la cárcel para someterse a un tratamiento de fertilidad.

Es conmovedora la determinación que tienen de concebir vidas nuevas: ya sea por cruces inducidos o por fertilidad anónima o conocida.

Los caminos de los etarras son inescrutables. Como les ocurrió a  Jon Rosales y Adur Aristegi que no pudieron resistirse al encanto de colgar su foto en Facebook con la camiseta de la selección española.


La señora Pajín confunde cónyuge con "cónyugue" (sic)




24 de noviembre de 2010

Inmaterial



El carácter mítico e irracional de la UNESCO ha quedado demostrado con la designación del flamenco y los castells catalanes como patrimonio inmaterial de la Humanidad

Ya solo el hecho de clasificarlos en una categoría que es inmaterial dice mucho de la irracionalidad de la UNESCO y sus modos de categorización. ¿Inmaterial? Es lógico que también sea la UNESCO el organismo que protege las lenguas como si fueran seres vivos. Como si el español, el chino o el árabe fueran especies vivas al igual que un cachalote, un feto humano o una musaraña. Suelen aducir que con las lenguas se hicieron obras de gran belleza como La Divina Comedia. No reparan en que las lenguas no existen sin las personas y que son las personas quienes fabrican belleza con una lengua y no al revés. Si protegemos la lengua con que se hizo La Divina Comedia, deberíamos proteger el cincel y el martillo con que Miguel Ángel hizo La Piedad.

También es preocupante que la Humanidad sea incapaz de percibir la belleza o lo atractivo de una piedra o de un valle por sí misma y que necesite de la firma de un grupo de burócratas. Es curiosa esa necesidad que tienen tantos humanos de ver su realidad tutelada por las burocracias. Como si el hombre no se hubiera dado cuenta de la hermosura de un verso; o de la belleza de un canto antes de que se inventase la UNESCO. Pero parece que la Humanidad gusta de ser custodiada; y que un papel rubricado por un oficinista le hace sentirse mejor y más importante, porque se reconoce lo “suyo”. Un reconocimiento que tanto nos gusta en España donde siempre exaltamos la aldea. La nuestra. Nuestra aldea. Que es siempre mejor que la otra aldea de al lado.

La Humanidad –sobre todo la europea- vive pendiente de que las burocracias le den el visto bueno. Si falta trabajo, se mira hacia el Estado y se le reza al Estado para que haya trabajo. En un país como España se ve al Estado como un Dios laico. El Estado nos lo dio, el Estado nos lo quitó. Con andar resignado, el español acepta que el Estado le sustraiga, le dé una limosna y le mantenga a la espera del maná que viene del cielo y del Estado. Es normal que el mismo que espera que el Estado le resuelva sus problemas esté deseoso de que la UNESCO le confirme que su creación es buena. La UNESCO unge –como antiguamente el Papa- la frente de la cosa elegida y la autoriza a entrar en el olimpo de los selectos.

Las lenguas existían y servían para insultar, amar y reír mucho antes de que los burócratas decidieran proteger lo que nunca antes había sido protegido. Por el sencillo motivo de que son los seres humanos quienes insultan, aman y ríen. Pues fue el hombre quien hizo la Catedral de León, o la de Peterborough donde está enterrada Catalina de Aragón.

Pero fueron individuos quienes soñaron con emular a su dios e hicieron acueductos, catedrales, cuadros, esculturas, libros, Internet, aviones y satélites. El ser humano está tan cómodo en el regazo de las burocracias que se olvida de que fue el individuo –y no el Estado o la UNESCO- quien lo hizo conquistar la sabana, derrotar a los Neandertales; forjar el hierro y descubrir la vacuna contra la viruela. Es el individuo –ya sea codicioso, hambriento o soberbio- quien tira del carro de la Humanidad. Y no los acomodados burócratas. Pero el individuo ha pasado de delegar en Dios a delegar en el Estado o la UNESCO.   

Como si el individuo renegase de sus logros y pareciera un tembloroso acobardado cuya existencia fuera imposible sin las burocracias. Las crisis nos recuerdan que el individuo siempre salió adelante, a pesar de los obstáculos que se encontró, cuando no había burocracias que lo guiasen por la inmensidad del universo.

