El antiguo concepto de la limpieza de sangre se ha visto sustituido por la limpieza de lengua.
En “El Buscón” - libro hecho por el centralista y mesetario Francisco de Quevedo- se describe una escena en la que varios chavales se disponen a cenar. Como la limpieza de sangre era lo primordial en el siglo XVII, y nadie quería pasar por mal cristiano, tenían un trozo reseco y rancio de tocino que sostenían de una cuerda. Cuando les llegaba la hora de la cena, descolgaban el trozo carcomido de cerdo, lo sumergían en la comida y lo volvían a sacar. La cena quedaba santificada con el trozo de tocino -limpieza de sangre- pues todos sabían que un buen cristiano –a diferencia de un moro o un judío- no hacía ascos a un buen trozo de cerdo. Los españoles obtenían su certificado de buenos cristianos con sangre limpia al sumergir su reseco trozo de cerdo en el guiso y así acallaban las habladurías.
Nadie quería quedar como un mal cristiano. Nadie quería que lo confundiesen con un moro o un judío. De esta guisa lo cuenta Quevedo: “Y prosiguió siempre en aquel modo de vivir que he contado. Sólo añadió a la comida tocino en la olla, por no sé qué que le dijeron un día de hidalguía allá fuera. Y así, tenía una caja de hierro, toda agujerada como salvadera, abríala y metía un pedazo de tocino en ella que la llenase y tornábala a cerrar y metíala colgando de un cordel en la olla, para que la diese algún zumo por los agujeros y quedase para otro día el tocino. Parecióle después que en esto se gastaba mucho, y dio en sólo asomar el tocino a la olla. Dábase la olla por entendida del tocino y nosotros comíamos algunas sospechas de pernil. Pasábamoslo con estas cosas como se puede imaginar”.
De esta limpieza de sangre se ha pasado a la limpieza de lengua. Ningún catalán que se precie quiere pasar por un mal catalán. Incluso aquellos a quienes les resulta más fácil hablar español que catalán se empeñan en hablarlo para acallar los rumores. Nadie quiere salirse de la foto. Y no solo ha de serlo actualmente, sino que ha de parecer que todos sus antepasados eran perfectos catalanes desde siempre. Incluso desde antes de que llegaran los primeros griegos a Ampurias. El buen catalán es catalán desde el origen de los tiempos. El buen catalán se une con el neandertal.
Se han publicado unas memorias sobre el ex alcalde de Barcelona, Pascual Maragall, ahora aquejado de la enfermedad de Alzheimer, la cual se titula “Pasqual Maragall, el hombre y el político”, de Esther Tusquets y Mercedes Vilanova (Ediciones B) que ha venido con una polémica bajo el brazo, ya que han desaparecido todas las páginas que hablaban del padre del ex alcalde de Barcelona, el señor Jordi Maragall.
Las palabras del señor Jordi Maragall, que vivía en Barcelona durante la Guerra Civil, no son las más adecuadas a fin de fabricarse un buen certificado de limpieza de lengua y de buena catalanidad. “Durante nuestra guerra conocimos estos días tranquilos en el piso de Travesera, solos en él, ocupados en muchos quehaceres de la casa o mirando por las ventanas hacia el Tibidabo en las tardes de otoño de 1936, leyendo La montaña mágica, que tanto me impresionó, escuchando conciertos que nos traía el gran aparato de radio, sintiendo profundamente el dulce bienestar de la propia casa, en la que todo se domina, todo nos pertenece y lo usamos todo con constante deleite.» Se ve claramente que el señor Jordi Maragall no gritaba que muriese Franco, ni clamaba soflamas en apoyo de los anarquistas, de Durruti o de la FAI. El señor Maragall intentaba capear el temporal como buenamente era capaz y disfrutaba de su vida, como, seguramente, habríamos hecho casi todos en la misma circunstancia.
