22 de septiembre de 2008

La chusma



España es distinta era el lema con que se atraía al turista de los años 60. Pero era una frase hecha con tiento y agudeza. Un país que el 7 de noviembre de 1823 abucheó y pidió sangre para Rafael de Riego –el del himno de Riego.- a quien antes había aclamado como su libertador. Lo arrastraron en un serón de esparto a la Plaza de la Cebada en Madrid y lo mataron e insultaron los mismos que antes lo habían jaleado. El pueblo español es valiente, honorable y leal, pero también es vil, salvaje e inculto. La tragedia de España.

Pero nuestra vieja Iberia es también la patria de
José Celestino Mutis, Antonio de Ulloa, Francisco Javier Balmis el de la Expedición Balmis, Jorge Juan, Fausto Elhúyar y de Andrés Manuel del Río. Y también es la patria de soldados valerosos que morían sin saber por qué en naciones extrañas. Morían con honor por su rey y por su Dios cuando la palabra honor todavía significaba algo. Y de honor va la historieta.

Todo ocurrió el 2 de mayo de 1808. Madrid hervía matando franceses. Los madrileños que salieron a matar franceses el 2 de mayo lo hicieron por causas vulgares y zafias. Los madrileños salieron a matar porque los franceses se iban sin pagar de las tabernas, porque le metían mano a su novia, porque escupían en las iglesias, porque violaban entre varios a cualquier madrileña despistada.


Quienes se alzaron contra los franceses el 2 de mayo era la chusma. La canalla más baja y abyecta. El populacho que se alzó el 2 de mayo mató con tijeras, con hoces, con tejas, con aceite hirviendo, con palos, con sus manos y con esas inmensas navajas albaceteñas de cuatro palmos llamadas cachicuernas. Llamadas así porque tenían las cachas –los lados- hechas de cuerno de toro. 

El pobre Goya se debatía en el salón de su casa de la calle Valverde entre ver a sus compatriotas muertos defendiendo a un rey putrefacto como Fernando VII o apoyar a unos franceses que traían cambios y regeneración pero envuelto en un paño de soberbia y desprecio por España. José de Espronceda –el de la Canción del Pirata- les dedicó unos versos a quienes no hicieron nada.

Y vosotros, ¿qué hicisteis, entre tanto,
los de espíritu flaco y alta cuna?
Derramar como hembras débil llanto
o adular bajamente a la fortuna;
buscar tras la extranjera bayoneta
seguro a vuestras vidas y muralla,
y siervos viles, a la plebe inquieta,
con baja lengua apellidar canalla.
¡Canalla, sí, vosotros los traidores,
los que negáis al entusiasmo ardiente,
su gloria, y nunca visteis los fulgores
con que ilumina la inspirada frente!
¡Canalla, sí, los que en la lid, alarde
hicieron de su infame villanía,
disfrazando su espíritu cobarde
con la sana razón segura y fría!

Y la cosa, digna de una película de Berlanga, tuvo lugar en la Cárcel Real de Madrid que estaba donde hoy está el Ministerio de Asuntos Exteriores justo detrás de la Plaza Mayor. Mientras Madrid ardía en plena algarada, en plena kale borroka, el director de la cárcel recibió una carta que le entregó un ayudante. La carta había sido escrita por uno de los presos y decía: «Abiendo advertido el desorden que se nota en el pueblo y que por los balcones se arroja armas y munisiones para la defensa de la Patria y del Rey, suplica, bajo juramento de volber a prisión con sus compañeros, se les ponga en libertad para ir a esponer su vida contra los estranjeros». 


En vista de que las cosas se tornaban feas y con un mucho de indecisión y con ganas de quitarse el marrón de encima, el director los dejó salir. Había 94 presos. De ellos salieron 56.

