27 de noviembre de 2010

El retablo de las maravillas


Cervantes publicó en 1615 unos entremeses. Los entremeses eran unas obritas breves que se ponían en escena, en medio de los descansos de las obras principales. Era como un descanso mientras la gente aprovechaba para ir al baño o comer. El teatro en el Siglo de Oro era una actividad ruidosa. Nada que ver con lo que es hoy: donde la gente guarda un silencio sepulcral. El teatro era parecido al fútbol, porque se gritaba, se arrojaban verduras al escenario, se comía y se bebía. Todo lo que era un día en el teatro lo contó Juan de Zabaleta en su obra “El día de fiesta por la mañana y por la tarde”. El teatro del Siglo de Oro era un lugar ruidoso con gente que iba a lucir sus mejores galas y con otros que iban a sacarse unas perras gordas a costa de quienes tenían dinero. Uno de los oficios que podían ejercerse era el de aguador. Como el que retrató Velázquez. Estos aguadores vendían agua o aloja que era como un agua mezclada con especias, miel y –a veces- vino.


Decíamos que Cervantes publicó unos entremeses, cuando ya se había hecho famoso por su Quijote. El Quijote había sido lanzado en 1605 y se había convertido en un éxito. Se leía mucho. A pesar de que el pobre Cervantes haya sido secuestrado y abducido por los intelectualoides, a Cervantes en su época lo leía mucha gente. Era un autor parecido a lo que hoy en España podrían significar Carlos Ruiz Zafón o Julia Navarro. Aunque los aburridos filólogos se empeñen en hacernos creer que Cervantes era un tío insufrible e intragable como Roberto Bolaño, lo cierto es que Cervantes era un escritor que se hizo muy famoso por vender libros y no por lo que dijera la crítica. Un ejemplo es que los personajes de don Quijote y Sancho eran elegidos cuando uno se disfrazaba en los carnavales. Es decir: los conocía mucha gente. Al igual que hoy se haría con Spiderman o Bin-Laden.  

Quizá porque Cervantes era famoso o porque le dio la gana, publicó en 1615 unos Entremeses. Era chocante pues los Entremeses se consideraban obras de baja estofa. Como si a Pérez Reverte le diera por escribir obras al estilo de Corín Tellado, más o menos. Uno de los entremeses que Cervantes escribió se llamaba “El Retablo de las Maravillas”. Un retablo era un pequeño teatro de títeres. Como los que se pueden ver hoy en el parque del Retiro.  

En este entremés, Cervantes retoma un cuentecillo folclórico que llevaba siglos conociéndose por Europa. La versión más conocida de este cuento la escribió Hans Christian Andersen con “El traje nuevo del emperador”. Muchos años antes, en el siglo XIV, el infante don Juan Manuel había escrito el Conde Lucanor y en el ejemplo XXXII recogió el mismo cuento. Quizá Andersen conoció el cuento del Conde Lucanor a través de alguna traducción. O por el personaje folclórico de los Países Bajos llamado Till Eulenspiegel. Es un viejo recurso conocido como “el engaño a los ojos”.  

Pero Cervantes –viejo zorro- convierte el cuentecillo en una sátira de la sociedad de su época.


El argumento es sencillo. Dos caraduras (El Chanfalla y La Chirinos) y un secuaz (Rabelín) llegan a un pueblo castellano para estafar a sus habitantes. Los quieren engañar con una argucia singular: les harán una función con un teatro de títeres; pero la obra solo podrá ser vista por aquellos que tengan la sangre limpia de cualquier contaminación morisca o judía. Es decir: no representarán nada. No se verá nada.

¿Pero quién osaría decir que no había obra alguna,  si solo los que tienen la sangre limpia pueden verla? La elección de que el centro de la trama sea un teatro de títeres no es casual. Los estafadores moverán unos inexistentes títeres, pero, en realidad, los espectadores que afirman verlos son los títeres movidos por los hilos de El Chanfalla y La Chirinos. La jugarreta de Cervantes es genial: convierte al espectador en un títere a quien su propia estupidez esclaviza.   

