27 de octubre de 2008

El buen salvaje


Uno de los conceptos que más contribuyó a crear la Leyenda Negra de España en la Conquista de América fue la idea del filósofo francés Rousseau denominada: El Buen Salvaje. El filósofo francés, en su obra “Discurso sobre el Origen de la Desigualdad entre los Hombres”, daba una versión pesimista de la sociedad que conocía, y ensalzaba a rabiar el modo de vida de las tribus primitivas. Como un asidero a las diferencias sociales, el hambre y las penurias que se sufrían en Europa, se volvió la vista a las tribus primitivas idealizando su forma de vida y asegurando que vivían en el Paraíso. Se había creado uno de los mitos más fuertes y más recurrentes: el Buen Salvaje. El europeo era el opresor y el despiadado expoliador; y el indígena era un ser bueno y noble de bondad infinita.

Rousseau decía: “El hombre salvaje, después de que ha comido, está en paz con la Naturaleza y es amigo de todos sus semejantes. ¿Trata alguna vez de disputar su comida? Nunca llega a las manos sin haber comparado antes la dificultad de vencer con la de hallar en otra parte la subsistencia. Y como el orgullo no se mezcla con el combate, se termina con unos pocos puñetazos. El vencedor come, el vencido va a buscar fortuna a otro lugar y todo termina de modo pacífico” 



A causa del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy un arraigado complejo de culpa. Está convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la Tierra, a los que agrupa bajo la denominación Tercer Mundo. Supuestamente, estos pueblos corrompidos serían ahora, sin la influencia occidental, felices como Adán en el Paraíso y puros como un diamante sin pulir. Sus raíces indígenas, según ellos, son cuanto necesitan para convertir el diamante en bruto en un diamante pulido. 


Michel de Montaigne fue otro escritor del siglo XVI que ayudó a crear el mito del Buen Salvaje. En sus Ensayos escribió refiriéndose a América: “No hay ricos, ni pobres, ni contratos ni sucesiones […] Las palabras mismas que significan la mentira, la traición, la envidia, les son desconocidas. Desconocen que el comercio con los europeos les traerá la ruina” La América anglosajona no tuvo ningún problema de coexistencia con indios o negros. O los mataba o los arrinconaba o los explotaba. El español también mató y explotó pero integró. Hizo una sociedad en que había indios y negros. Había clases sociales, obviamente, y los criollos eran quienes ostentaban los privilegios, pero el indio tenía su función. Si no hubiera sido así, no habría indios en Ecuador, Bolivia o Paraguay. El español -a su manera y con mentalidad de hace siglos- integró y creó una sociedad con españoles, criollos, indios y negros. El anglosajón creó una sociedad de blancos en la que no tuvo problemas de integración porque nunca tuvo intención de integrar a nadie con los blancos. Blancos por un lado, indios por otro, negros por otro.

La frustración de no haber creado una sociedad rica y opulenta hace que el hispanoamericano reniegue de sus raíces europeas y busque en su indigenismo el remedio a sus males. Tras culpar a los europeos y españoles de sus infortunios, ahonda en su indigenismo del que cree que es un Bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. El indígena alimenta su resentimiento con figuras como Tupac Amaru quien descendía en línea directa de los últimos reyes incas. Tupac Amaru se rebeló en 1780 pero fue apresado, torturado y ejecutado, lo cual le hizo pasar a la historia como un mártir precursor de la independencia americana. Pero esto es otro mito.

Tupac Amaru se rebeló –eso es cierto- pero en nombre de Carlos III, el rey ilustrado español que pretendía imponer reformas contra los abusos de los criollos peruanos. Quienes torturaron y mataron a Tupac Amaru eran criollos –tan americanos como Tupac Amaru- que no querían perder sus privilegios, ni querían que Carlos III los incordiase con ideas demasiado modernas. El criollo –la clase dominante que descendía del conquistador español- comenzó a tener sentimientos encontrados. Le llegaban noticias de la guerra de independencia que se libraba en Estados Unidos contra los ingleses y le seducía la idea de detentar todo el poder, cortando las amarras que lo sujetaban a España. Tras la rebelión de Tupac Amaru se prohibieron en Perú los retratos o vestiduras de tipo inca. Se prohibieron los rituales que se mantenían desde la época de los incas y se prohibió que hablasen lenguas incas. Pero 40 años después, cuando las naciones americanas surgen, los nuevos libertadores recurren al mito del Buen Salvaje y rebuscan en sus raíces indias una legitimación a su poder. Los mismos criollos que se sentían españoles y que despreciaban a los indios, comienzan a alabar los recuerdos de los imperios precolombinos de antaño, como el de los incas. Los nuevos presidentes de las naciones americanas buscan en el indígena un modo de legitimar su poder, a pesar de que años antes lo despreciaban. Hoy en día gentes como Hugo Chávez o Evo Morales siguen hurgando en el indigenismo del Buen Salvaje.