Las clasificaciones que da la UNESCO serían inocentes si no fueran tan peligrosas. Las prebendas que otorga la UNESCO son dañinas y purulentas para quienes las reciben porque unifican, degradan y anulan. La UNESCO es un claro exponente del relativismo cultural: ese dogma/creencia/mantra/muletilla de que el bien y el mal ya no existen. Y como el mal y el bien ya no existen, tampoco se discierne entre lo bueno y lo malo. El relativismo es otra de las aspirinas que tiene Occidente para no verse obligado a presumir de su superioridad. Como Occidente se avergüenza de haber creado el mundo más libre y avanzado, se acurruca, se tapa  y clama -desde debajo de la manta- que una teocracia es comprensible, porque es otra cultura. He ahí el vocablo brujo: cultura. Cualquier estupidez se disculpa, si se hace en nombre de la cultura. Como la caca enlatada de Piero Manzoni; o las multas lingüísticas que pone la Generalitat; o que se obligue a los hoteles catalanes a servir desayunos catalanes. Todo en nombre de la cultura.

Lo malo del relativismo es que concluye significando que vale lo mismo Darwin que Jehová. Hemos arrinconado al dios cristiano hasta el k.o, para cebar a un Alá gordo y hermoso.

El relativismo tiene la sesera tan hueca que afirma que vale lo mismo los dedos de Paco de Lucía que 20 señores trepando uno sobre otro. La complejidad del flamenco y, por ende, de Paco de Lucía puede entenderse mejor con la labor de su luthier. El relativismo dice que es lo mismo esto:


…que esto


Como tampoco es lo mismo esto:


…que esto




22 de noviembre de 2010

La indiferencia de los haitianos


La foto fue portada del New York Times el 10 de julio de 2001. La hizo el fotógrafo español Javier Bauluz y la tituló “Pareja en la playa con cadáver”. La fotografía también se título en muchos medios “La indiferencia de Occidente”. La foto ganó el Premio Pulitzer.


La foto no quería mostrar, sino que quería educar y aleccionar. Quien la hizo pensó en que quería obtener una respuesta condicionada por parte de quien observase la foto. No había un afán de contar lo que pasaba, sino de fabricar una realidad inexistente.

Quien sabe algo de fotografía conoce que la elección de una lente/objetivo influye en el resultado de la fotografía. Un gran angular relativiza las distancias entre los elementos que componen la foto y amplía el ángulo de visión. Por su parte, un teleobjetivo consigue el efecto contrario: comprime las distancias de los elementos. La foto del premio Pulitzer está hecha con un teleobjetivo. Se ve en la proporción de las distancias. El fotógrafo escogió el teleobjetivo para acortar la distancia y para hacer creer que la pareja estaba más cerca del inmigrante muerto de lo que realmente estaba. El fotógrafo inventó una foto para ilustrar su odio a Occidente.



La fotografía no quiso mostrar a la Guardia Civil, ni a los cuerpos sanitarios que se desplazaron. La siguiente foto –hecha desde el ángulo contrario- muestra a la Guardia Civil, a policías de paisano, a periodistas y a curiosos. El protocolo que se sigue en estos casos es siempre el mismo y, en esta ocasión, funcionó como funciona otras veces. Pero el fotógrafo no quería mostrar eso, sino que quería enseñarle al mundo que Occidente es un organismo pútrido, despiadado y vil que no merece respeto.

