24 de enero de 2009

Reacciones desproporcionadas

Israel cae mal en Occidente. En Occidente hay ciertos tópicos que se mantienen contra viento y marea: 1) El Che Guevara fue un pacifista convencido; 2) Estados Unidos es el país más malvado que existe; 3) Israel asesina con la connivencia de Estados Unidos.

Hay que recordar que Israel es la única democracia de la zona. Compárese con Egipto donde
Hosni Mubarak es presidente desde 1981. O el sirio Hafez El Asad que fue presidente desde 1970 a 2000 y a quien le sucedió su hijo. ¿Es democracia un presidente que está 30 años en el poder y a quien le sucede su hijo? ¿Qué se diría de Estados Unidos si un mismo presidente llevase 30 años gobernando?
Israel es un país en que el presidente del gobierno Moshe Katsav fue acusado de acoso sexual. ¿Sería procesado un primer ministro o un presidente de otro país de la zona por una causa semejante?

Israel es un país que tuvo una primera ministra, Golda Meir, desde 1969 hasta 1974; compárese este hecho con la situación de la mujer en el mundo árabe.

Israel tiene un jugador árabe de fútbol como una de sus máximas estrellas: Abbas Suan. Israel es un país en el que existe, desde 2006, una ley de parejas de hecho, mientras que en muchos países árabes la homosexualidad es delito. También se permite que los homosexuales adopten niños.

Israel tiene un ministro de Ciencia, Cultura y Deporte que es árabe:
Raleb Majadele

Israel tiene un árabe que es juez del Tribunal Supremo: Salim Joubran

Israel es un país que ha multiplicado su PIB en un 60% en 60 años. Tiene más de 300 empresas en el sector de la tecnología. Israel tiene una densidad de empresas de tecnología sólo superada por Sillicon Valley en California. Además, después de Estados Unidos y Canadá, es el tercer país con más empresas listadas en el índice tecnológico Nasdaq de Nueva York, con 100 empresas.

Decía Golda Meir, la que fue primera ministra, que los palestinos odian más a los judíos de lo que aman a sus hijos. Por eso a los fundamentalistas islámicos no les importa engañar a un chaval desde pequeño y matarlo en nombre de la causa palestina o cualquier otra causa. No hay que olvidar que Hamas no representa a todos los palestinos. Hay quienes votan a Al Fatah. Por esa razón, Riad el Malki, ministro de Asuntos Exteriores de la Autoridad Nacional Palestina ha dicho en esta entrevista que “a Hamas no le importan los muertos. Hamas quiere el control de la frontera con Egipto”. Y por esta razón ha habido palestinos que han colaborado con el ejército israelí al objeto de acabar con Hamas.

No todos los muertos son iguales. Los muertos palestinos venden mucho y bien en los telediarios. Pero, cuando los muertos son otros y son muertos como resultado de matarse entre ellos, no tienen cabida en los telediarios. Recuérdese lo que está pasando en el Congo. Ni el presidente dice nada, ni los actores firman manifiestos exigiendo el cese de las hostilidades en el Congo. Si leen la noticia, verán que la información la da Cáritas a través de una Radio Congoleña. En el Congo no hay despliegue gigantesco de la CNN, ni son muertos lo bastante importantes como para figurar en las portadas o en las recogidas de firmas de los actores o intelectuales. El intelectual: aquel que hace de su vida el pensar sobre lo humano y lo divino. Como si un físico nuclear, un geólogo o un mecánico de coches no pensasen.

Como tampoco hay manifestaciones, ni comunicados conjuntos ni nada parecido, cuando se matan en Darfur. Ahí cuesta más elegir entre buenos y malos. Son negros matando negros. El complejo de culpa de Occidente no funciona aquí. Da igual que se lleven matando desde 2003. Como tampoco les importaron jamás los 13.000 muertos en la guerra civil en Nepal. Seguramente ni saben dónde está Nepal y Darfur. El domingo 11 de enero de 2009 hubo una manifestación de pacifistas que terminó con pedradas contra la embajada de Israel y donde se quemaron banderas israelíes. También hubo manifestaciones a favor de Israel en varios países de Europa, aunque, curiosamente, apenas tuvieron eco en los medios de comunicación españoles. La manifestación era por la paz y por eso incluyó a destacados pacifistas como Juan Ignacio de Juana Chaos quien asistió a la manifestación que tuvo lugar en Belfast. El periodista Santiago González recuerda en su bitácora el momento en que el periódico El País también tildaba a De Juana Chaos como hombre de paz. Y en otra entrada recuerda que no solo la izquierda española se puso sobre los hombros el pañuelo palestino. Ya lo había hecho antes Arnaldo Otegi.