Los primeros a quienes se les vino encima semejante ralea –con sus patillas hasta la quijada; pensad en los majos que retrata Goya- eran unos franceses que maniobraban un cañón por la zona del Arco de Cuchilleros y que disparaban hacia la calle Toledo. En medio de la escabechina se les unió un preso que se había escapado de la Cárcel del Puente Viejo de Toledo. Un sudaca como yo. Un peruano con sangre inca y española llamado Mariano Cordova que traía ánimos de bronca y que sabía quiénes eran los suyos y a quién había que cargarse. Sin hecho diferencial ni deuda histórica, sabía de qué lado ponerse. Mariano Cordova se escapó de la cárcel solamente para degollar franceses. Los presos giraron el cañón y empezaron a disparar contra la gloriosa Guardia Imperial –los boinas verdes de Napoleón- que cargaba desde la Puerta del Sol. Tras quedarse sin munición, inutilizaron el cañón y se desparramaron por la zona. A bayonetazos o a tiros de los franceses murieron 4 presos. A uno se le dio por prófugo. Pero la estampa digna de recordarse fueron los 51 presos restantes que volvieron a la cárcel a la mañana siguiente. Vendrían con sus trofeos de guerra. Acaso algunos dientes de oro arrancados de la boca de algún francés. Algún dedo con el anillo aún puesto. Los 51 regresaron como caballeros cumpliendo su palabra. Chusma infame en tiempos en que la palabra honor aún significaba algo.





14 de septiembre de 2008

La Diada


Tiene lugar el 11 de septiembre la Diada en Cataluña: acto de exaltación del catalanismo. Aunque no se le llama exaltación. Ellos lo llaman reivindicación, que es un vocablo sano y con buena fama. 

Se reivindican las causas justas, las causas oprimidas y las causas de los sojuzgados. Se reivindican salarios justos. Se reivindican los derechos humanos. El oprimido frente al opresor. 

¿Pero quién era Rafael Casanova y qué pasó el 11 de septiembre de 1714?

Todo comienza en 1700. El último Austria ha muerto sin hijos. Carlos II era el postrer fruto de una dinastía que se había envenenado a sí misma con la consanguinidad. Según el médico forense el cadáver de Carlos: “ no tenía ni una sola gota de sangre, el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenados, tenía un solo testículo negro como el carbón y la cabeza llena de agua”. 


Era urgente escoger un rey. Carlos II había hecho testamento a favor del nieto del todopoderoso Luis XIV de Francia: el Rey Sol. El nieto elegido era Felipe de Anjou y era un Borbón igual que su tío. Pero también era un Austria porque era hijo de la hermana de Carlos II. Todo quedaba en casa. Parecía la opción menos mala de las malas. Era familia de los Austrias, aunque estaba demasiado a la sombra de Luis XIV quien se relamía pensando en las posesiones españolas de América: codiciadas y apetecidas por todos. Todo quedaba atado y bien atado hasta que la esposa del putrefacto Carlos II tuvo que venir a meter cizaña. La mujer de Carlos II trajo un segundo candidato y quería que su sobrino el archiduque Carlos de Austria fuese el nuevo rey de España.

El lío estaba servido. Ingleses y holandeses no querían que los Borbones reinasen en Francia y España. De modo que apoyaron al archiduque Carlos para que no se crease una potencia -de facto- tan grande. El culebrón quedó así:

- Ingleses y holandeses > con el archiduque Carlos.
- Franceses > con Felipe de Anjou, más tarde conocido como Felipe V, que construiría el Palacio Real de Madrid a imitación del de Versalles.

Se desencadenó la Guerra de Sucesión que duraría desde 1701 hasta 1714. Una vez más, en España, combatían españoles contra españoles, auxiliados y azuzados por extranjeros. Había dos bandos entre las potencias extranjeras y se formaron dos bandos en las regiones españolas.

- Los antiguos reinos de la Corona de Aragón: Valencia, Cataluña y Aragón; apoyaron al archiduque de Austria
- El resto de España apoyó a Felipe V de Borbón. Incluidos el País Vasco y Navarra.