Después, prosigue hablando del doctor que atendía a la familia, a quien lo fusiló la República. «El pobre doctor Degollada, asesinado por los rojos poco después, asiste a Basi, autoritario, limpio, inspirando tanta confianza». Hoy en día puede resultar curioso que los llame rojos, pues es de sobra conocido que todos los catalanes eran antifranquistas incluso antes de que naciera Franco. El doctor Degollado murió fusilado por el único delito de no ser un campesino. Es bueno recordar los crímenes que se cometieron en nombre de la República, ahora que la ley de memoria histórica solo insiste en recordar los crímenes franquistas.
Aquí hay una investigación escrita en catalán sobre el doctor Degollada y otros 19 que fueron fusilados, supuestamente, por ser falangistas y que ahora duermen el sueño de los justos en el cementerio de Sitges. Mentira. Lo cierto es que Franco avanzaba inexorable y había que elevar la moral de los aguerridos e igualitarios comunistas y anarquistas. Se olvida con demasiada frecuencia que nuestra vil e infame Guerra Civil fue un baño de sangre en la que sería conveniente dejar de hablar de malos y buenos.
Y cuando habla de su percepción por la entrada de Franco en Barcelona, hecho que constituyó el final de la guerra dice: “Son ya los días de las caras alegres y de las noches cerca de la radio. Pocos días después vino la liberación de Barcelona”. La liberación. No había tristeza en lo que decía. ¿No se supone que eran todos los catalanes antifranquistas incluso antes de que naciera Franco? Los desmemoriados olvidan que durante la Guerra Civil hubo catalanes que mataron catalanes, igual que hubo vascos que mataron vascos. Y hubo catalanes que no hablaban catalán que mataron catalanes que sí hablaban catalán. Y hubo vascos que no hablaban vasco y que mataron a vascos que sí lo hablaban. Pero esto es mejor no recordarlo. No sea que estorbe en la construcción e invención de la nueva patria.
En tiempos de Quevedo nadie quería que lo llamasen mal cristiano o moro o judío, y deseaban ante todo que los motejasen de cristianos viejos. Si había que inventarse un abuelo en Vizcaya o en Asturias, se lo inventaban. Hoy en día los buenos catalanes reescriben su pasado sin pudor para eliminar cualquier tacha o mácula que les ensucie su historial. Un buen pasado limpio de cualquier tufillo franquista es igual de efectivo que el rancio y seco tocino del que hablaba Quevedo.
Todo lo dicho está contado en la bitácora de Arcadi Espada. Y se pueden leer las acusaciones de censura que han hecho las autoras del libro.
En “El Buscón” - libro hecho por el centralista y mesetario Francisco de Quevedo- se describe una escena en la que varios chavales se disponen a cenar. Como la limpieza de sangre era lo primordial en el siglo XVII, y nadie quería pasar por mal cristiano, tenían un trozo reseco y rancio de tocino que sostenían de una cuerda. Cuando les llegaba la hora de la cena, descolgaban el trozo carcomido de cerdo, lo sumergían en la comida y lo volvían a sacar. La cena quedaba santificada con el trozo de tocino -limpieza de sangre- pues todos sabían que un buen cristiano –a diferencia de un moro o un judío- no hacía ascos a un buen trozo de cerdo. Los españoles obtenían su certificado de buenos cristianos con sangre limpia al sumergir su reseco trozo de cerdo en el guiso y así acallaban las habladurías.
Nadie quería quedar como un mal cristiano. Nadie quería que lo confundiesen con un moro o un judío. De esta guisa lo cuenta Quevedo: “Y prosiguió siempre en aquel modo de vivir que he contado. Sólo añadió a la comida tocino en la olla, por no sé qué que le dijeron un día de hidalguía allá fuera. Y así, tenía una caja de hierro, toda agujerada como salvadera, abríala y metía un pedazo de tocino en ella que la llenase y tornábala a cerrar y metíala colgando de un cordel en la olla, para que la diese algún zumo por los agujeros y quedase para otro día el tocino. Parecióle después que en esto se gastaba mucho, y dio en sólo asomar el tocino a la olla. Dábase la olla por entendida del tocino y nosotros comíamos algunas sospechas de pernil. Pasábamoslo con estas cosas como se puede imaginar”.