La imagen de los niños muertos es muy usada por Hamas para atraer la atención del mundo sobre la guerra en Gaza. Pero nadie se manifiesta, ni se menciona la palabra genocidio cuando los muertos los causa Hamas a Al Fatah como ocurrió en la guerra civil de 2006. Es decir, cuando son palestinos quienes matan palestinos. Nadie se manifestó en Madrid por los 700 muertos de esa guerra, ni por los 170 ejecutados que Hamas infligió a la Autoridad Nacional Palestina. No hubo fotos de niños muertos, ni banderas palestinas quemadas, ni gritos de genocidio. Porque cuando el supuesto débil machaca al supuesto débil: no hay dolor de Occidente. Porque es el eterno complejo de culpa de Occidente el único desencadenante de estas manifestaciones. Porque solo hay manifestaciones cuando el fuerte machaca al débil. Si el débil mata al débil, a nadie le importa. El uso y la manipulación que Hamas y los palestinos en general hacen del valor de las imágenes en Occidente son legendarios. Ya se ha acuñado el término “Pallywood” un cruce entre Palestina y Hollywood.

Existe un clásico documental sobre cómo utilizan las lágrimas de Occidente y sus 3 minutos de gloria en los telediarios. De igual manera que en 2006, durante la guerra entre Israel y el Líbano, se produjo el Reutersgate. Uno de los fotógrafos de la agencia Reuter, Adnan Hajj, había manipulado varias imágenes tomadas en Beirut con el fin de incrementar la maldad de los bombardeos israelíes. A Hamas no le importa demasiado la vida de los palestinos. Por esa razón coloca polvorines y depósitos de armas en edificios civiles, hospitales, escuelas o mezquitas. No quiere salvar la vida de los otros palestinos, sino dañar hasta el máximo la imagen de Israel a fin de destruirla. ¿Qué diríamos si Marruecos lanzase cohetes sobre Ceuta o Melilla y los militares españoles colocasen sus defensas junto a hospitales o colegios? ¿Qué pensaríamos si los depósitos de armas del Ejército Español estuviesen en medio de las ciudades al lado de los edificios donde viven civiles? ¿Seríamos tan pacifistas si Marruecos lanzase cohetes sobre Ceuta y Melilla?

Hay en Occidente un pensamiento que se pone del lado de causas que jamás toleraría si ocurriesen en su propio campo. El 23 de enero de 2009 Hamás lanzó misiles desde el edificio de prensa internacional en Gaza. Una periodista de Al-Arabiya relata -creyendo que las cámaras no grababan- cómo Hamas usa instalaciones civiles para lanzar misiles contra Israel. Incluso se ríe. Y en ocasiones disparan cohetes desde escuelas. Hay un engaño lingüístico constante cuando se habla de la guerra en Gaza. Muchos políticos españoles llaman “conductas irresponsables” a que Hamas lance cohetes sobre Israel. Y a que Israel conteste se le llama “reacciones desproporcionadas”. Es un uso lingüístico manipulador hablar de “desproporción” porque jamás las guerras fueron proporcionadas.

Quizá Darío III fue desproporcionado cuando opuso 1 millón de hombres a los 35.000 que Alejandro Magno llevaba consigo al invadir Persia. Quizá Jerjes fue desproporcionado al invadir Grecia con 2 millones de hombres. Quizá los legionarios romanos fueron desproporcionados al matar a 25.000 soldados de las falanges macedónicas, mientras que ellos apenas llegaron a 1.000 bajas en la batalla de Pidna. O quizá fueron desproporcionados los alemanes al invadir Polonia con sus divisiones Pánzer, mientras que el ejército polaco aún tenía caballería.