La división no era tan exacta como parece, porque luego hubo ciudades o regiones que se cambiaron de bando. Ciudades y comarcas que eran del antiguo reino de Aragón como Castellón, Alicante, el valle de Arán, el interior de las provincias de Barcelona y Valencia, Calatayud o Tarazona, fueron partidarias de Felipe V, el rey Borbón. Y lugares como Madrid, Alcalá o Toledo se declararon fieles al aspirante austriaco: el archiduque Carlos. 


A pesar de esto y del revoltijo de apoyos y traiciones, los nacionalistas catalanes se empeñan en presentar la Guerra de Sucesión como una guerra entre catalanes y el resto de España. Eso no es cierto. Además, los catalanes se alzaron en armas proclamando al archiduque Carlos como el rey de España. En ningún momento hubo un intento de secesión o independencia. Jamás hubo un conato de reino de Cataluña ni nada parecido. Los catalanes querían que reinase Carlos porque había prometido respetar sus añejos fueros.

Siempre los fueros. El vínculo con lo más arcaico. La reivindicación del privilegio medieval. La añoranza de la antigualla.

Los soldados que luchaban en el bando de Felipe V eran de varias regiones españolas y de países europeos. Había soldados catalanes también. El bando supuestamente catalán -derrotados el 11 de septiembre de 1714, el día de la Diada- estaba mandado por un general, Antonio de Villarroel, que en su última arenga recordó a las fuerzas bajo sus órdenes que estaban luchando “por nosotros y por toda la nación española”. Es decir, los catalanes se levantaron en armas no para lograr su independencia sino por la idea que ellos tenían de una España mejor. 


Felipe V ganó la guerra y en venganza por el apoyo de los catalanes al archiduque Carlos les quitó los fueros. Pero no fue un insulto a la nación catalana, porque no había nación catalana a la que insultar. Los fueros se abolieron igual que a un traidor se le condena en época de guerra. Fue una represalia a una traición hecha a título colectivo, de igual modo que se hacen represalias a título individual. No se buscaba una humillación a una patria catalana que no existía, sino controlar una rebelión.

Durante 150 años nadie se quejó de la derrota del 11 de septiembre de 1714. De hecho no existe la menor protesta hasta que llegan los inventores del nacionalismo, a finales del siglo XIX. La fiesta del 11 de septiembre no se establece hasta 1901, es decir, cuando quienes defendían los intereses económicos de las clases dirigentes catalanas decían que Cataluña era una nación. 


Si estuvieron dos siglos sin sentirse agraviados como nación quizá se deba a que no hubo agresión nacional. Ni siquiera durante la invasión francesa -cien años después- persistía un rencor hacia Castilla o España. Nunca jamás tuvieron mejor oportunidad de independizarse, pero nadie lo planteó. España durante la invasión francesa era un país sin rey y sin gobierno. Pero a nadie en Cataluña se le ocurrió pedir la independencia. Se publicaban bandos en catalán y en español pidiendo la defensa de la patria. Y nadie planteó que existiera una ofensa hecha por la derrota del 11 de septiembre de 1714. Acaso porque no había nada por lo que ofenderse.

Pero quizá lo más divertido sea el héroe al que todos se mueren por honrar. Rafael Casanova, a cuyos pies acuden todos los políticos catalanes- es un héroe de segunda división. 


Rafael Casanova no quería resistir frente al ejército de Felipe V sino negociar la entrada de las tropas en la ciudad. No mostró el menor ardor patriótico y falsificó el certificado de su propia defunción para huir de la ciudad disfrazado de fraile. Se instaló a pocos kilómetros, en Sant Boi de Llobregat, y ejerció tranquilamente su profesión de abogado y murió a los 83 años: muy longevo para el siglo XVIII. No perdió ninguno de sus bienes y a los pocos años fue perdonado públicamente por el rey Felipe V.



Como dijo el historiador catalán Ferrán Soldevila:

“Hasta el último momento de la lucha los objetivos habían sido los que se hacían constar en el documento dirigido al pueblo: salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al resto de españoles bajo el dominio francés; derramar la sangre gloriosamente por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España” (F. Soldevila, Moments crucials de la Història de Catalunya).





