En Occidente se vive bien. No se pasa hambre. Hay quien tiene más apuros económicos y ha de prescindir de ciertos lujos, pero, en general, se vive bastante bien. Hay vacunas, calefacción, agua caliente, hospitales, coches, policías, jueces… Todo es mejorable, por supuesto, pero podemos afirmar que vivimos con unos altos niveles de comodidad. Pero la consecuencia más necia y terrible de esta vida regalada y cómoda es la negación de la muerte. Occidente niega la muerte y la esconde porque está acostumbrado a ganarle demasiadas veces el pulso. En cualquier otra zona del mundo, la muerte es un compañero habitual y pavoroso al que hay que hacerse como una parte más de la vida. Pero en Occidente la muerte es obscena.
Aún recuerdo cuando era pequeñito y mi bisabuelo murió. Era un hombre recio del campo chileno; un campesino; un huaso que los llaman allí a los paletos. Y orgulloso de serlo. Nació en el campo, murió en el campo. Pero cuando murió, hicimos lo que siempre se había hecho. Engalanaron al cadáver con sus mejores ropas y lo tendieron en su cama al objeto de que todos presentasen sus respetos. No había morbo ni delectación enfermiza. La muerte era un paso más de la vida. Todos sabemos que vamos a morir. No tenía sentido ocultarlo.
Nos hicieron pasar al cuarto donde estaba mi bisabuelo y todos le dimos un beso de respeto. El resto del pueblo pasó a dar las condolencias y todos deambulábamos por la habitación donde yacía exánime mi bisabuelo. Se llamaba Desiderio. Ahora los niños se llaman Deisi, Yónatan o Yénifer, que queda más internacional.
Hoy los viejos se mueren en los hospitales entre mangueras y pañales. Cuando en una planta se muere un viejo, todo el personal de planta se moviliza con la agilidad de un comando de marines. Primero se cierran todas las habitaciones y se conmina a quienes se hallan visitando familiares que, bajo ningún motivo, salgan de los cuartos durante al menos diez minutos. No es que vayan a fumigar con una bomba de neutrones sino que van a cometer el espantoso pecado de sacar al muerto al pasillo. El muerto sale en un habitáculo metálico del que no se intuyen las formas. Nadie sabe si quien va dentro es un muerto hombre, mujer o marciano. Tras clausurar las habitaciones, el muerto tiene paso franco al ascensor de urgencia donde bajará a su ignominioso rincón en el que ya no molesta ni incordia. Al cabo de diez minutos, se levanta la alarma y la gente puede volver a sus quehaceres visitatorios y subir el volumen de la tele. Si quien transporta el muerto por los pasillos del hospital se encuentra a una pobre alma desdichada, la reacción más normal es darse la vuelta y taparles los ojos a los niños, si los llevan, como si hubieran visto un exhibicionista con el falo erecto. La muerte es obscena.
Acaso por esa razón cuando aconteció el accidente de agosto en Barajas, lo primero que se preguntaban todos era el porqué. Morirse ya se considera anormal. Nos creemos invencibles: por esa razón el imbécil que se te pega al culo para que le dejes pasar yendo en coche piensa que a él no le va a tocar. El tiene su Seat León impoluto y nuevecito. Nadie se da cuenta de que la vida es una lotería en la que se sortean pasajes negros todos los días y a cualquiera puede tocarnos. Un campesino del siglo XIV, tras la vigésima epidemia de peste bubónica, enterraba a su familia y volvía a trabajar. Ahora la gente va al psicólogo, toma Prozac y se cogen bajas por depresión. En el accidente de Barajas había manadas de psicólogos, más que familiares, recordándoles a los deudos que morirse es anormal.
El occidental piensa que a él no le va a tocar. Es un tío invencible al que la muerte no le afecta. Por esa razón lo come todo sin grasa, habla con el móvil a medio metro de la oreja para que no le afecten las ondas y se zampa una salchicha transgénica mientras hutus y tutsis se matan a machetazos en la tele. Eso no va con él. Quizá porque mi bisabuelo era de otra pasta, nos daba una colleja si no nos comíamos la grasa de la carne. “Todo es comida” decía. Que le vinieran a él con que no había que comer grasas o no fumar. Se descojonaría vivo.
