Se ha muerto Leslie Nielsen. El diario El Mundo dice que hacía gansadas. Como si eso fuera malo.
Grandes momentos me dio Leslie Nielsen. Sobre todo como el teniente Frank Debrin en “Agárralo como Puedas”. Es legendario ese comienzo en que le quita la mancha del cráneo a Gorbachov.
Leslie Nielsen hacía reír y, ante la crítica sesuda que orgasma ante las películas aburridas, eso es una cuestión muy vulgar. Puede que sea por la carencia de adjetivos.
Un crítico puede desplegar toda su pluma arrolladora con una tragedia. Puede decir que el actor se envolvió en la piel del personaje, lo absorbió y luego lo escupió sin dejar de moldearlo. Puede decir que el actor se metió en la hondura de la parte más gris del ser humano y que rascó hasta arrancar el pus y la bilis de la oscuridad del alma. O cualquier otra frase hueca similar. Al crítico le excitan las aliteraciones (repetición de sonidos similares). No está diciendo nada, pero quien la lee se siente culto porque encuentra frases con palabras poco usuales y con alguna subordinada. Quien lee se queda un rato meditando y deduce que, si la crítica lo hace pensar, la película será una obra maestra que lo teletransportará al olimpo donde cultas huríes le escanciarán ambrosía literaria. Allí donde habitan los que ven buen cine. El que aburre. Y sentirá la conmiseración minusválida por quienes no ven ese cine tan bueno.
Pero, en cambio, con una comedia no está a gusto. No puede decir que el actor hurga en los rincones más sombríos del alma. Una comedia apenas admite adjetivos. Un crítico es un tío serio. No se ríe. El crítico tiene como misión celestial dirigir a las masas en lo que deben ver. ¿Qué va a decir él de una película donde toda la sala se reía? El crítico se siente muy vulgar y siente la rauda necesidad de alejarse de semejante dosis de populacho. Dirá que la película entretiene; que es de consumo masivo; que cumple su función. Masivo: la masa es mala. La masa no sabe lo que le gusta. La masa solo es sabia cuando vota y elige a su culto caudillo que es gran amigo de actores serios.
A lo mejor el crítico sonrió y quizá se murió de risa, pero jamás lo admitirá delante de los mortales. Como mucho lo reconocerá en sus memorias que nadie leerá.
Las gansadas al crítico le parecen reprobables. Hacer reír le parece reprobable. Seguro que muchos de nosotros tenemos un amigo ganso que nos alegra la vida; al que lo llenamos de abrazos cuando nos mete la alegría en el cuerpo y nos esfuma las inmundicias. Ese amigo al que deseamos ver y que derrumba las reuniones cuando anuncia a última hora que no podrá venir. Las quedadas no son lo mismo sin él. Se le echa de menos por las gansadas. Y porque la gente que hace reír suele tener un corazón noble que engancha. Pero también por las gansadas. ¿Por qué no es culto reírse? ¿Por qué la comedia no es digna de admiración?
Dicen los paleontólogos que uno de los rasgos que iban diferenciando a los homínidos más avanzados era la risa. Hay animales que ríen pero nunca entenderían un chiste porque su inteligencia es limitada ya que carecen de imaginación. No pueden abstraer del mundo más que lo que ven. Un pájaro construirá un nido durante milenios sin que jamás se le ocurra construirle un techo. No tienen imaginación. Y no se entienden los chistes sin imaginación humana. A un animal no se le podría contar un chiste. Jamás lo entendería, aunque entendiese nuestra lengua. No le podríamos decir que los perros en Argentina dicen "este...guau". Porque para un animal o para un neandertal, un perro solo ladra. Pero a un crítico serio e ilustre -con desdén neandertaliano- no le gusta la risa.
Descanse en paz, señor Nielsen. Me seguiré riendo con sus películas. A pesar de la crítica.