27 de febrero de 2008

Judíos



Uno de los hechos históricos que, con más frecuencia, se suelen aducir para señalar la tradicional intolerancia española es la expulsión de los judíos en 1492. A algún tonto le oyes decir todavía, y se queda tan ancho, que los Reyes Católicos fueron los primeros nazis de la historia. Toma ya. Lo dice por sus hondos conocimientos de historia medieval, seguramente. Quienes con tanto alborozo recuerdan este suceso suelen olvidar que España no había sido el primer país europeo en tomar esta medida. Y que la persecución de judíos fue una constante en toda la Edad Media y no sólo en España.


En 1290, en Inglaterra, 200 años antes de que aconteciera en España, el rey Eduardo I había firmado el decreto de expulsión de los judíos de la tierra inglesa. El rey Eduardo I de Inglaterra es el mismo que combatió contra William Wallace, figura mítica en la independencia escocesa y héroe de “Braveheart”. Porque los ingleses sí que arrasaron a sangre y fuego Escocia e Irlanda, cosa que los intolerantes españoles jamás hicieron en el País Vasco o Cataluña. Pero luego dicen que son casos similares. Años antes, también en Inglaterra, se había promulgado una disposición mediante la cual se obligaba a los judíos a llevar sobre la ropa un distintivo en forma de tela amarilla. Como se puede ver el régimen nazi no inventó nada. Por cierto, Eduardo I de Inglaterra estuvo casado con Leonor de Castilla, de quien vivió muy enamorado, la cual era hermana de Alfonso X el Sabio. Eduardo I y Leonor se casaron en Burgos, en el monasterio de Las Huelgas. http://es.wikipedia.org/wiki/Imagen:Burgos_monasterio_huelgas_lou.JPG
Así que cuando vayáis a ese precioso monasterio acordaos de Mel Gibson.

En 1394, el rey francés Carlos VI firmó un decreto de expulsión de los judíos. La medida fue la última de una serie de edictos. Casi 100 años antes, en 1306, el rey Felipe IV de Francia había promulgado otra expulsión de judíos del territorio galo. Además, Francia fue el primer país europeo en tener Inquisición. La Inquisición, en contra de que lo que se cree, nació en Francia a fin de luchar contra la herejía de los cátaros. Esto ocurrió en 1184, 300 años antes de que una bula papal pusiera en marcha la Inquisición Española. Para entender la ortodoxia y la preocupación por las desviaciones de la fe católica, hay que recordar que España era un país obligado no solo a coexistir con una abundante población que profesaba otras religiones, sino que sufría constantemente en sus costas el ataque de piratas turcos. La expulsión de los moriscos de España en 1609 tuvo mucho que ver con esta inseguridad. Pues los moriscos colaboraban con muchos de estos piratas que asolaban las costas para raptar hermosas cristianas que luego terminaban en los burdeles de Argel. ¿Qué habríais hecho vosotros si unos piratas vinieran a raptar a vuestras hermanas o hijas? ¿Darle una palmadita en la espalda y hablarle del buen rollito y de que todos somos miembros de la Alianza de Civilizaciones? ¿U os habríais liado a cuchilladas con cualquiera que quisiera llevarse a vuestra familia? Esto es historia y los turcos del siglo XVII no tenían nada que ver con los moritos de un bazar de Fez. No es racista decir esto, es, simplemente, recordar lo que fuimos y saber por qué hicimos lo que hicimos.

O hablemos de la Inquisición, la cual es obvio que ahogaba el pensamiento y aisló a España de la rica influencia de Europa a partir de tiempos de Felipe II, pero tuvo actuaciones no tan deplorables, Como el hecho de evitar que en España hubiera algo similar a la Matanza del Día de San Bartolomé, que veis en la foto. La Matanza se produjo en Francia en donde los hugonotes, protestantes franceses, fueron aniquilados y hasta 12 mil de ellos murieron en un par de días por los católicos. Durante 50 años, Francia se desangró en Guerras de Religión y hasta 8 enfrentamientos tuvieron lugar. Y en muchos lugares de Europa sucedió de igual guisa.