De esta limpieza de sangre se ha pasado a la limpieza de lengua. Ningún catalán que se precie quiere pasar por un mal catalán. Incluso aquellos a quienes les resulta más fácil hablar español que catalán se empeñan en hablarlo para acallar los rumores. Nadie quiere salirse de la foto. Y no solo ha de serlo actualmente, sino que ha de parecer que todos sus antepasados eran perfectos catalanes desde siempre. Incluso desde antes de que llegaran los primeros griegos a Ampurias. El buen catalán es catalán desde el origen de los tiempos. El buen catalán se une con el neandertal.
Se han publicado unas memorias sobre el ex alcalde de Barcelona, Pascual Maragall, ahora aquejado de la enfermedad de Alzheimer, la cual se titula “Pasqual Maragall, el hombre y el político”, de Esther Tusquets y Mercedes Vilanova (Ediciones B) que ha venido con una polémica bajo el brazo, ya que han desaparecido todas las páginas que hablaban del padre del ex alcalde de Barcelona, el señor Jordi Maragall.
Las palabras del señor Jordi Maragall, que vivía en Barcelona durante la Guerra Civil, no son las más adecuadas a fin de fabricarse un buen certificado de limpieza de lengua y de buena catalanidad. “Durante nuestra guerra conocimos estos días tranquilos en el piso de Travesera, solos en él, ocupados en muchos quehaceres de la casa o mirando por las ventanas hacia el Tibidabo en las tardes de otoño de 1936, leyendo La montaña mágica, que tanto me impresionó, escuchando conciertos que nos traía el gran aparato de radio, sintiendo profundamente el dulce bienestar de la propia casa, en la que todo se domina, todo nos pertenece y lo usamos todo con constante deleite.» Se ve claramente que el señor Jordi Maragall no gritaba que muriese Franco, ni clamaba soflamas en apoyo de los anarquistas, de Durruti o de la FAI. El señor Maragall intentaba capear el temporal como buenamente era capaz y disfrutaba de su vida, como, seguramente, habríamos hecho casi todos en la misma circunstancia.
Después, prosigue hablando del doctor que atendía a la familia, a quien lo fusiló la República. «El pobre doctor Degollada, asesinado por los rojos poco después, asiste a Basi, autoritario, limpio, inspirando tanta confianza». Hoy en día puede resultar curioso que los llame rojos, pues es de sobra conocido que todos los catalanes eran antifranquistas incluso antes de que naciera Franco. El doctor Degollado murió fusilado por el único delito de no ser un campesino. Es bueno recordar los crímenes que se cometieron en nombre de la República, ahora que la ley de memoria histórica solo insiste en recordar los crímenes franquistas.
Aquí hay una investigación escrita en catalán sobre el doctor Degollada y otros 19 que fueron fusilados, supuestamente, por ser falangistas y que ahora duermen el sueño de los justos en el cementerio de Sitges. Mentira. Lo cierto es que Franco avanzaba inexorable y había que elevar la moral de los aguerridos e igualitarios comunistas y anarquistas. Se olvida con demasiada frecuencia que nuestra vil e infame Guerra Civil fue un baño de sangre en la que sería conveniente dejar de hablar de malos y buenos.
Y cuando habla de su percepción por la entrada de Franco en Barcelona, hecho que constituyó el final de la guerra dice: “Son ya los días de las caras alegres y de las noches cerca de la radio. Pocos días después vino la liberación de Barcelona”. La liberación. No había tristeza en lo que decía. ¿No se supone que eran todos los catalanes antifranquistas incluso antes de que naciera Franco? Los desmemoriados olvidan que durante la Guerra Civil hubo catalanes que mataron catalanes, igual que hubo vascos que mataron vascos. Y hubo catalanes que no hablaban catalán que mataron catalanes que sí hablaban catalán. Y hubo vascos que no hablaban vasco y que mataron a vascos que sí lo hablaban. Pero esto es mejor no recordarlo. No sea que estorbe en la construcción e invención de la nueva patria.
