8 de febrero de 2008

Blas de Lezo




En 1741, los ingleses se habían cansado de robar el oro y la plata de las Indias valiéndose de piratas como Hawkins y Drake. Así que decidieron ir con la verdad por delante y conquistar Cartagena de Indias: la bellísima ciudad colombiana que servía de punto de enlace con la flota española del Caribe. La Flota de las Indias tenía como puntos de origen Cartagena de Indias y Veracruz en México. Se reunían en La Habana donde los esperaban barcos de guerra que los escoltaban a España. De suerte que los ingleses se hartaron de robar trozos de pastel y quisieron quedarse con la tarta entera. Se plantaron delante de Cartagena de Indias con 186 navíos, 23.600 hombres y 3.000 piezas de artillería. La Armada que Felipe II mandó contra Inglaterra tenía 137 barcos. De modo que la maquinaria que situaron los ingleses delante de Cartagena de Indias era mucho más grande que la pobre Armada Invencible. Los perros ingleses iban en serio y estaban convencidos de que sería coser y cantar. En Cartagena sólo había seis barcos de la Armada, y apenas 3.000 hombres para defender la plaza, pero contaban con un arma secreta: los mandaba un vasco, cojo, manco y tuerto que ya había zurrado a los ingleses. El almirante se llamaba Blas de Lezo.

La excusa para venir a dar la plasta a Cartagena les había sido dada a los ingleses porque un capitán pirata llamado Jenkins fue sorprendido rapiñando plata cerca de Florida. El capitán que lo apresó le cortó la oreja al tal Jenkins y le dijo con chulería española: “dile a tu rey que le haré lo mismo si vuelve a asomar la jeta por aquí”. El tal Jenkins muy enfurecido se fue con la oreja al Parlamento británico. Tuvo que tener mucha guasa digna de chirigota gaditana la imagen de Jenkins gimoteando con la oreja en la mano y los lores y sus pelucas empolvadas deplorando la habitual vulgaridad española. De suerte que se organizó una flota inmensa para darles una lección a esos andrajosos ibéricos que osaban oponerse a los designios de su graciosa majestad. Los ingleses querían cortar la América Hispana por la mitad y Cartagena de Indias era el mejor punto.

De modo que el 17 de abril de 1741 el almirante Vernon con sus 186 barcos apareció en el horizonte del Mar Caribe cogiendo en pelota picada a los españoles. Las tropas de Vernon las formaban, aparte de soldados y marinos británicos, macheteros negros de Jamaica y milicias venidas de Estados Unidos -que aún no era independiente- comandadas por un hermano bastardo de George Washington. Los barcos ingleses, cuyos artilleros eran los mejores del mundo, se colocaron de costado, abrieron sus troneras y comenzaron a bombardear Cartagena de Indias. Blas de Lezo puso en marcha la defensa raudamente. Desmontó cañones de barcos y consiguió situar unos 900 cañones defendiendo Cartagena. Hizo hundir los seis navíos en la bocana del puerto para impedir que los ingleses se aproximasen. Dicen las crónicas que hasta 67 días estuvieron lanzando cañonazos los ingleses. Dos meses de cañoneo de día, tarde y noche, pero los muros de Cartagena de Indias y la moral de los españoles no cedía. Vernon -arrogante como buen anglosajón- había previsto que el asedio duraría una semana a lo máximo. Finalmente, Vernon, se agarró un cabreo de mil pares de narices y ordenó desembarcar a su infantería. Pero claro: una cosa eran los artilleros ingleses en sus fuertes navíos y otra muy distinta era estar en tierra frente a infantería española. Blas de Lezo lo había dispuesto todo muy bien: fosos, trincheras, bastiones, líneas defensivas etc… Los mosqueteros españoles hacían crujir y derretían sus armas de todo el fuego que escupían. Los ingleses empezaron a caer por cientos, además, las enfermedades tropicales los estragaron. Vernon -arrogante como buen anglosajón- ordenó cabizbajo la retirada. Sus 186 barcos y sus 23.000 hombres no habían podido con 3 mil españoles y un vasco manco, tuerto y cojo.

Los ingleses estaban tan seguros de su victoria que el rey Jorge II había mandado acuñar monedas conmemorativas de la supuesta gloriosa campaña en las que se veía a Blas de Lezo enterito -con pierna, ojos y brazos- de rodillas rindiéndose ante el almirante Vernon. En Londres hubo fiesta por la caída de Cartagena de Indias hasta que algún aguafiestas le dijo al rey que sus valientes muchachos habían salido corriendo con su real culo bien apaleado. El rey Jorge II ordenó que los historiadores no mencionaran esta humillante derrota y lo proscribieron de sus libros.

Blas de Lezo murió cinco meses después y, lamentablemente, su tumba se perdió porque ningún cargo oficial español le rindió homenaje. España le pagó como suele. Qué buen vasallo, si tuviera un buen señor.
La fragata actual que lleva su nombre participó en Londres en los 200 años de la Batalla de Trafalgar.

2 comentarios:

Tobias dijo...

Estas son las historias interesantes, las que te hacen querer saber más, las que te hacen querer seguir tirando del hilo para descubrir nuevas sorpresas. Estuve mirando un poco y aprendí que de ese contexto nació Portobello Road en Londres. Los Dire Straits tienen una canción que se llama Portobello Belle. Lo mal que hubiese sonado esa bonita canción de haber sido otro el rumbo de la historia y haberse tenido que llamar Carthagena Belle...

Juan Pablo Arenas dijo...

Así es querido Tobías. Le pusieron el nombre de la ciudad a esa calle, aunque les duró poco la alegría. Menuda historia tienen todas esas ciudades del Mar Caribe: con piratas, bucaneros, raptos y ciudades saqueadas. Habría que darse un garbeo por esos pagos.