21 de septiembre de 2011

Antonio Alcántara: un emprendedor irredento.



La serie Cuéntame hecha por RTVE es una serie irregular. En su mayor parte es una serie muy almibarada y cursi. Es altamente maniqueísta, ya que los personajes de derechas son planos, malvados y sin matices. En cambio, los de izquierda tienen sus contradicciones. Son humanos. Dudan. Pero siempre triunfa su bondad inherente. Esa bondad innata que les sitúa a tiempo en el correcto lugar. 

Sus elegías finales con la voz en off que flota sinuosamente sobre una música empalagosa son antológicas. El planto final deja a cada cual en su sitio y aporta la moraleja -o moralina- última y rotunda.La voz en off nos conduce con sigilo -pero con firmeza- para que las conclusiones no sean erradas y sepamos de manera taxativa quiénes eran los buenos y los malos en la época. 

Además, son abundantes sus críticas al capitalismo y sus vicios aledaños como la codicia. El capitalista por excelencia es don Pablo, quien es un personaje abyecto, vil, explotador, que engaña a su mujer y que trata con desdén a quien no es como él. Vive por el hedonismo más rampante y no para mientes en buscar las argucias más infectas al objeto de lograr sus metas rastreras. No vacila en engañar a Antonio Alcántara, su empleado, y hacerlo responsable de una estafa que no ha cometido. Es la ruindad personificada.

Pero el personaje más interesante y que matiza, muy mucho, el discurso anticapitalista es Antonio Alcántara interpretado por Imanol Arias cuya interpretación, a ratos, es sencillamente genial. Vistas las incoherencias de otros personajes de la serie, parece creíble pensar que la genialidad de la interpretación subyace más en el actor que en el guionista. 


Antonio Alcántara es un emprendedor. No se conforma con ser un don nadie. A pesar de que no ha podido estudiar, trabaja como ordenanza en un ministerio por la mañana y por las tardes en una imprenta. Dentro del ministerio, ascenderá de categoría -sin dejar de ser ordenanza- gracias a su buen hacer y en la imprenta llegará a ser el encargado. Es decir: su esfuerzo le reporta frutos. Su vida no ha sido fácil: llegó a Madrid desde un pueblo y era huérfano de un padre fusilado en la Guerra Civil.

No se conforma con eso y, mientras sigue de encargado en la imprenta, compra una máquina de impresión de segunda mano, con la que pretende ganar un dinero extra. Esto le supone trabajar aun más horas y llegar más tarde a su casa. Pero es ambicioso y quiere más. Se esfuerza para conseguirlo. Cuando lo quieren disuadir y le dicen que elija una vida más tranquila, siempre contesta que quiere más de lo que tiene. Por desgracia, su aventura de impresor en solitario no sale bien y ha de vender la máquina al borde de la suspensión de pagos. 

Más tarde, don Pablo le ofrece ser su mano derecha en su nuevo negocio inmobiliario. Antonio acepta. Pero Antonio ha de lidiar en un mundo sofisticado en el que ha de refinarse. Se lee sin chistar un libro sobre protocolo y buenas maneras. Asimismo, se compra una enciclopedia y se va leyendo todos los tomos desde la A hasta la Z. Aunque no pudo estudiar, no se resigna y quiere aprender. Además, quiere dinero para comprarse un televisor, una lavadora, para irse de vacaciones a Benidorm. Quiere vivir mejor. Dice que lo hace por su familia y es cierto. Pero lo hace por sí mismo, principalmente. 

El negocio inmobiliario sale mal y está a punto de ir a la cárcel. Vuelve a trabajar de ordenanza. Al poco volverá a trabajar en una imprenta donde se convertirá en encargado nuevamente. Después, la imprenta no irá bien y los dueños la venden a los trabajadores. Se acuerda explotarla en régimen de cooperativa y Antonio Alcántara es uno de los que arriesgan su dinero, junto a 2 socios más. Casi nadie quiere aceptar el riesgo, pero Antonio acepta. Podría haber salido escaldado de sus anteriores empresas: aun así, insiste.

La imprenta irá bien y Antonio Alcántara se convertirá en el único dueño al comprar la parte de los otros gestores. Incluso lanza una revista que funcionará al principio, aunque luego habrá de cerrarla. No tenía bastante con un riesgo y asume otro: la revista. Una organización patronal lo nombra empresario del año. Ha pasado de ser ordenanza a empresario del año gracias a su esfuerzo y abnegación. 