3 de septiembre de 2008

Trujamanes


Trujamán es el término con que en el siglo XV se llamaba a los intérpretes: esos señores de aspecto frágil que meten la nariz en las conversaciones de los poderosos. Es increíble la de cosas que sabrán y no sueltan prenda. En la conquista de América hubo muchos trujamanes: algunos cumplieron su labor con discreción y otros la liaron gorda.

La cosa tuvo que tener su guasa. Más, si tenemos en cuenta que la mayoría eran andaluces. Me imagino los chistecitos. Todo pasó cuando Cristóbal Colón llegó a una islita del archipiélago de las Bahamas el 12 de octubre de 1492. Veamos a don Cristóbal que se baja del bote con su estandarte de Castilla y Aragón y unos escribanos con la pluma preparada a fin de no perder detalle del pedazo de discurso que iba a soltar el almirante. La burocracia española tiene su lado bueno. Tenían tal adicción a ponerlo todo sobre papel que ahora es bastante fácil estudiar esa época gracias a la inmensa cantidad de legajos que permanecen. Pero no había recepción de honor para el almirante: apenas unos pocos indios desnudos con miedo y curiosos. Colón se dirigió a los indios y tomó posesión en nombre de Isabel y Fernando y bla, bla, bla. El careto que se les tuvo que quedar a los indios hubo de ser de órdago. No obstante, Colón, hombre resuelto, no se dejó amilanar y llamó a Rodrigo de Jerez un tipo que había estado en Guinea. El tal Rodrigo de Jerez les echó la misma charla de tomamos posesión en nombre de sus majestades y bla, bla, bla. Nada. No había manera. Los indios seguían sin entender ni papa. Y Colon impacientándose porque se había encaprichado con que quería largar su discurso. Me imagino a los marineros, que esperaban en las carabelas hasta los mismísimos de tanta ceremonia y deseando que maese Colón terminase y así poder bajar a tierra, haciendo chistes y coñas sobre el traje del almirante y quizá echándole el ojo a una tierna y cándida india desnuda. Colón insistió e hizo bajar a Luis de Torres quien aseguraba hablar árabe, hebreo, caldeo y no sé cuántas lenguas más. Total, que Colón se empezó a poner de los nervios, así que encomendó a Torres y Jerez que partieran sin demora en una misión de alto riesgo: comunicarse con los nativos. Y esto tuvo que ser más gracioso aún: los dos trujamanes oficiales de Colón recorriendo la pequeña isla adonde habían arribado preguntándole a cada indio con quien se cruzaban en ¡¡¡latín!!! Colón estaba convencido de que la lengua con que se comunicaban con Dios serviría para comunicarse con esos indios tan pintorescos. Para decepción del almirante, los trujamanes volvieron diciéndole que nadie hablaba latín. De manera que el augusto Colón, con sus recios estandartes que representaban a Aragón y Castilla, con sus reales escribanos y con sus conocimientos de lenguas clásicas hubo de recurrir al sistema más viejo y válido de comunicación: las señas, igual que si fuera un turista español en Londres intentando pedir un fish and chips. Colón era optimista. En uno de sus diarios afirmaba que los indios le habían dicho por señas que había llegado a Cipango, es decir, Japón. Lo cual es mucho deducir de unas señas.

Los primeros misioneros que llegaron a las Indias se escandalizaron intensamente al ver que los indígenas faltaban sin descanso al sexto mandamiento –no cometerás actos impuros- tanto con miembros de su propio sexo como con los del mismo – el pecado nefando o sodomía-. De modo que había que refrenar los bajos instintos de esos indígenas que se empeñaban en ir desnudos sin taparse las vergüenzas. Unos franciscanos que llegaron a México, cuando Hernán Cortés aún era gobernador, escogieron un método muy gráfico y expeditivo. Como los indios no solo hablaban una lengua sino decenas de ellas, hicieron una hoguera que representaba el infierno y comenzaron a arrojar animales vivos a fin de que los indios entendieran qué les iba a pasar si no se convertían a la verdadera fe. Los indios no entendían a esos señores de largos hábitos con los ojos desorbitados, así que los misioneros continuaban recurriendo a las señas. También tuvieron que ser dignos de verse esos misioneros que usaban la mímica y las señas para advertir a los indígenas de los peligros del fornicio. Supongo que hacían un agujerito con la mano y lo hincaban con el índice, o algo así.