Varios periódicos regionales mostraron fotos de ambulancias, médicos y jueces de guardia, que se tomaron ese mismo día. Pero el mundo occidental siempre está dispuesto a flagelarse y recrearse en su masoquismo. De manera que solo escogió la foto que mejor ejemplificaba su propia y repugnante conducta. Porque la culpa es inseparable de Occidente. Un occidental no es moderno ni avanzado si no se siente culpable. Nunca nadie habló de la “indiferencia del fotógrafo” que sacó su cámara y montó tranquilamente el teleobjetivo. El fotógrafo tampoco interrumpió su labor y tampoco corrió a abrazarse entre lágrimas al cadáver. Que quizá es lo que el fotógrafo hubiera querido que esa pareja hiciese. Pero el fotógrafo de la prensa socialdemócrata no fue puesto en entredicho porque sus acciones no violaron ninguna creencia socialdemócrata. La socialdemocracia es sabedora de su superioridad moral y por eso, cuando sus fotógrafos siguen haciendo tranquilamente su trabajo, no han de responder ante nadie. Puede que por eso se retoquen tantas fotos.

Las siguientes fotos se publicaron por la epidemia de cólera que arrasa Haiti. Nadie las tituló como “La indiferencia de los haitianos” a pesar de que la indiferencia es bastante evidente. Podríamos decir que la gente se resigna ante tanta miseria y que termina por habituarse a la muerte. Sea como fuere, nadie habló de la “indiferencia de los haitianos”. Acaso porque a un occidental nunca se le ocurriría exigirle a un tercermundista ninguna responsabilidad. Solo el occidental responde de sus actos. 


El habitante del Tercer Mundo goza de una moratoria que le permite no responder de sus actos ni ser puesto en tela de juicio. El occidental bastante ocupado está ya sintiéndose culpable. Sigue sin quedar claro por qué no se le exige la misma responsabilidad de sus actos a un señor de Haití que a un señor de Almería. A no ser que sea porque, en el fondo, se les ve como minusválidos. Y no se le puede exigir responsabilidad a un minusválido. Quizá porque no son responsables, tampoco son libres.



Aunque nunca nadie habla de qué le pasaría a un occidental muerto en una playa del Tercer Mundo. 

12 de noviembre de 2010

Rabia y esperanza



Las elecciones de Estados Unidos suscitan pasiones. La mayoría aprieta el puño como si quisiera votar en lugar del ignorante yanqui. El estadounidense es visto como un tonto fanático hiperreligioso que no repara en la añeja sabiduría europea. A Estados Unidos le importa poco lo que pasa en Europa y nada cuanto sucede en España. Es la actitud normal que se tiene hacia una provincia. Tampoco en España se sabe lo que acontece en Senegal o Bangladesh. El español se ofende. El mismo español que no sabe quién fue Thomas Jefferson, Carl Sagan o Leland Stanford.

El periodismo es fuertemente socialdemócrata también en Estados Unidos. La portada de la revista Time es una prueba. Bajo la foto se puede leer “How a new breed of republicans tapped into voter rage…” que podría traducirse pedestremente como “…una nueva estirpe de republicanos se aprovechó de la rabia del votante…” Rabia. Cuando el votante vota republicano, vota por rabia. Si tenemos en cuenta que el nombre de Obama se asoció sin parar a la esperanza, percibimos de forma clara quiénes son los buenos y los malos. Obama es la esperanza y los republicanos la rabia. El demócrata es la persona de corazón puro y sincero que aporta esperanza. El republicano es el perro rabioso que segrega bilis. Este enlace de Weekly Standard habla de eso. Se titula “Republican Rage” es decir “la rabia republicana”. Presentar al contrario como un dóberman rabioso es un recurso conocido en España.

En cambio, Obama fue publicitado como Esperanza. El afiche con Obama mirando hacia el infinito con el lema “Hope” dio la vuelta al mundo. Pocas veces se han hecho fotos tan celestiales y que tanto insistían en la imagen mesiánica del candidato Obama. La socialdemocracia gusta de sustituir los mitos religiosos por sus propios mitos. Tienen la misma e irracional retórica. El mito de la bondad innata del ser humano es tan indemostrable como la existencia de Dios. Pero insisten.



Insistieron en que Obama era medio negro, aunque, en realidad, también es medio blanco. Pero se tomó su negrura como un valor añadido. Se dijo que el ser negro era un hecho positivo. Como si el ser blanco fuera un beneficio en sí mismo. No obstante, la melanina de Obama jugó a su favor.

El republicano es un doberman rabioso y blanco. Y Obama es negro y esperanza.