28 de septiembre de 2012

Guardiola y el duque de Wellington



El club de fútbol inglés Chelsea llevó a cabo un partido de planteamiento defensivo, en la semifinal de Champions League que disputó contra el club Barcelona, el 24 de abril de 2012; y en la que el club inglés terminó ganando la eliminatoria. El jugador del Barcelona, Dani Alves, llegó a decir que el planteamiento del Chelsea había sido ultradefensivo. Parece que lo dijo con intención peyorativa.

El periodismo deportivo, en general, calificó este resultado como injusto. Por ejemplo, el diario Sport. Se habló de que el Barcelona no merecía haber sido eliminado. Al periodismo deportivo le gusta mucho la literatura sobre merecimientos o inmerecimientos. También estudia los estados psíquicos de los jugadores. En situaciones donde ni las fMRI son fiables, escriben ríos de tinta digital. El hecho les resulta escaso.  

El filósofo contemporáneo Santiago Navajas ha recordado que el objetivo final del fútbol es ganar. La hegemonía del Barcelona de la era Guardiola enamoró a mucha gente. La periodista Joana Bonet llegó a decir que Guardiola había sustituido la testosterona por la inteligencia.

Acaso por la seducción que ejercía -o esparcía- el Barcelona, la derrota ante el Chelsea suscitó tanta congoja colectiva. Se esperaba que Guardiola pudiera concluir su mandato con otra Champions. Pero se insistió una y otra vez en que el juego del Chelsea había sido defensivo o ultradefensivo. A buen seguro querían decir: cobarde. Incluso deshonroso. Como Afrodita salvando -deshonrosamente- a Paris de morir a manos de Menelao.

Las batallas también son defensivas y se ganan. Una de las batallas más decisivas del siglo XIX -y quizá de la historia- fue Waterloo. En Waterloo se enfrentaron los ingleses comandados por el duque de Wellington frente a los franceses liderados por Napoleón. También estuvo presente el mariscal prusiano Blücher, pero su actuación fue secundaria.

Welington hizo un planteamiento completamente defensivo de la batalla, al igual que el club Chelsea. Sabía que no podía derrotar a Napoleón en campo abierto y decidió esperarlo en un lugar elegido por él. Todo estaba escogido a la perfección. Las fuerzas de Wellington estaban situadas sobre una loma y veían con detenimiento los movimientos de Napoleón. Los franceses, en cambio, no veían lo que hacían los ingleses. Wellington tenía que defenderse hasta la llegada de Blücher con refuerzos: ¿los 90 minutos reglamentarios? 

Uno de los episodios más recordados de la batalla tuvo lugar cuando el mariscal Ney decidió embestir con su caballería contra los cuadros de infantería británicos. Como 10 jugadores de fútbol acosando un área de penalty bien guarnecida.

El mariscal Ney era una leyenda dentro de los ejércitos napoleónicos. Napoleón dijo de él que era el más valiente de los valientes. Dicen que Ney había vuelto tocado de la campaña rusa y que, aun siendo igual de arrojado, había perdido su equilibrio por la humillante derrota en Rusia -¿la derrota del 1-2 ante el Real Madrid en liga?-. Conservaba sus dotes de mando, pero ya no tenía la serenidad necesaria para su cargo. ¿Obsesión por la victoria?

El pintor francés Henry Félix Emmanuel Philippoteaux captó la carga del mariscal Ney.



A la izquierda -con su casaca roja- se ven los cuadros británicos perfectamente ordenados y en posición defensiva -el Chelsea-, que aguantaron una y otra vez las embestidas de la caballería francesa -el Barcelona- comandados por Ney. A la derecha se aprecia el desnivel del terreno.

Los franceses, cada vez que atacaban, habían de cargar cuesta arriba. La elección del terreno que había hecho Wellington era magistral. Ney atacó una y otra vez, pero fue incapaz de romper los cuadros británicos. Dicen que lo oían gritar: "Soldados, venid a ver cómo muere un mariscal de Francia". Al final la loma era un amasijo de hombres y caballos muertos y no habían conseguido doblegar a los británicos. Cuentan que Napoleón añoró al mariscal Murat -¿quizá un verdadero delantero centro?- quien -según él- habría logrado romper aquel muro británico. Murat es conocido por los madrileños, pues dirigió la represión del 2 de mayo de 1808 a cañonazo limpio.

El descabello final de la victoria británica -el gol de Torres- se produjo con el ataque de la Guardia Imperial. Napoleón ordenó a su Vieja Guardia -soldados de élite de la época- que atacasen las posiciones británicas. De nuevo el terreno -¿el tamaño del césped?- fue fundamental. Wellington volvió a aprovecharse de las lomas para situar a su ejército en una parte alta. Wellington había dicho a sus hombres que se tumbasen para no ser vistos. La Vieja Guardia atacó orgullosa pero fue sorprendida por la enorme descarga de fusilería de los británicos -que estaban agazapados- y que se incorporaron cuando los franceses estaban cerca. Los tercios españoles habían utilizado una táctica similar en Nordlingen, en 1634. Aquello fue el golpe moral definitivo. El ejército francés comenzó a desintegrarse al ver cómo se retiraba la Vieja Guardia: -¿las lágrimas de Messi?-. La Vieja Guardia nunca antes se había retirado.

Wellington derrotó a Napoleón con un planteamiento defensivo -o ultradefensivo, si se abusa del prefijo-. Las batallas también se ganan sin atacar y sin tomar la iniciativa. Napoleón Guardiola no pudo con el muro de Wellington Di Matteo, aquel 18 de junio de 1815. En la guerra -como en el fútbol- lo que cuenta es ganar. 

Incluso en la película "Tiburón" de 1975 se evocan aquellos inquebrantables cuadros británicos de infantería, en el épico monólogo que escribió John Milius.


Aquí la versión de 1970 de la carga de Ney/Guardiola, en la película que produjo Dino De Laurentiis.