En 1611 un tendero llamado Pedro de Arenas compuso un vocabulario de las lenguas nahuatl y española cuya edición de 1793 podéis ver en la foto. En lugar de llenarlo con frases elevadas de filosofía y teología incluyó frases comunes y prácticas: ir a la compra, montar a caballo o contratar a un albañil que no hablase español, que eran la mayoría. Cosa que, paradójicamente, vuelve a ocurrir hoy en día en España. El vocabulario se seguía editando en el siglo XIX lo cual muestra que a los españoles no les preocupó mucho extender su lengua, a pesar de la leyenda negra que siempre acompañó a la Conquista de América. Había más preocupación –y ni eso- por extender la fe que la lengua. En 1788, un italiano al servicio de España, Alejandro Malespina, montó una expedición a fin de explorar las posesiones en América y Asia. España era el país europeo que más dinero daba a investigación científica gracias a un rey culto como Carlos III. Malaspina bordeó América, llegó hasta Alaska, luego hasta las Filipinas y volvió a España por el Cabo de Hornos. Una de las motivaciones de su viaje era comprobar si el español era la lengua más usada en América como pretendía Carlos III. La desilusión fue grande. Malaspina encontró enormes masas de nativos que no hablaban español. El español solo se hablaba en los centros urbanos y siempre mezclados con las lenguas indígenas. Además, los españoles tenían una mala costumbre: en lugar de enseñarle español a los negros e indios, preferían aprender ellos la lengua indígena pues les parecía más rápido. Los españoles nunca estuvieron especialmente interesados en extender su lengua. Se preocupaban de vivir bien y trabajar poco: más o menos como hoy. La lengua era un modo de negociar y comerciar. Una forma de entenderse para que el dinero se moviese. Y para eso les podía servir el español, pero también el quechua o el nahuatl. Lo más anecdótico que le ocurrió a Malespina fue encontrarse con un grupo de Voluntarios Catalanes -soldados- en la isla de Nookta, cerca de Vancouver, en lo que hoy es la frontera entre Canadá y Estados Unidos en la costa oeste. Era un fuerte que defendía el comercio de pieles a cuyo cargo estaba un grupo de fieros -y muertos de frío- soldados catalanes, que añoraban su lejana Cataluña. Los soldados debían de ser de realidad virtual porque, como sabemos, Cataluña nunca participó en la historia de España.

Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar habían naufragado hace siete años cuando se toparon con la expedición de Hernán Cortés. Sietes años en los que convivieron con los indios y adoptaron sus costumbres y aprendieron su lengua maya. Cuando los hombres de Cortés les ofrecieron volverse con ellos, sólo Jerónimo de Aguilar dijo que sí. Gonzalo Guerrero casi hablaba maya mejor que español, se había tatuado el cuerpo, se había perforado las orejas y los labios, tenía tres mujeres y varios hijos y lo habían nombrado cacique. A Gonzalo Guerrero le faltaba la camiseta del Che para ser igualito que un antisistema del siglo XXI. Como es natural, prefirió quedarse entre los mayas y de hecho murió luchando contra los españoles años después. Siempre se ha considerado a Gonzalo Guerrero como el primer mestizo, pero no sería el último. A diferencia de la conquista que tendría lugar en América del Norte –llevada a cabo por puritanos con un marcado toque racista- a los españoles no les importó en absoluto mezclarse con los indígenas. Hernán Cortés tuvo varios hijos con indias y los reconoció en su testamento. Con una india llamada Malinche tuvo uno.