Las guerras no son proporcionadas. Por eso son guerras. Si queremos proporción hemos de buscar en el deporte con boxeadores que compiten por pesos o hemos de buscar en las pruebas de ingreso a la policía en las que los exámenes físicos para mujeres son más fáciles para que sean proporcionados. Las guerras son guerras en las que el más fuerte gana. Vivimos tan conmocionados por las escenas de los telediarios que de una obviedad hemos hecho un descubrimiento. Durante los últimos bombardeos, Israel mató a Nizar Rayan quien había encabezado la campaña de usar civiles palestinos como escudos humanos. Sugirió colocar palestinos –mujeres y niños- en los tejados de las casas de los dirigentes de Hamas para protegerlos de los israelíes. El propio Rayan murió dentro de su casa en la que se hallaba escondido junto a toda su familia. Esto muestra que a los dirigentes de Hamas les importa más destruir Israel que la vida de sus conciudadanos. Lo vital para ellos es destruir Israel: si para eso mueren miles de palestinos, es cosa nimia. No sé ustedes, pero yo no me escondería en una casa con mi familia si supiera que yo era un objetivo militar. Me alejaría y, quizá, daría la cara a fin de salvar a mis seres queridos. Pero Hamas sabe que un niño muerto es la cabecera de un telediario. Hamas sabe que militarmente no puede derrotar a Israel, de modo que necesita víctimas con las que ganar la batalla de los medios y la opinión pública. Nizar Rayan no estaba luchando con un fusil en la mano, sino que se escondió en su casa junto a su familia porque sabía que venían por él y así tendría un montón de valiosos mártires.

4 de enero de 2009

Cierto barrio de Madrid


Son unas callejuelas del centro de Madrid y están en un barrio tranquilo. Parece mentira que se hallen tan cerca del bullicio y el trajín. A algún cerebro privilegiado se le ocurrió motejarlas como Barrio de las Letras: un apelativo tan pomposo como inútil. Típica ocurrencia del político avispado que quiere quedar bien pero no hacer nada que sea de enjundia o de calado. Hoy nos referimos a esas calles como la zona de Huertas. Hay garitos, restaurantes, karaokes, toneladas de guiris y borrachos a punta pala que mean en sus esquinas como hace la tira de años lo hacía Quevedo cuando volvía de una de sus farras. Vénganse conmigo a comienzos del siglo XVII. Alrededor de 1610. Viajen a ese Madrid sucio, maloliente y plagado de vida del que hoy nadie se acuerda.

En la calle León, que sigue llamándose como hace 400 años, había un león de verdad. Dicen que un aventurero que había pasado tiempo en África lo cazó con sus propias manos y se lo trajo a Madrid para ganarse unos maravedíes. Puede que solo fuera un fanfarrón y que le comprase el león a cualquier tratante africano que se lo encasquetó acaso porque el león estaba ciego, sordo o cojo. Pero ahí estuvo el pobre león muerto de aburrimiento y tapado con una manta en una jaula mugrienta. La gente pagaba una moneda por ver al león que estaría hasta las greñas de que todo el mundo lo molestase. Los madrileños pagaban por verlo con esa mezcla de asombro, ignorancia y paternalismo con que hoy vamos al zoo a ver a los pandas o a los monos. En la calle León sigue existiendo una taberna, la cual se reconoce rápidamente porque tiene los caretos de Cervantes, Calderón, Lope y Quevedo en su fachada. En el mismo local se emborrachaban estos cuatro mesetarios hace cuatro siglos.

Al final de la calle León estaba el Mentidero de Representantes. Los mentideros eran zonas en que la gente se juntaba para cotillear y escuchar los últimos chismes de la corte. Que si el rey se ha tirado a tal fulana, que si han visto a tal caballero saltando de la ventana de tal dama y a punto han estado de prenderlo los alguaciles. En ese momento podía pasar el cornudo y enterarse en primicia de que su mujer gustaba de tener en su lecho a caballeros más dotados y fogosos que él. Los mentideros también se usaban para propagar infundios y patrañas de algún pájaro a quien se envidiaba y cuya honra urgía manchar. España es el país de la envidia y los madrileños de aquellos tiempos no se diferenciaban de los que hoy extienden bulos sobre el prójimo en cualquier bar, foro internáutico, carta anónima o programa televisivo de la farándula. El Mentidero de Representantes también hervía de vida porque era el lugar adonde se acercaban los empresarios que montaban obras de teatro y buscaban actores que quisieran éxito y cobrar lo mínimo. El otro mentidero donde había que acudir si se quería saber qué se cocía en Madrid era el mentidero de San Felipe el Real: un convento que ya no existe que se hallaba al comienzo de lo que hoy es la calle Mayor, enfrente de la pastelería La Mallorquina y a la derecha –según se mira- del edificio de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol.