En tiempos de Quevedo nadie quería que lo llamasen mal cristiano o moro o judío, y deseaban ante todo que los motejasen de cristianos viejos. Si había que inventarse un abuelo en Vizcaya o en Asturias, se lo inventaban. Hoy en día los buenos catalanes reescriben su pasado sin pudor para eliminar cualquier tacha o mácula que les ensucie su historial. Un buen pasado limpio de cualquier tufillo franquista es igual de efectivo que el rancio y seco tocino del que hablaba Quevedo.
Todo lo dicho está contado en la bitácora de Arcadi Espada. Y se pueden leer las acusaciones de censura que han hecho las autoras del libro.
4 comentarios:
Y en estas cosas quién tiene el derecho de censurar o no? Quiero decir, si a mi me da por hacer una biografía de alguien, tienen sus familiares el derecho de censurar lo que no les plazca de mi trabajo? Ya no entiendo nada...
T
La razón fundamental es que don Jordi Maragall hace tiempo que sirve de alimento para los gusanos, así que poco puede aducir. Los Maragall argumentaron que eran pasajes personales que nada añadían al conjunto de la historia, que es una excusa muy socorrida. Pero lo importante es que si alguien hace un libro, tanto si es por encargo o por propia motivación no debería corresponder a a aquel sobre quien se hace el libro el derecho a elegir qué se incluye y qué no. Además, entendería que no se aportasen datos sobre la vida sexual del caballero, pero la postura de Jordi Maragall sobre la Guerra Civil es un dato que sí añade luz y que sí resulta relevante.
Afortunada o desafortunadamente estamos inexorablemente vinculados a lo que fueron nuestros antepasados, lo cual puede ser una gracia o una desgracia. Hace unos días fuimos unos amigos a hacer una ruta de senderismo por la Sierra Norte de Sevilla, le pedimos a unos chavales que nos hicieran una foto para inmortalizar el expléndido día de campo, los muchachos decidieron que la hiciera una pequeñaja rubita por la simple razón de que su padre era fotógrafo, con lo cual daban por sentado que ella sería la mejor fotógrafa, es decir que si tu padre es cocinero tú serás el que mejor sabe guisar, si es un asesino, el que mejor mata y si es médico como él mío, debo saber operar de amígdalas de maravilla. Esta premisa aunque ilógica sigue presente en muchas cabezas pensantes y logran avengonzar de sus antepasados a más de uno. `Se lleva en la sangre´ dice el tópico y `lo ha mamao desde chico´, que se dice por aquí y viene a ser lo mismo, y que te endosa la pesada piedra de lo que hicieron tus antepasados sobre tus hombros, cuando digo yo.., ¿no será más valioso defender tus ideales aún en contra de tu propia familia y de aquello que te rodea?¿no tendrá esto más mérito y será más digno de elogio?. En mi caso no pudo ser, de pequeña mi hermano me daba collejas si decía que era `der Seviya´, hasta que acabé siendo `der Beti´ y dejó de dármelas, no tuve más remedio que sucumbir a la presión familiar, ahora soy del Betis por herencia familiar.
besitossss
Es cierto que el peso del antepasado es alargado y constante. Hay quienes lo llevan como una losa y los hay que le sacan un jugoso rédito. Me viene a las mientes la figura de Antonio Flores el cual a nadie interesó mientras estuvo vivo. Hubo de morirse para tener éxito. Pocos conocen la anécdota de que tocó en el Rock Club, un garito al que yo iba a finales de los 80, delante de 5 personas. Eso sí: el tío, muy profesional, tocó.
En cuanto a la presión de hacerme de tal o cual equipo o de creer en tal o cual dios, nunca la he sentido. Soy de familia sudaca y mis padres estaban tan preocupados currando que ni la primera eucaristía tomé. Quizá por eso he pasado de ser un apátrida descreído a ser un patriota convencido. Seguramente porque mi patriotismo no es verborreico ni de pose, sino adquirido a través de muchos libros y desengañado por mucho cantamañanas.
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