Las sociedades precolombinas que los españoles se encuentran al conquistar América eran feroces y terriblemente desiguales. Como también lo eran las sociedades europeas, pero en menor medida. Las sociedades precolombinas se hallaban en estados más primitivos de civilización, avances y derechos que las europeas. A pesar de que se quiere propagar a toda costa que los incas y aztecas eran monjitas de la caridad, es un mito que se cae por su propio peso.

Los aztecas fueron derrotados por los españoles, entre otras razones, porque otros pueblos de la región como los tlaxcaltecas se alzaron contra ellos. Y se alzaron no porque hubieran leído a los clásicos griegos, sino porque los aztecas se los comían. Y que alguien te quiera como primer o segundo plato o te quiera hacer rebozadito o la plancha suele ser un buen argumento para que le cortes la garganta antes de que te la corte a ti. De igual manera que los chancas –pueblo más tarde sometido por los incas- hacía lindezas de este tipo. Copio de la Wikipedia: “Los chancas eran muy sanguinarios al momento de pelear, cuando capturaban al enemigo lo hacían prisionero de guerra. Les hacían cosas crueles para demostrar al enemigo que no debían meterse con ellos; les hacían cosas como escalparlos, o sea, estando aún con vida los prisioneros les arrancaban la piel, los colgaban de cabeza para que la sangre se concentre en la parte superior del cuerpo y les hacían unos pequeños cortes en la parte frontal de los dedos de los pies, es ahí de donde comenzaban a arrancar la piel poco a poco, mientras el prisionero daba gritos despavoridos. Otra forma de intimidar al enemigo era haciendo copas hechas de los cráneos de los prisioneros en donde bebían la sangre del enemigo” No hay que sentir pena por los chancas. Los incas los conquistaron más tarde y les hicieron lo mismo o peor. Recientemente se ha sabido que los incas también hacían
sacrificios humanos , cosa que no se conocía.

Ross Hassig, que es un experto estadounidense en la sociedad teocrática y guerrera que conformaban los aztecas, en su libro titulado Aztec Warfare relata que en 1487 el emperador Ahuitzol sacrificó 80.000 prisioneros en 4 días. Se cree que los sacerdotes aztecas mataban a razón de 14 prisioneros por minuto. En Auschwitz y Dachau no superaron ese ritmo de asesinato. Tenían cuatro altares funcionando a la vez y los verdugos se turnaban. Matar cansaba mucho porque los cuchillos eran de obsidiana y a veces el pecho no se rompía con facilidad a fin de extraer el corazón: los aztecas no conocían ni el hierro, ni la rueda, ni el arado. Era toda una cadena de montaje del asesinato. Y puestos a aplicar el término de genocidio sería aplicable a la matanza calculada y planificada de los sacerdotes aztecas. Tal cual mostró Mel Gibson en su película Apocalypto, a pesar de que luego lo llamaron genocida y occidental. Quien osa oponerse al mito del Buen Salvaje es un sanguinario occidental a quien le falta sentirse lo bastante culpable. Si un indio se come a otro indio no es genocidio, es una simple expresión de sus peculiaridades culturales. En cambio: si un español mata un indio es un genocida.

Cieza de Leon, que estuvo en América entre 1530 y 1550, dejó escrito sobre los chibchas de lo que hoy es Colombia: “Gustaban especialmente de la tierna carne de los niños y oí decir que los caciques de estos valles buscaban de las tierras de sus enemigos todas las mujeres que podían, las cuales, traídas a sus casas, las empreñaban y, si de ellas tenían hijos, los criaban con mucho regalo hasta que habían 12 ó 13 años, y estando bien gordos, los comían con gran sabor” El cacique de quien hablaba Cieza de León era el cacique Nutibara, cuyo nombre ha servido para formar un
grupo paramilitar. Como se ve el mito del Buen Salvaje se convierte en el mito del Buen Guerrillero y así da lugar a esos luchadores por la libertad que son las FARC colombianas y que retienen a sus secuestrados con un collar al cuello como si fueran perros durante años. Que se lo cuenten a Óscar Tulio Lizcano que apenas ha estado ocho años retenido en la selva por estos egregios abanderados de los derechos humanos y que tan buena prensa tienen en España, entre los mismos que felicitan a Fidel Castro, Morales, Chávez, Correas…Suma y sigue. Eso sí: a todos se les llena la boca de baba cuando tienen que tildar al prójimo de fascista. Qué serían ellos sin tan mágica palabra.