No lejos de allí está el Teatro Español en plena Plaza de Santa Ana. Se le reconoce fácilmente por sus paredes blancas. Alrededor de 1580, lo llamaban Corral de la Pacheca, porque era una casa propiedad de Isabel Pacheco. Los primeros teatros eran corrales, similares a las corralas que aún pueden verse en barrio de Madrid como Lavapiés o Latina. El teatro era un arte nuevo y no había lugares para representarlo. Por eso se escogían edificios amplios con grandes patios donde se improvisaba un escenario. De Corral de la Pacheca, pasó a llamarse Corral del Príncipe porque se situaba en la calle Príncipe. Al ser todo de madera se incendió muchas veces a lo largo de los siglos y la última reconstrucción data de los albores del siglo XX. Ocupa el mismo solar que hace 400 años.

A unos pasos, en la calle Cruz y junto al cruce con la calle Espoz y Mina, estaba el otro corral, llamado Corral de la Cruz, que funcionó hasta 1859 año en que lo derruyeron. Pocos años antes de que lo derribasen se había estrenado el Don Juan de Zorrilla. Hoy en su lugar hay una triste placa y un bar en el que se comen unas patatas bravas muy ricas.

En ambos corrales estrenaron Tirso de Molina, Lope de Vega y Calderón de la Barca autores tan populares en su tiempo como lo podía ser hoy un escritor como Iker Jiménez o una actriz como Penélope Cruz. El teatro no era un asunto marginal como hoy reservado a pedantes insulsos. El teatro era cosa de masas y la gente acudía con la misma pasión que hoy se va al fútbol. Llegaban a desenvainar la espada para decidir si una obra de Lope era mejor que una de Vélez de Guevara. La gente iba al teatro a ligar, a cabrearse, a reñir, a gritar y a blasfemar que para eso eran españoles. Igual que seguimos siéndolo hoy. Con la misma mala leche y la misma bilis.

Saliendo hacia la calle Atocha estaba la imprenta de donde en 1605 salió la primera edición del Quijote. La imprenta de Juan de la Cuesta es hoy sede de la Sociedad Cervantina. No muy lejos de allí estaba la imprenta donde se hizo la segunda parte. Junto al roñoso cartel que lo recuerda- bien arriba para que apenas se vea- hay una taberna encantadora en la que por 20 euros se zampa usted una tabla de ibéricos y una botellita de rioja.

En la calle Lope de Vega –que en el Siglo de Oro se llamaba Cantarranas- está el Convento de las Trinitarias. Entre sus muros y perdido por la desidia de un pueblo sin memoria como el español, duermen los huesos de Miguel de Cervantes. El bueno de Miguelón quiso que lo enterrasen allí para agradecerles las gestiones que llevaron a cabo los trinitarios a fin de sacarlo de la cárcel. Ya nadie se acuerda de que Cervantes estuvo 5 años de su vida recluido en una cárcel de Argel. Porque en aquellos tiempos los turcos capturaban cristianos y los vendían o pedían rescate por ellos y los únicos que se interesaban por la suerte de esos desgraciados eran las órdenes religiosas. Qué rápido se olvida eso en una España que se espanta porque haya crucifijos en las escuelas y que quita belenes navideños de los vestíbulos de los tribunales, no sea que alguien se ofenda. A Cervantes lo enterraron y, al poco, sus huesos se perdieron. Si Shakespeare estuviese perdido en un convento ya habrían recaudado millones de libras para encontrarlo. Pero esto es España: el país sin memoria.