Y qué tal recordar el número de brujas que la oscura, lóbrega y tenebrosa España quemó a sangre fría a lo largo de su historia: 59 brujas. En la civilizada Alemania se quemaron unas 25.000. Pero el sambenito se lo llevaron los de siempre: los brutos y salvajes ibéricos.

21 de febrero de 2008

Ceriñola



Estamos en el sur de Italia el 28 de abril de 1503. Franceses y españoles andaban a la greña por el reino de Nápoles que había sido durante siglos de la Corona de Aragón y que ahora los franceses reclamaban amparándose en derechos dinásticos. Fernando el Católico había mandado a un general experimentado en las Guerras de Granada, quien en asuntos de linaje era un segundón, pero que se revelaría como uno de los grandes genios militares de la historia: Gonzalo Fernández de Córdoba, también llamado por sus hombres El Gran Capitán. El lugar escogido por los españoles para aguardar a los descendientes de Vercingetórix fue el pueblo italiano de Ceriñola. Huelga decir que a defender los intereses de catalanes y aragoneses fueron tropas mayoritariamente castellanas mandadas por un castellano, cosa absurda pues todos sabemos que España no existe.

Los españoles iban a probar unos cuadros de infantería formados por piqueros en los flancos y un nutrido grupo de arcabuceros que se movían en el centro del cuadro. Dejaban una distancia de unos dos metros entre ellos para luchar con comodidad. La forma geométrica exacta que adoptaban dependía del momento y era dispuesta por el oficial al mando que había de ser maestro en el “arte de escuadronar”. Cada soldado tenía órdenes de adelantarse un puesto en caso de que su compañero cayese, así se evitaba que hubiese huecos en donde pudiera haber un brecha. En estos cuadros que luego se llamaron tercios, hubo a principios del siglo XVI unos soldados armados con espada y escudo llamados coseletes aunque, con posterioridad, solo quedaron arcabuceros y piqueros. La infantería española se agrupaba en cuadros pequeños, lo cual le daba una gran movilidad y una facilidad extrema cuando tenían que adaptarse a una orografía difícil. Era el mismo sistema rápido de agrupación-separación que había usando con tanto éxito la legión romana 1500 años antes. Un arcabuz podía hacer hasta 40 disparos por hora pero había que dejarlo enfriar pues se corría el peligro de que se fundiese el plomo de las balas. El arcabucero disparaba y retrocedía para dejar que su compañero hiciese lo mismo mientras él recargaba.

El Gran Capitán sabía de la afición de los franceses por una buena carga de caballería y les puso un anzuelo para que hicieran eso mismo: una carga. Los esperaba pacientemente junto a Ceriñola. Los franceses se abalanzaron alegremente sin caer en la cuenta de los fosos y las empalizadas que habían hecho los españoles, al mejor estilo de Julio César. Habían colocado puntas de madera afiladas para que los caballos se destrozasen las patas y no pudieran salir. Los franceses, cuando quisieron rodear los fosos, expusieron sus flancos siendo una presa fácil para los arcabuceros españoles. El propio Duque de Nemours que mandaba las tropas francesas fue de los primeros en ser abatido. El Gran Capitán, una vez aniquilada la caballería francesa, sacó a sus piqueros alemanes que completaron la faena derrotando a la infantería gala. La batalla apenas sí duro una hora y no fue muy trascendental desde el punto de vista político pero fue la primera vez en siglos que una infantería provista de arcabuces había acabado con un cuerpo de caballería. Desde los tiempos de las falanges macedónicas o de las legiones romanas, no se había visto un cuerpo de infantería tan letal y tan versátil como el creado por el Gran Capitán. Asimismo, Gonzalo Fernández de Córdoba fue innovador en su táctica de perseguir al enemigo hasta su total destrucción, cosa nunca vista hasta entonces.

El Gran Capitán acabó sus días desencantado y amargado, como buen español, pues Fernando el Católico lo había acusado de ser demasiado ambicioso. El rey le quitó su confianza y Fernández de Córdoba murió en Granada en 1515. Pero la revolución militar que llevó a cabo le supuso a España la hegemonía durante más de 100 años. Sus tácticas siguen siendo estudiadas en academias militares y entre sus admiradores estuvieron tipejos insignificantes como Napoleón y el duque de Wellington. Sus soldados lo idolatraban y entre las tropas que combatieron junto a él hubo muchos valientes que luego se fueron a las Indias a conquistar imperios y a hacer fortuna. Por ejemplo: Francisco Pizarro.