La muerte se ha convertido en un hecho pornográfico. Por eso se protestó cuando se enseñaba a la gente reventada tras los atentados de marzo de 2004. Y hubo quejas por mostrar a la gente tirándose desde el piso 50 de las Torre Gemelas. Te mueres y encima eres un cabrón por salir en la tele. Tanto adelanto tecnológico ha hecho que en lugar de que el conocimiento nos sirva de analgésico a fin de mitigar los dolores, ha hecho que el conocimiento nos sirva para negar lo que somos y de dónde venimos. Nuestro mundo es una mentira embaucadora en el que por puro tedio nos da por hacernos vegetarianos. Vete tú a decirle a un africano hambriento que no coma animalitos.
De tanta anestesia nos hemos convertido en unos idiotas que hemos olvidado qué es el hombre y qué es la vida. Como nos gusta pensar y cavilar, cuando un horror nos toca de cerca intentamos descifrar las causas. Todo lo pensamos y deseamos averiguar el porqué. No entendemos que el hombre no es ese mejunje mezcla de Bambi y Heidi que nos hemos fabricado, sino que hombres son los cabrones que matan a sus mujeres con un cuchillo jamonero; hombres eran los nazis que encendían hornos en Auschwitz; y hombres son los etarras que brindan con champán cuando un coche bomba mata a los hijos de los guardias civiles. No vienen de otro planeta. Tuvieron, quizá, una infancia normal, comían bocadillos de nocilla, y veían la tele o leían cómics. E iban a ver a su abuelita los domingos y le daban un beso muy cariñoso al irse. Por esta razón cuando 4 menores de edad, violan, matan y queman a una niña subnormal, nos dan pena y los soltamos preservando su intimidad. Porque, pobrecitos, el ser humano es bueno.
Lo mismo acaeció con el espantoso tsunami de hace 4 años. Todo el mundo se puso muy solidario y muy lloroso y hacían competiciones a ver quién mandaba más arroz. Nadie preguntó por qué a un idiota se le ocurrió hacer una urbanización de lujo donde llevaba habiendo tsunamis millones de años. Si les hubieran preguntado a los oriundos del lugar, les habrían dicho que esas playas son tan lindas y tienen la arena tan blanca porque cada cierto tiempo viene el mar y se lo lleva todo. Puede que os acordéis del camping de Biescas en Huesca donde hace 12 años murieron 86 personas porque a un gilipollas se le ocurrió montar un camping en el lecho de un río seco. No hay que ser geólogo para darse cuenta de que si el agua pasó un día por allí, y llevaba millones de años pasando por allí, volvería a pasar por allí tarde o temprano. Pero claro: no dejes que un estúpido geólogo te joda el negocio. Antes, si pasaba una desgracia natural la gente aprendía y se piraba a otro sitio. Que se lo digan a los pompeyanos. Ahora ya no.
Cadaqués es un precioso pueblecito de Gerona donde la gente construye sus casitas a pie de playa. Con el temporal del pasado día 25 de diciembre hubo casas inundadas, ventanas rotas y más de un susto con un paseante arrastrado por la corriente. Hay que ver qué cabrón se pone el mar. Deberían haberse ido a azotar al mar, como Jerjes, el rey persa, que en el 480 A.C. azotó al mar porque el cabrón le había jodido su puentecito con el que iba a invadir Grecia. Pero aun así hubo gente de Cadaqués que protestó por el temporal al Ayuntamiento, como si el alcalde tuviera la culpa. Y un submarinista, olé sus huevos, decidió que el mejor día para hacer submarinismo era el día del temporal. Se ahogó, claro. Y eso que somos invencibles e inmortales. Lo tuvieron bien tapadito no fuera que alguien se diera cuenta de que el mar mata.
Aún recuerdo cuando era pequeñito y mi bisabuelo murió. Era un hombre recio del campo chileno; un campesino; un huaso que los llaman allí a los paletos. Y orgulloso de serlo. Nació en el campo, murió en el campo. Pero cuando murió, hicimos lo que siempre se había hecho. Engalanaron al cadáver con sus mejores ropas y lo tendieron en su cama al objeto de que todos presentasen sus respetos. No había morbo ni delectación enfermiza. La muerte era un paso más de la vida. Todos sabemos que vamos a morir. No tenía sentido ocultarlo.
