Este es el rollo o picota de Ocaña. Se llamaba rollos a las columnas que se usaban para señalar que ese lugar estaba sometido a la autoridad del Rey. Solía haber una en cada pueblo o comarca de España. Era un modo de recordar a los que pensaban infringir la ley lo que podía ocurrirles si se pasaban un pelo. Lo primero que se hizo en América fue erigirlos en las primeras ciudades que se fundaron. Las picotas eran similares, cambiaban algo en su forma. De ahí viene la frase "poner a alguien en la picota".
De los rollos o picotas se ahorcaba a los reos de justicia aunque, en ocasiones, solo se colgaban sus cabezas: a la entrada del pueblo, para que se viesen bien y fueran escarmiento de granujas. Se dejaban balanceándose hasta que los buitres y cuervos les habían comido todas las partes blandas. En tiempos de Felipe II se mandaban documentos a las zonas rurales exigiendo que en todos los pueblos hubiese horcas, cuchillo, cárcel y picotas. Su uso se abolió en 1813 tras las Cortes de Cádiz, derribándose la mayoría. Mal hecho. Les entró la fiebre de la corrección política de la época y esa herencia de la Revolución Francesa de que no había que infligir puniciones desmedidas. Menos mal que hubo quienes se saltaron la orden y todavía podemos verlas en bastantes lugares de España. Esta es la de Ocaña, provincia de Toledo. Estas picotas forman parte de nuestra historia. A mí me entran escalofríos de imaginarme los cuerpos o cráneos pudriéndose y las aves carroñeras revoloteando.