Inicia una carrera política por la que le dan un importante cargo dentro del Ministerio de Agricultura. Se muda a una casa más grande. Conduce un Mercedes. A la vez, le hacen una sustanciosa oferta por su imprenta que lo hace casi millonario. Está a punto de jugar en bolsa el dinero que le ha proporcionado la venta de la imprenta, pero su mujer lo convence para que lo inviertan a plazo fijo. El quiere riesgo; su mujer no. 

El banco en el que depositan su dinero quiebra y lo pierden todo. Tras el shock inicial, se va a la cola del paro dispuesto a empezar de nuevo. Antonio Alcántara es un emprendedor irredento. 


3 de septiembre de 2011

Lenguas en peligro


Uno de los sintagmas más excesivos e irracionales que se emplean en relación a las lenguas es el de “lenguas en peligro”. Hoy en día el lenguaje se hace excesivo para impactar. Y debido a esto se crean sintagmas alocados como “genocidio lingüístico” o “lenguas en peligro” que pretenden clavarse en el corazón del lector para obligarlo a tomar partido y apuntarse rápidamente a algún movimiento u organización que defienda las lenguas de su extinción. Como si fuera el lince ibérico.

Al hablar de “lenguas en peligro” se pretende equiparar una lengua a un organismo vivo y, de esta manera, incluirlas en la categoría del águila imperial o el urogallo. Una lengua no es un organismo vivo que deba ser protegido por el Estado, sino una creación del organismo del ser humano. Ambas son cuestiones relacionadas pero no iguales. Como tampoco se protegen las lágrimas, el sudor o una hez, es absurdo proteger una lengua. Las lenguas no respiran ni enferman. No existen sin el ser humano. Las lenguas existen cuando hay hombres que las quieren hablar. Y mueren cuando a los hombres les dejan de interesar. Este hecho que parece una tragedia no lo es. Ha pasado durante toda la historia de la Humanidad y seguirá pasando a pesar de los millones de euros que se gastan al día en preservar lenguas.

Los hombres han abandonado sus lenguas porque les venía mejor hablar otra para sobrevivir. Aunque en el mundo rico occidental se considere un avance gastar dinero en preservar lenguas, a la  Humanidad durante milenios ni le preocupó ni le entristeció cambiar su lengua por otra. Les preocupaba no pasar hambre y poder mantener una familia. Y, si para eso tenían que abandonar su lengua, lo hacían sin trauma alguno.

Quizá la creación de obras en esas lenguas lleva a muchos a pensar que las lenguas en que se han hecho esas obras han de preservarse, al igual que se protegen esas obras. Pero se olvida que no son las lenguas las que crean las obras sino los hombres que las hablan. Como tampoco se preserva el cincel y el martillo con los que Miguel Ángel esculpió su David. No fueron las herramientas sino la actividad cerebral de Miguel Ángel y sus manos las que esculpieron el David. Cualquiera de nosotros haría el ridículo con el mismo mármol, cincel y martillo con los que Miguel Ángel esculpía.

Pero se tiende a pensar que cualquier hablante de una lengua es un Cervantes en potencia y que cada frase que emite es un soneto bellísimo que debe ser preservado. No obstante, la mayoría de la Humanidad se comunica con su entorno en una lengua que habla a trompicones, con pausas torpes, con repeticiones, comenzando de nuevo, dejando las frases a la mitad, con caída de preposiciones, con errores de concordancia y con incorrecciones léxicas. Es normal que alguien diga al cabo del día una frase como “pásame el ése que está en el ése”. La frase no es bella pero cumple la función de la lengua que es comunicar.

La lengua es una herramienta, a pesar de que se le adjudiquen capacidades teológicas. Es común oír en las facultades de Filología que dejar de hablar la lengua materna es como que a uno le corten el brazo. Menuda necedad. Cómo se nota que nunca les cortaron un brazo y que tienen su nevera repleta de comida y dinerito en la cuenta bancaria. La Humanidad se juega la vida a diario para llegar a sitios donde perderá su lengua a cambio de comer caliente y vivir en una casa confortable.

La lengua materna: ese mito. Establecen ese vínculo teológico como si hablasen de la leche materna. Hay gente sanísima que se crió con biberón y gente que abandonó su lengua materna a cambio de comida, casa y prosperidad. Sin darse cuenta de que al abandonar su lengua y comenzar a hablar la de su entorno estaban utilizando la lengua para la primerísima función por la que fue surgiendo en los organismos de los humanos: la comunicación.