El otro náufrago, Jerónimo de Aguilar, se volvió con los españoles y les sirvió de trujamán con los mayas que se iban topando. Hasta que un día unos caciques les regalaron unas mujeres a los españoles como signo de buena voluntad. En el lote de señoras iba una jovencita de 15 años a la que llamaron Malinche. La chica hablaba nahuatl –la lengua de los aztecas- y maya. Como Aguilar hablaba maya y castellano, Malinche traducía del nahuatl al maya y Aguilar del maya al castellano. Cortés estaba exultante de poderse entender con todos. Pero Aguilar fue víctima del reajuste laboral y de la competencia capitalista: Malinche aprendió español y dejó de ser útil. Este dominio de las lenguas le sirvió a Cortés para ir tejiendo una sutil red de alianzas y confabulaciones contra el poder azteca. Conseguía coligarse con los enemigos de los aztecas y los atraía a su bando.

Pero no todos tuvieron tanta suerte escogiendo trujamanes. Francisco Pizarro había capturado a un niño inca y le había enseñado español. El niño se llamaba Felipillo –les ponían estos nombres- pero no era muy ducho en dominar las lenguas. Los misioneros se quejaban de que Felipillo hablaba un español repleto de blasfemias e insultos, cosa lógica si se había criado entre soldados. Cuando Fray Vicente Valverde se esforzaba en explicarle a Atahualpa- el último jefe inca- los matices de la religión católica, el misionero se desesperaba viendo que Atahualpa lejos de entender nada se moría de la risa. Debía ser porque Felipillo estaba en medio y lo enredaba todo. Cuando Fray Vicente le decía a Atahualpa que Dios es tres en uno, o sea uno y trino – la Santísima Trinidad- Felipillo traducía que Dios es uno más tres, es decir: cuatro. Y claro Atahualpa estallaba en carcajadas y sus risas ofendían a los misioneros. Lo peor fue que Felipillo se enamoró de una de las mujeres de Atahualpa y como así por las buenas no podía tenerla conspiró para matar a Atahualpa. Cuando los españoles creían que los incas podían atacarlos, le preguntaron a Atahualpa si esto era posible. Atahualpa los calmó diciendo que los incas no atacarían, pero Felipillo lo tradujo intencionadamente al revés. Los españoles mandaron ejecutar a Atahualpa al objeto de desmoralizar a los incas. Años más tarde, cuando Felipillo se hallaba al servicio de Diego de Almagro volvió a liarla, pues se confabuló contra los españoles aliándose con los incas. Almagro lo descuartizó haciendo que varios caballos tirasen de todos los miembros de su cuerpo al igual que hacía siglos antes Alejandro Magno. Gajes del oficio.


Por cierto, el año pasado me metí en un chat para preguntar a la gente si sabían por qué diantres era fiesta el 12 de octubre. Gentes que decían ser universitarios aseguraban que era por la Virgen del Pilar. Lo de Colón no le sonaba a nadie. Y en 2006 se cumplieron 500 años de su muerte, pero nadie se enteró. La España moderna no festeja aniversarios franquistas que ofendan a las minorías oprimidas. En Estados Unidos se hartaron de homenajear a Colón al que tienen en muy alta estima. De igual modo que festejan, y siguen festejando, el primer asentamiento inglés en Virginia en 1607, con 18 meses de celebraciones y actos. El 11 de septiembre los catalanes celebrarán su Diada con la parafernalia habitual de quemar alguna banderita española y de proclamar la opresión castellana. Eso no es franquista. Eso es progresista. Pero hablarles a los niños de Cristóbal Colón es reaccionario y retrógrado. Qué país más analfabeto y acomplejado. El pobre Cristóbal tenía que haber sido francés o inglés y así podríamos admirarlo sin ofender a nadie.

1 de septiembre de 2008

Descentralización


Uno de los términos más modernos y qué más recubre de progresismo a quienes lo emplean es el de “descentralización”. Siempre que se cita que España es un estado descentralizado se usa como ejemplo de modernidad y de que avanzamos raudamente hasta el infinito y más allá. Igual que Bazlaityiar, el fracasado superhéroe de “Toiestory”. La idea de la descentralización no es nueva. Quienes primero la emplearon con profusión fueron los carlistas.