Ante los muros de Loja Gonzalo descabalgaba;
la tarde tenía color de ensangrentada naranja.
Y los cincuenta guerreros que escolta de honor le daban,
contemplaban su dolor en coloquio sin palabras.

19 de febrero de 2008

Héroes de Baler




El 3 de junio de 1899, tras casi un año de resistencia y cuando ya hacía muchos meses que el Gobierno español se había rendido ante el de Estados Unidos, el teniente Saturnino Martín Cerezo entregó a los tagalos la ermita donde se habían atrincherado en el pueblo filipino de Baler. Lo que pasaron aquellos, luego llamados Los Últimos de Filipinas, es difícil de imaginar: humedad tropical que no sólo pudría alimentos sino que impedía cicatrizar las heridas, disentería, falta de ventilación que ventilase el hedor a excrementos, delirios, hambre, sed y deserciones. 337 días aguantaron comiendo ratas y bebiendo meados. Hasta que no les quedó más remedio que rendirse. No hace falta decir que en el destacamento había gallegos, vascos, catalanes, además de castellanos y andaluces. Fue el último reducto español en Filipinas desde que en 1521 Magallanes pasó por allí en la primera vuelta al mundo.

La cuestión tuvo lugar en Cáceres el año pasado y no tuvo ni pena ni gloria en los periódicos ni en la tele que están muy ocupados con la Pantoja. El Ayuntamiento de Cáceres decidió eliminar el nombre de la calle Héroes de Baler por "franquista". Obviamente, nadie tenía ni idea. Nadie sabía que Franco tenía 7 años cuando el suceso de Baler tuvo lugar.

La otra anécdota que muestra la burricie de nuestros políticos es la de un cateto que hace años en Granada propuso -muy orgulloso él- eliminar de la fachada de la Chancillería cualquier rastro franquista. El temible rastro franquista eran el yugo y las flechas que veis en la parte derecha de la foto. Alguien le debió soplar al cateto que eso era un signo de los Reyes Católicos. Un signo de bastantes siglos antes de que José Antonio Primo de Rivera diera vueltas en los huevos de su padre. Seguramente el orgulloso cateto no dormía bien por las noches y pensó en ir a raspar con un estilete tan fascista signo.


Uno de los cornetas de los Últimos de Filipinas, Santos González Roncal, serviría años más tarde de ejemplo de cuán miserable es nuestra amada y maldita tierra. González Roncal fue fusilado siendo ya un viejo, con 63 años, al comienzo de la Guerra Civil. Da igual qué bando lo fusilara. González Roncal no huyó ni eludió su destino, solo pidió ser fusilado con la chaqueta de la que colgaban sus viejas medallas de Filipinas. Es lo único que pidió: que lo fusilaran con sus medallas ganadas con honor. Los valientes que iban a fusilar a un viejo por el mero hecho de estar en el lugar equivocado, no quisieron concederle tamaña merced. Y Santos González Roncal fue fusilado sin sus medallas. Así somos de mezquinos.

11 de febrero de 2008

Érase una vez


Hubo un tiempo, en alguna era arcaica cerca del Mesozoico, en que en España había diferentes ideologías. Cada una tenía unos objetivos bastante claros, los cuales agradaban a unos y fastidiaban a otros. Lo normal. Pero estaban de acuerdo en lo esencial. Estaban de acuerdo en que había una línea continua que unía la Hispania Romana, los Visigodos, don Pelayo, las Navas de Tolosa, la conquista de Granada, el descubrimiento de América, Felipe II, la guerra de Sucesión, la Guerra contra Napoleón y el desastre de Annual. Todos estaban de acuerdo en que España era real y tangible porque los documentos y los historiadores lo demostraban. Se admitía como axioma que España existía. De igual modo que se admite que 2 + 2 = 4 para hacer un problema trigonométrico. Al objeto de hablar de asuntos elevados hay que estar de acuerdo en lo que subyace, si no, nada tiene sentido.