Chanfalla les dice que el retablo lo hizo el sabio Tontonelo, natural de Tontonela, y que era de largas barbas. Riéndose de la creencia de que uno era sabio porque tenía las barbas largas. Además, otro de los personajes dice que él podrá ver el retablo porque “cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo tengo sobre los cuatro costados de mi linaje”. Es decir: que nadie le ganaba a ser cristiano de rancio abolengo. ¿Quién no conoce a algún personaje que presume constantemente de su feminismo, de su ecologismo y de su antirracismo? Todos comienzan a presumir de ser cristianos viejos con ese ardor fantoche del que tanto hacemos gala los españoles: siempre fanfarrones y bravucones.



La representación comienza, siendo Chanfalla el maestro de ceremonias. Naturalmente, no se ve nada, pero nadie se queja. No sea que lo tachen de morisco o judío. La supuesta acción se va volviendo trepidante y todos se van contagiando y sintiendo miedo. Es un caso de alucinación colectiva como cuando Orson Welles hizo creer que habían llegado los marcianos. En un momento dado, el gobernador duda de que aquello exista, porque no ve nada. Pero se calla y dice “al fin habré de decir que lo veo por la negra honrilla”. Y el desbarajuste es de tal alcance que todos son presa de la alucinación. Incluso uno de ellos baila con una doncella que no existe.

El elemento lúcido y cuerdo es un furriel –como un sargento de la época- que viene a pedir alojamiento para unas decenas de soldados. El furriel se da cuenta del estado de demencia en que se encuentran todos por el influjo de la obra y exclama: “¿Esta loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta? ¿Y qué baile? ¿Y qué Tontonelo?” Entonces, uno de ellos –inflado de ideología dominante- grita: “De ellos es, de ellos es el señor furriel”. Como diciendo que el furriel tiene la sangre sucia. El furriel se crispa y se bate a cuchilladas con todos. La representación termina como el rosario de la aurora. El entremés concluye con Chanfalla diciendo que la magia de su obra ha quedado demostrada y es totalmente ajeno a que el pueblo se enzarce a cuchilladas con el furriel.

No es casual, tampoco, que el elemento lúcido sea un soldado. Cervantes fue soldado y siempre estuvo muy orgulloso de ello. Estuvo en Lepanto y 5 años preso en una cárcel de Argel. Cervantes había vivido mucho y tenía la visión desencantada de quien está de vuelta de todo. Estuvo en la cárcel. Se le quedó una mano inútil por un arcabuzazo en Lepanto. Hasta que publicó El Quijote malvivió como pudo. Conocía la mediocridad de sus gobernantes y la estupidez de una sociedad pobre, que se afanaba en vivir de sus glorias pasadas. Cervantes publica sus Entremeses con 67 años. Moriría al año siguiente. 

Pero lo extraordinario de su obra es aplicarla al presente. ¿Cuántos gobernantes insisten en ver algo en el retablo a pesar de que solo hay aire? ¿Cuántos canallas conocemos que se den cuenta de que el retablo está vacío y, aun así, se callan y esconden la cabeza? ¿Cuántos miserables cobardes cierran la boca para no sentirse social o políticamente menospreciados? Si Cervantes levantara la cabeza…


3 comentarios:

J. Ángel dijo...

Buenas tardes. Por fin, desde otro equipo, puedo dejar una nota al pie... De momento, ante todo mi enhorabuena por los últimos insertos, aunque no comparto todo lo que en ellos dices. En segundo lugar, que me alegro de que hayas regresado a la bitacoración. Se agradece leer cosas así, y, de paso: se entiende que escribas poco. Está todo pensadito y organizado, incluyendo las imágenes. Estos son los acordes, para otro rato dejo los desacuerdos. Aunque reconozco que en lo que se refiere a esta entrada concreta, apenas los tengo. Por cierto, gracias por acordarte de los Siglos de Oro, de las letras y las imágnes de entonces... Y de Juan de Zabaleta, que a mí me gusta mucho.

Juan Pablo Arenas dijo...

Gracias J.A.:

La verdad es que intento hacerlo cuco y sistemático para que me guste leerlo y no le desagrade a quien tenga el gentil detalle de pasarse.

Desacuerda cuanto quieras, que para eso estamos.

Zabaleta era un fiera de las monsergas que, por advertirnos del pecado, nos dejó una deliciosa crónica de cómo eran nuestros antepasados.

JP.

J. Ángel dijo...

A Zabaleta lo has clavao: es eso, efectivamente. Y muy recomendable como lectura, de verdad. Aviso que dejo aquí para navegantes. Los dos "Días de fiesta", el de por la mañana y el de por la tarde, son bien entretenidos.