Los carlistas nunca fueron un movimiento modernista. Durante todo el siglo XIX fueron contrarios a los espasmos liberales que querían hacer de España un país menos atrasado y menos primitivo. Los carlistas siempre lucharon por mantener los privilegios de la Iglesia Católica. Por eso el carlismo fue un movimiento rural. Los curas se encargaban de advertir al pueblo, desde los púlpitos de las iglesias rurales, contra los peligrosos liberales que blasfemaban en la ciudad. Los carlistas siempre defendieron los fueros de las llamadas zonas históricas. Por esa razón las regiones que más apoyaron el carlismo fueron Aragón, Valencia, País Vasco, Cataluña y Navarra. Los fueros eran privilegios y leyes particulares que los reyes medievales otorgaban durante la Reconquista. Pero en la Edad Media tenía sentido. La Reconquista no eran solo batallas. La parte más difícil era repoblar. Las ciudades no aparecían de la noche a la mañana. El terreno que se había ganado a los moros había que llenarlo de cristianos. Y no era muy alentador irte a vivir en medio de la nada sabiendo que un grupo de moros podía venir a rajarte la garganta, a violar a todas las mujeres de la aldea o a quemarte las cosechas. Había que dar incentivos. Los fueros eran esos incentivos. Se otorgaban leyes que reconocían al mandamás del pueblo y así el mandamás podía hacer y deshacer sabiéndose auspiciado por el rey. Sólo ante el rey tenía que responder. Esto fue un continuo en la historia de España. Los reyes respetaban fueros y tradiciones de modo que, las zonas en que estos fueros imperaban, quedaban indirectamente sujetas al poder real. Los reyezuelos locales se encargaban de hacerlos cumplir para que nadie de fuera viniera a quitarles los privilegios. De esta manera había una pirámide en la que el poder quedaba perfectamente repartido: el aldeano estaba sujeto a su caudillo local por los fueros o leyes particulares; el caudillo local juraba fidelidad al rey, pero en realidad quien mandaba en la aldea era el caudillo y no el rey. Así fue siempre en España. Por esta razón hubo siempre tantas revueltas e insubordinaciones contra el rey. No solían ser rebeliones que surgían del pueblo, sino que se alimentaban desde los caudillos locales a fin de no perder privilegios.

En 1640 los catalanes se alzaron contra los planes del conde-duque de Olivares de que todos los reinos de España contribuyesen a financiar las guerras en Europa. Ya desde antes de 1620 las Cortes castellanas abogaban por un reparto más equitativo de los gastos que generaba el imperio. Castilla era casi el único reino que ponía dinero para sufragar los enormes gastos y pedían que el resto de reinos y provincias (La Corona de Aragón, Portugal, Navarra, Guipuzcoa y Vizcaya principalmente) contribuyesen al menos para costear sus propios gastos de defensa. Las regiones italianas pagaban por su defensa al igual que los Países Bajos y Aragón y Valencia contribuían ocasionalmente. Portugal y Cataluña ayudaban a su defensa, pero se negaban a financiar las guerras de la corona, pues consideraban que lo que ocurría fuera de sus fronteras no era de su incumbencia. Como veis el lío de la financiación autonómica no viene de ahora.