Pero he aquí que Paco el del Ferrol tras su triunfante y represora cruzada no tiene mejor idea que ponerle la camisa de la Falange a todo bicho viviente: Hernán Cortés, Pizarro, Valdivia, El Empecinado, etc… Llegó un momento en que todo lo que era historia de España desprendía un pestazo a naftalina y fascismo que daba asco. Empezando por la bandera y cualquier otro símbolo. Esta apropiación de símbolos es corriente en cualquier dictadura populista. Había que darle un aire de respetabilidad y que la gente lo sintiera como un hecho bueno y natural. Pero resulta que Paco el del Ferrol se muere y los comunistas, socialistas, marxistas, leninistas tienen que sacar cacho y venderse bien. No se les ocurre mejor soflama que negar la existencia de España. Da igual que durante la Guerra Civil la propaganda comunista se hartase de decir Viva España y que la Pasionaria dijera más veces “Viva España” que un cura mentando a Cristo en su sermón. Total: ¿quién se acuerda de eso a estas alturas?

La izquierda se había quedado sin resortes sobre los que apoyarse porque la derecha había tenido la mala idea de aceptar las reivindicaciones tradicionales: jornada de 8 horas, pagas extras, etc… Así que había que sacarse un as de la manga y lo hicieron. Se les ocurrió decir que los nacionalismos eran lo más híper moderno y que molaban mazo que te cagas. Y de la noche a la mañana se hicieron amigos de los nacionalistas que es lo más parecido al fascismo que hay hoy en día. Y lo peor fueron los idiotas que les siguieron el juego. A mí me engañaron en mi juventud cuando creía que limpiarse el culo con la bandera era igual que luchar por salarios dignos. Los del otro bando no estuvieron mancos porque, mientras unos renegaban de la bandera, los otros te la metían hasta en la sopa.

Lo fácil sería decir que, como yo afirmo que España existe –igual que Inglaterra existe- me afiliase a los Peperos y los votase. Pero resulta que los Peperos son lo mismo porque cuando hay que bajarse los pantalones son más rápidos que los otros y ni en Valencia ni en Galicia pueda ya estudiarse en castellano, esa lengua opresora de 400 millones de almas. Además, para más inri, les encanta hacerse fotitos con los obispos y negar el calentamiento climático y les parece una ordinariez la investigación con células madre. Y se las dan de liberales, pero luego les molesta la eutanasia. ¿Qué mayor libertad que elegir cuándo morirse? Aunque da igual del bando que sean. Por ejemplo, la idiotez de los periodistas rojos es tan extrema que un día un tertuliano de la SER dijo que el sobrenombre del Gran Capitán se lo había puesto Franco a Gonzalo Fernández de Córdoba y se quedó tan ancho. Ninguno de los otros tertulianos dijo ni pío, seguramente, porque no tenían ni idea igual que él.

Esta portada de Mundo Obrero, órgano del Partido Comunista, con un "Viva España" que tira para atrás, debe ser pura manipulación fascista. Todos saben que España no existe. Un buen comunista se sonrojaría de que, en su momento, Mundo Obrero publicara este tipo de portadas. Ahora lo molón es decir el Estado Español. Porque si hablas de la historia de España eres un fascista retrógrado. Pero si un nacionalista catalán habla de su inexistente Países Catalanes es un luchador por la libertad que se alza orgulloso tras lustros de opresión. La clave es NO ser fascista. Hoy en día todos nuestros mediocres y acomplejados políticos viven caminando de puntillas y pendientes de que no los llamen fascistas. Así que se pasan la vida lavándose las manos y glorificando al igualitario y demócrata Sabino Arana.

8 de febrero de 2008

Blas de Lezo




En 1741, los ingleses se habían cansado de robar el oro y la plata de las Indias valiéndose de piratas como Hawkins y Drake. Así que decidieron ir con la verdad por delante y conquistar Cartagena de Indias: la bellísima ciudad colombiana que servía de punto de enlace con la flota española del Caribe. La Flota de las Indias tenía como puntos de origen Cartagena de Indias y Veracruz en México. Se reunían en La Habana donde los esperaban barcos de guerra que los escoltaban a España. De suerte que los ingleses se hartaron de robar trozos de pastel y quisieron quedarse con la tarta entera. Se plantaron delante de Cartagena de Indias con 186 navíos, 23.600 hombres y 3.000 piezas de artillería. La Armada que Felipe II mandó contra Inglaterra tenía 137 barcos. De modo que la maquinaria que situaron los ingleses delante de Cartagena de Indias era mucho más grande que la pobre Armada Invencible. Los perros ingleses iban en serio y estaban convencidos de que sería coser y cantar. En Cartagena sólo había seis barcos de la Armada, y apenas 3.000 hombres para defender la plaza, pero contaban con un arma secreta: los mandaba un vasco, cojo, manco y tuerto que ya había zurrado a los ingleses. El almirante se llamaba Blas de Lezo.