La consecuencia más destacada del mito del Buen Salvaje y de su hermana gemela La Leyenda Negra Española es que todo buen español que se precie de su progresismo y de sus ideales avanzados tiene un sentimiento de culpa fuertemente arraigado en su interior. Y corre a disculparse por el hecho de ser español cuando le nombran a los aztecas y a Hernán Cortés. Está convencido de que Cortés era un genocida, aunque jamás se haya leído ni un libro sobre la conquista de México. Ni por supuesto tiene la más mínima idea de qué hacían los aztecas y cómo era su sociedad. El Buen Español se siente culpable por lo que hicieron sus antepasados, y se pone muy serio y mueve la cabeza, muy compungido, renegando de un asesino de la calaña de Hernán Cortés.

14 de octubre de 2008

Berlanga en Villava


Esta es una glosa de urgencia debido a la noticia que a la 1.54 de la mañana leo en el Diario de Navarra. Me causa dolor que Berlanga esté viejito y sea incapaz de rodar, pues sé que estaría encantado de hacer una película que podría llamarse La Bandera de la Bestia. La foto es real y no está trucada. Es una prueba señera e inequívoca de que España es uno de los países más absurdos e inclasificables del mundo. La noticia es la siguiente.


Guerra de banderas en Villava con la ikurriña, Iron Maiden y Osasuna
- Ragionalistas y socialistas critican así que el alcalde, Peio Gurbindo (NaBai), no ordene la retirada de la ikurriña que coloca ANV
C.A.M. . VILLAVA Miércoles, 1 de octubre de 2008 - 04:00 h.
El salón de plenos del Ayuntamiento de Villava vivió el pasado lunes una peculiar "guerra de banderas", aunque su presencia no fue objeto de debate durante la sesión. A la ikurriña que desde el principio de este mandato municipal exponen los concejales de la ilegal ANV se sumó hace cuatro semanas la bandera de Iron Maiden colocada por el portavoz del PSN, José Luis Úriz.
En la última sesión fue UPN el que se sumó y sus concejales colocaron una bandera y un banderín del Club Atlético Osasuna. El alcalde de Villava, Pello Gurbindo (Atarrabia Nabai), que anteriormente rechazó las peticiones de socialistas y regionalistas respecto a la ikurriña, no ha ordenado quitar el resto de enseñas.
El socialista José Luis Úriz, defendió ayer su "estrategia de Gandhi y su resistencia pasiva" al colocar la bandera de Iron Maiden. "No la quitaré hasta que no quiten el resto, ya que los de ANV incluso nos humillaron con el águila negra", señala. Los regionalistas se han sumado ahora a esta estrategia al ver la pasividad de Gurbindo. "Él siempre defiende que la bandera es un tema de sentimientos y elegimos la de Osasuna y luego la del Portland y haremos los mismo con todas las nacionalidades, 20, que conviven en Villava".


Puesto que la cuestión va de Iron Maiden, qué mejor canción suya para ilustrar semejante esperpento que la titulada “El Número de la Bestia”, aunque sería más apropiado decir “La Bandera de la Bestia”.






5 de octubre de 2008

Bardulia


Los centros de resistencia contra los musulmanes que en el siglo VIII invadieron España aparecieron en Asturias y Cantabria. Eran visigodos. Igual de brutos que los germanos que se ven al principio de la película Gladiator pero que habían sido amansados por el latín. Los visigodos eran germánicos y tenían sangre levantisca en sus venas. Gustaban de cantar sus gestas en poemas que se recitaban pero que no se escribían. Los visigodos eran un pueblo listo que asimiló la cultura que habían ayudado a aniquilar. Hablaban latín. Un latín deformado, corroído, pero latín. Creían en el Dios de los cristianos aunque en una versión distinta que se llamaba arrianismo. El arrianismo decía que Jesús no era Dios. Al principio esto era una opinión; luego fue una herejía. Dio igual: los visigodos aceptaron poco después que Dios es uno y trino. Los visigodos eran brutos germánicos cuyas leyes no se escribían sino que se basaban en la costumbre: derecho consuetudinario. Tenían nombres bárbaros como Fernando, Alfonso o Rodrigo que sonaban fuertes a los suaves oídos de los latinizados hispanos.

Los hispanos que se habían salvado de la invasión árabe se hicieron especialistas en cuidar ovejas. Era un animal pequeño que daba lana, leche y carne. Lo normal. Pero la oveja es un animal que se mueve con rapidez y había que moverlo con rapidez cuando sucedía una incursión árabe. A la oveja se la puede escabullir por algún desfiladero o garganta. La oveja se pasaba la vida moviéndose de norte a sur por la zona que a finales del siglo VIII quedaba al norte del río Duero. Fueron estos terrenos los que el rey Alfonso II de Asturias comenzó a defender con fortalezas de piedra que situaba a lo largo de un área que iba desde León hasta Zaragoza. En aquella época, a esa área se la llamaba Bardulia, recordando a los primigenios habitantes prerromanos que habían poblado una zona más al norte que hoy se correspondería a Guipuzcoa.