Nos hicieron pasar al cuarto donde estaba mi bisabuelo y todos le dimos un beso de respeto. El resto del pueblo pasó a dar las condolencias y todos deambulábamos por la habitación donde yacía exánime mi bisabuelo. Se llamaba Desiderio. Ahora los niños se llaman Deisi, Yónatan o Yénifer, que queda más internacional.
Hoy los viejos se mueren en los hospitales entre mangueras y pañales. Cuando en una planta se muere un viejo, todo el personal de planta se moviliza con la agilidad de un comando de marines. Primero se cierran todas las habitaciones y se conmina a quienes se hallan visitando familiares que, bajo ningún motivo, salgan de los cuartos durante al menos diez minutos. No es que vayan a fumigar con una bomba de neutrones sino que van a cometer el espantoso pecado de sacar al muerto al pasillo. El muerto sale en un habitáculo metálico del que no se intuyen las formas. Nadie sabe si quien va dentro es un muerto hombre, mujer o marciano. Tras clausurar las habitaciones, el muerto tiene paso franco al ascensor de urgencia donde bajará a su ignominioso rincón en el que ya no molesta ni incordia. Al cabo de diez minutos, se levanta la alarma y la gente puede volver a sus quehaceres visitatorios y subir el volumen de la tele. Si quien transporta el muerto por los pasillos del hospital se encuentra a una pobre alma desdichada, la reacción más normal es darse la vuelta y taparles los ojos a los niños, si los llevan, como si hubieran visto un exhibicionista con el falo erecto. La muerte es obscena.
Acaso por esa razón cuando aconteció el accidente de agosto en Barajas, lo primero que se preguntaban todos era el porqué. Morirse ya se considera anormal. Nos creemos invencibles: por esa razón el imbécil que se te pega al culo para que le dejes pasar yendo en coche piensa que a él no le va a tocar. El tiene su Seat León impoluto y nuevecito. Nadie se da cuenta de que la vida es una lotería en la que se sortean pasajes negros todos los días y a cualquiera puede tocarnos. Un campesino del siglo XIV, tras la vigésima epidemia de peste bubónica, enterraba a su familia y volvía a trabajar. Ahora la gente va al psicólogo, toma Prozac y se cogen bajas por depresión. En el accidente de Barajas había manadas de psicólogos, más que familiares, recordándoles a los deudos que morirse es anormal.
El occidental piensa que a él no le va a tocar. Es un tío invencible al que la muerte no le afecta. Por esa razón lo come todo sin grasa, habla con el móvil a medio metro de la oreja para que no le afecten las ondas y se zampa una salchicha transgénica mientras hutus y tutsis se matan a machetazos en la tele. Eso no va con él. Quizá porque mi bisabuelo era de otra pasta, nos daba una colleja si no nos comíamos la grasa de la carne. “Todo es comida” decía. Que le vinieran a él con que no había que comer grasas o no fumar. Se descojonaría vivo.
La muerte se ha convertido en un hecho pornográfico. Por eso se protestó cuando se enseñaba a la gente reventada tras los atentados de marzo de 2004. Y hubo quejas por mostrar a la gente tirándose desde el piso 50 de las Torre Gemelas. Te mueres y encima eres un cabrón por salir en la tele. Tanto adelanto tecnológico ha hecho que en lugar de que el conocimiento nos sirva de analgésico a fin de mitigar los dolores, ha hecho que el conocimiento nos sirva para negar lo que somos y de dónde venimos. Nuestro mundo es una mentira embaucadora en el que por puro tedio nos da por hacernos vegetarianos. Vete tú a decirle a un africano hambriento que no coma animalitos.
De tanta anestesia nos hemos convertido en unos idiotas que hemos olvidado qué es el hombre y qué es la vida. Como nos gusta pensar y cavilar, cuando un horror nos toca de cerca intentamos descifrar las causas. Todo lo pensamos y deseamos averiguar el porqué. No entendemos que el hombre no es ese mejunje mezcla de Bambi y Heidi que nos hemos fabricado, sino que hombres son los cabrones que matan a sus mujeres con un cuchillo jamonero; hombres eran los nazis que encendían hornos en Auschwitz; y hombres son los etarras que brindan con champán cuando un coche bomba mata a los hijos de los guardias civiles. No vienen de otro planeta. Tuvieron, quizá, una infancia normal, comían bocadillos de nocilla, y veían la tele o leían cómics. E iban a ver a su abuelita los domingos y le daban un beso muy cariñoso al irse. Por esta razón cuando 4 menores de edad, violan, matan y queman a una niña subnormal, nos dan pena y los soltamos preservando su intimidad. Porque, pobrecitos, el ser humano es bueno.