Olivares era lo que hoy llamaríamos un centralista. Los catalanes reaccionaron oponiéndose de uñas a las propuestas de Olivares y hubo una guerra feroz. Tuvo lugar la llamada Revuelta de los Segadores en que las hoces catalanas quedaron tintas de sangre castellana. Cataluña se convirtió en una provincia francesa durante un tiempo, pero -¡oh sorpresa!- los franceses ni querían lengua catalana ni pensaban respetar los fueros. De modo que los catalanes volvieron al redil castellano donde sí les dejaban hablar catalán y donde sí les respetaban los fueros. Esto muestra que si en España hay tantas lenguas y seguimos con los mismos líos de hace siglos, es porque nunca jamás hubo aquí nada parecido al centralismo por mucho que los nacionalistas se lo inventen a diario. Con la excepción de la dictadura franquista. Ahí sí. Y hubo otro intento centralista cuando Felipe V emitió los Decretos de Nueva Planta que suponían la abolición de los fueros. Esto que desde fuera parece pura opresión castellana en la práctica fue oro caído del cielo, porque los catalanes, que hasta entonces no tenían derecho a comerciar con América, a partir de ese momento lo tuvieron. Esto supuso que los catalanes o aprendieron, o lo practicaron quienes ya lo sabían, el castellano, por la lógica razón de que para comerciar hace falta una lengua franca. Las huellas de catalanes a partir del siglo XVIII es amplia y fácilmente rastreable pero quizá la más llamativa para mí, pues me la aprendí en Chile con 5 años, sea la historia de Arturo Prat. Prat era hijo de catalanes que emigraron a principios del siglo XVIII y que ya comerciaban con Argentina, por obra y gracia de los Decretos de Nueva Planta. Años más tarde Arturo Prat sería el héroe del Combate Naval de Iquique y los niños chilenos se saben su historia mejor que los niños ingleses la de Nelson.



En España la tendencia propia de los liberales, de lo que, supuestamente, podría ser la izquierda de hoy, fue el centralismo. Lo contrario era lo antiguo, los fueros, lo que representaba la Iglesia, la vuelta a lo medieval. En la España del siglo XIX ser moderno y progresista era ser centralista a imitación de lo que se había hecho en Francia, en donde se había impuesto una sola lengua y donde se creía que las personas estaban por encima de los territorios, por muy históricos que fuesen. Lo contrario era el carlismo. En 1869 los Carlistas publicaron un panfleto títulado “Dios, Patria y Rey” en el que decían: “España para ser libre necesita un gobierno descentralizador. Es necesario dar a las provincias y al municipio la libertad que han menester para administrarse a sí mismos. Es necesario dar a las provincias sus fueros y franquicias” Es decir: que cuando a un político del siglo XXI se le llena la boca con las bondades de la descentralización le está copiando el programa a un carlista del siglo XIX.



Los carlistas surgen –entre otras cosas- como una reacción ante la Revolución Francesa. Para los carlistas la razón es una herramienta débil y falible. Los carlistas buscan la tradición. En la tradición hallan la verdad, pero como cada terruño tiene su verdad hay que dejar cada terruño tal cual es y sin contaminaciones. La tradición une al terruño con Dios. Dios fue quien otorgó las verdades a nuestros primeros padres y las verdades se fueron transmitiendo en cada terruño hasta nuestros días. Y se transmitieron en cada lengua. Por eso cada lengua une a Dios, con la tierra y con la gente. Cada lengua es sagrada. Las lenguas son quienes albergan esa verdad originaria y por eso hay que defenderlas y protegerlas de la contaminación. Al perderse la lengua se pierde ese vínculo con la tradición y con la verdad revelada por Dios. Se establecía así una unión mística entra la tierra y la lengua, todo ello santificado por Dios. Los carlistas y los tradicionalistas confían poco en la capacidad de la gente para mejorar su entorno y su propia vida. Los carlistas eran inmovilistas que buscaban que nada cambiase. Como casi siempre, a fin de perpetuar los privilegios de una determinada casta.

Mariano Luis de Urquijo era un afrancesado español a quien la Inquisición persiguió por traducir a Voltaire. Quiso hacer mil reformas pero se dio de bruces con todas ellas. En 1808 –el año de la invasión francesa- escribió una carta en la que decía: “Nuestra España es un edificio gótico, compuesto de trozos heterogéneos con tantos gobiernos, privilegios y leyes como provincias hay. No tiene nada de lo que en Europa se llama espíritu público. Estas razones impedirán siempre que se establezca un poder central lo bastante sólido para unir todas las fuerzas nacionales”


Igual que hoy.