La excusa para venir a dar la plasta a Cartagena les había sido dada a los ingleses porque un capitán pirata llamado Jenkins fue sorprendido rapiñando plata cerca de Florida. El capitán que lo apresó le cortó la oreja al tal Jenkins y le dijo con chulería española: “dile a tu rey que le haré lo mismo si vuelve a asomar la jeta por aquí”. El tal Jenkins muy enfurecido se fue con la oreja al Parlamento británico. Tuvo que tener mucha guasa digna de chirigota gaditana la imagen de Jenkins gimoteando con la oreja en la mano y los lores y sus pelucas empolvadas deplorando la habitual vulgaridad española. De suerte que se organizó una flota inmensa para darles una lección a esos andrajosos ibéricos que osaban oponerse a los designios de su graciosa majestad. Los ingleses querían cortar la América Hispana por la mitad y Cartagena de Indias era el mejor punto.

De modo que el 17 de abril de 1741 el almirante Vernon con sus 186 barcos apareció en el horizonte del Mar Caribe cogiendo en pelota picada a los españoles. Las tropas de Vernon las formaban, aparte de soldados y marinos británicos, macheteros negros de Jamaica y milicias venidas de Estados Unidos -que aún no era independiente- comandadas por un hermano bastardo de George Washington. Los barcos ingleses, cuyos artilleros eran los mejores del mundo, se colocaron de costado, abrieron sus troneras y comenzaron a bombardear Cartagena de Indias. Blas de Lezo puso en marcha la defensa raudamente. Desmontó cañones de barcos y consiguió situar unos 900 cañones defendiendo Cartagena. Hizo hundir los seis navíos en la bocana del puerto para impedir que los ingleses se aproximasen. Dicen las crónicas que hasta 67 días estuvieron lanzando cañonazos los ingleses. Dos meses de cañoneo de día, tarde y noche, pero los muros de Cartagena de Indias y la moral de los españoles no cedía. Vernon -arrogante como buen anglosajón- había previsto que el asedio duraría una semana a lo máximo. Finalmente, Vernon, se agarró un cabreo de mil pares de narices y ordenó desembarcar a su infantería. Pero claro: una cosa eran los artilleros ingleses en sus fuertes navíos y otra muy distinta era estar en tierra frente a infantería española. Blas de Lezo lo había dispuesto todo muy bien: fosos, trincheras, bastiones, líneas defensivas etc… Los mosqueteros españoles hacían crujir y derretían sus armas de todo el fuego que escupían. Los ingleses empezaron a caer por cientos, además, las enfermedades tropicales los estragaron. Vernon -arrogante como buen anglosajón- ordenó cabizbajo la retirada. Sus 186 barcos y sus 23.000 hombres no habían podido con 3 mil españoles y un vasco manco, tuerto y cojo.

Los ingleses estaban tan seguros de su victoria que el rey Jorge II había mandado acuñar monedas conmemorativas de la supuesta gloriosa campaña en las que se veía a Blas de Lezo enterito -con pierna, ojos y brazos- de rodillas rindiéndose ante el almirante Vernon. En Londres hubo fiesta por la caída de Cartagena de Indias hasta que algún aguafiestas le dijo al rey que sus valientes muchachos habían salido corriendo con su real culo bien apaleado. El rey Jorge II ordenó que los historiadores no mencionaran esta humillante derrota y lo proscribieron de sus libros.

Blas de Lezo murió cinco meses después y, lamentablemente, su tumba se perdió porque ningún cargo oficial español le rindió homenaje. España le pagó como suele. Qué buen vasallo, si tuviera un buen señor.
La fragata actual que lleva su nombre participó en Londres en los 200 años de la Batalla de Trafalgar.