Además, en el convento profesó una de las hijas de Lope de Vega, la cual era muy piadosa. Un día, hubo una reyerta en la Taberna del León, a pocos metros del convento. Un actor se fajó a mamporros con el hermano de Calderón de la Barca y salió corriendo para que no le cayese la justa venganza. Calderón, que había sido soldado en los Tercios de Flandes y no se andaba con chiquitas, corrió tras el actor por la calle Cantarranas en dirección al convento. El actor se había refugiado allí con la esperanza de acogerse a altana o llamarse a sagrado, que era como se le decía a refugiarse en una iglesia huyendo de la justicia. La justicia no tenía autoridad en muchas iglesias y no podía prender a un prófugo. Pero Calderón tenía mucha mala uva, que para eso era español, y violó la sacralidad del convento. Entró asustando a monjas y novicias y dicen que llegó a mirar bajo el refajo de una de las hermanas, buscando al cobarde actor. Lope de Vega se indignó mucho y escribió una feroz carta denunciando lo acontecido.

Muy cerquita está la calle Cervantes que en la época se llamaba calle Francos. Allí murió muy pobre Miguel de Cervantes una semana de 1616, la misma semana en que se fue al cielo William Shakespeare. La diferencia entre ambos es que el bardo inglés tiene un pueblo entero dedicado a él y don Miguel tiene una triste placa en la que muchos ni reparan, recordando que allí falleció andrajoso y medio olvidado. El edificio ya no existe pues fue derribado en el siglo XIX. Un poco más arriba está la calle de Quevedo –que se llamaba calle del Niño- donde Quevedo medró y disfrutó de la vida. Quevedo vivió muy bien y con lujos. Era un tipo listo que se las supo buscar en la corte, donde su familia siempre tuvo enchufe. Dicen que se llevaba tan mal con Góngora y envidiaba tanto y con tan mala saña –era español- sus artes, que compró el edificio en el que Góngora vivía solo para echarlo a la puta calle. En la propia calle donde vivía Cervantes –antes llamada calle Francos- un poco más abajo del pobre alcalaíno, sigue estando la casa donde vivió sus últimos años Lope de Vega. Por maravillosos azares del destino, la casa se ha conservado y restaurado a través de los siglos y hoy es un precioso museo que puede visitarse. Uno de los invitados más ilustres de la casa fue Alonso de Contreras, un soldado veterano, a quien Lope de Vega animó a que escribiese sus memorias, dando lugar a una jugosa saga de soldados metidos a escritores.

Yendo hacia la Plaza del Ángel, en la esquina de la calle San Sebastián y la calle Huertas, sigue estando la iglesia de San Sebastián. En su parte trasera estaba el cementerio –acuérdense de que la gente antes se enterraba en las iglesias- en el que reposó varios siglos Lope de Vega, hasta que, durante la Guerra Civil, un obús impactó justo en el cementerio dejando los huesos hechos papilla. Hoy en su lugar hay una hermosa floristería fundada en 1889.

Si el catolicismo tiene Roma y Santiago de Compostela y los musulmanes tienen La Meca, quien tenga la osadía de escribir en español debería peregrinar a estas calles al menos una vez en su vida. Escribir en castellano es cada vez más en España un acto de subversión. Tal como están las cosas, escribir, leer o estudiar en castellano, se está poniendo como leer a Marx o Bakunin en la época de Franco. En países como Francia o Inglaterra estas calles estarían llenas de museos, exposiciones permanentes, librerías, actividades, teatro callejero y hasta horteras recuerdos o tarjetas postales. Pero aquí solo se monta la fanfarria cuando toca aniversario. Y se hace de modo rimbombante y sin que despierte el menor interés. Cortan la cinta, lanzan el discurso y fin.

Nunca jamás en la historia de España hubo tamaña concentración de ingenios contendiendo entre sí. Todo se basaba en la palabra. La gente se zahería y se insultaba con belleza en lo que decía. Se amaban queriendo imitar un soneto de Lope de Vega. Se burlaban del rey redactando unas líneas que pegaban en cualquier muro del barrio. Se deseaba escribir bien y los analfabetos iban al teatro a escuchar unos versos que luego pudieran repetir como si fueran suyos. Obras geniales y malas tenían cabida. Era un barrio en el que borboteaba la vida y en el que escritores, alguaciles, putas, rufianes, actores y grumetes deambulaban. Lo hacían por gloria –obviamente- y por dinero. Como siempre se ha hecho. Pero jamás unas obras se impregnaron tanto de la calle, de la suciedad de las tabernas, de los orines de las esquinas, de los rebozos de las putas, del ruido de las botas de los alguaciles y de las envidias, odios, engaños, codicias y reyertas. Que para eso estamos en España.