A fin de repoblar Bardulia, el plan parecía sencillo. La tierra de nadie que se ganaba a los árabes había que repoblarla. A ese objeto, se animaba a un conde, o cualquier noble que tuviese los redaños de dormir pensando que un moro iba a venir a sajarle el gaznate, con dádivas, privilegios o los archiconocidos fueros. Junto al noble se iban campesinos también con los bemoles bien puestos que se aventuraban en tierra peligrosa, siempre acechada por los rebatos de los árabes. El moro, cual comando de marines, se internaba en tierra cristiana, arrasaba cosechas, talaba árboles, mataba animales, violaba mujeres y capturaba a quien pudiera venderse como esclavo o a de quien se pudiera pedir un rescate; y se volvía a tierra mora como alma que llevaba el diablo. Para impedir esto, en la medida de lo posible, se levantaron fortalezas por doquier y se convenció a muchos desdichados de que habitasen estos predios.

Era fácil conseguir tierra. Pensad en esas películas que versan sobre la conquista del oeste en Estados Unidos en las que los primeros en llegar eran quienes se quedaban con la tierra. No había mucha ceremonia. Se pondría un palo o una cerca y, el que la veía se la quedaba. A cambio de exponer su pellejo al alfanje de los moros se les liberaba de pagar impuestos. Pero el asunto tuvo un éxito inesperado. La gente arribaba en masa, como en California cuando se desató la fiebre del oro. En la vieja Bardulia comenzaron a aparecer poblados, y se comenzó a llenar de gente que provenía de otros territorios. El aspecto que tendrían estos poblados recordaría a los que había en Alaska y que describe Jack London en sus novelas ambientadas a finales del siglo XIX. O como cualquier pueblo del salvaje oeste estadounidense: con su salón, con su burdel y con su posada. La gente que habitaba estos predios era gente curtida, agreste, a quien no le quitaba el sueño el riesgo ni la aventura. No tenían muchos principios y tan pronto degollaban moros, como se aliaban con moros para quitarle la tierra a un cristiano. Algunos tenían sangre más noble en sus venas y otros más plebeya, aunque las castas sociales se diluían en esta tierra improvisada. Dicen las crónicas que era tal el estado de alerta, alarma y estrés en que vivían que “los cavalleros et los condes et aun los reys mismos paravan sus cavallos dentro en sus palatios, et aun dentro de sus camaras onde durmien con sus mugieres”

Y cada uno de ellos traía su propia lengua, pero, como en cualquier zona fronteriza en que conviven gentes de origen diverso, se fue forjando una lengua nueva. Una lengua que incorporó elementos y formas de otras lenguas y que se movía muy rápido, adaptando novedades a pasos agigantados igual que las ovejas. Las otras lenguas peninsulares se parecían más al latín, pero esta era una lengua hosca y ruda, de sonidos fuertes. En la frontera no se perpetuaban las pronunciaciones heredadas de la abuela, porque no había abuela de quien heredar nada. La gente iba y venía. No había normas, solo la necesidad de comunicarse con quienes venían de sitios muy diversos. Cuentan las crónicas que en Bardulia llegó a haber: gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provenzales, lombardos. Tanta gente distinta comenzó a dar una lengua distinta.

En las diversas regiones de la Península se hablaban varias lenguas pero que se asemejaban entre sí. En Galicia y Portugal decían “filhos”. En Cataluña decían “fills”. En Francia decían “fils”. Pero en Bardulia eran transgresores sin pretenderlo y comenzaron a aspirar la efe y crearon un sonido fuerte y agreste igual que su vida. Por esa razón terminaron diciendo “hijo”. Seguramente, para el resto de los pueblos de la Península, los habitantes de Bardulia eran un puñado de paletos que no sabían hablar y que deformaban hasta el extremo el ya envejecido latín. Una lengua ruda como el clima que azotaba su tierra en invierno. Fundaron ciudades en medio de la Meseta como Burgos donde no había mucha cultura, sino dinero moviéndose de arriba a abajo. Los burgaleses llevaban sus mercancías hacia todos los rincones y con ellos iba su lengua. Poco a poco las otras lenguas de la península se iban desvaneciendo en aras de una lengua común que traía como respaldo el dinero y el comercio.

El 15 de septiembre del año 800, debido a la gran cantidad de fortalezas de piedra que había esparcidas por todo el territorio, se escribió en latín un documento en una zona que hoy linda con Vizcaya y que se llama Taranco de Mena. En el documento escribieron “Bardulia quae nunc vocatur Castella”, es decir "Bardulia, a la que ahora llamaremos Castilla". La mesetaria y centralista Castilla. Árida y hermosa. Yerma y bella. Desolada y lozana.