Lo mismo acaeció con el espantoso tsunami de hace 4 años. Todo el mundo se puso muy solidario y muy lloroso y hacían competiciones a ver quién mandaba más arroz. Nadie preguntó por qué a un idiota se le ocurrió hacer una urbanización de lujo donde llevaba habiendo tsunamis millones de años. Si les hubieran preguntado a los oriundos del lugar, les habrían dicho que esas playas son tan lindas y tienen la arena tan blanca porque cada cierto tiempo viene el mar y se lo lleva todo. Puede que os acordéis del camping de Biescas en Huesca donde hace 12 años murieron 86 personas porque a un gilipollas se le ocurrió montar un camping en el lecho de un río seco. No hay que ser geólogo para darse cuenta de que si el agua pasó un día por allí, y llevaba millones de años pasando por allí, volvería a pasar por allí tarde o temprano. Pero claro: no dejes que un estúpido geólogo te joda el negocio. Antes, si pasaba una desgracia natural la gente aprendía y se piraba a otro sitio. Que se lo digan a los pompeyanos. Ahora ya no.
Cadaqués es un precioso pueblecito de Gerona donde la gente construye sus casitas a pie de playa. Con el temporal del pasado día 25 de diciembre hubo casas inundadas, ventanas rotas y más de un susto con un paseante arrastrado por la corriente. Hay que ver qué cabrón se pone el mar. Deberían haberse ido a azotar al mar, como Jerjes, el rey persa, que en el 480 A.C. azotó al mar porque el cabrón le había jodido su puentecito con el que iba a invadir Grecia. Pero aun así hubo gente de Cadaqués que protestó por el temporal al Ayuntamiento, como si el alcalde tuviera la culpa. Y un submarinista, olé sus huevos, decidió que el mejor día para hacer submarinismo era el día del temporal. Se ahogó, claro. Y eso que somos invencibles e inmortales. Lo tuvieron bien tapadito no fuera que alguien se diera cuenta de que el mar mata.
10 comentarios:
También en occidente luchamos más que nadie contra la muerte y la verdad es que le hemos ganado bastante terreno, aunque al final acabe ganando ella siempre. Igual por eso se esconde, a nadie le gusta regocijarse en las derrotas...
Un abrazo!
T
Curiosa esta tradición occidental de esconder la muerte para intentar auto-convencernos de nuestra imortalidad. Y a mí que siempre me ha llamado la atención eso de la muerte.., supongo que será por aquello de que nos la ocultan tanto.
En otras culturas la inmortalidad se alcanza precisamente a través de la muerte. Para eso los orientales son especialistas, y para muestra están los Sokushinbutsu, monjes japoneses que se automomificaban en vida desecándose poco a poco, impresionante forma de unir la vida y la muerte:
http://pordescargadirecta.com/foro/hablando-todo-un-poco/16454-sokushinbutsu-momias-vivientes/
Conozco a un chico que se dedica a la taxidermia, aunque no lo parezca es un gran negocio, el chaval se forra con eso de disecar los bichos que otros cazan. En una ocasión le supliqué que cuando muriera me disecara y me embalsamara, siempre me han apasionado las momias y siempre quise ser una de ellas, qué quieres..cosas de la demencia…, me imaginaba en un lecho de cristal con vestido de gasa blanco y los ojos de cristal, al estilo de “Santa Munditia” pero en bonita claro: (http://en.wikipedia.org/wiki/File:2350_-_M%C3%BCnchen_-_St_Peterskirche.JPG).
El caso es que el chaval no lo vio muy claro y me dijo que nanay, que como mucho me hacía una escultura molona, de esas que hay en los cementerios, tumbada muerta con los brazos sobre el pecho, que para eso había estudiado bellas artes, pero de embalsamar nada, mi gozo en un pozo, tendré que morir joven para conseguir un bonito cadáver o buscar un vampiro que me inmortalice con un bocado en el cuello, porque eso de desecarme al estilo Sokushinbutsu creo que es demasiado esfuerzo para mí y va a ser que no.
Océanos de amor.
El miedo más primitivo y unido intrínsecamente a la condición humana, es el miedo a morir. En cualquier cultura, tiempo y situación geográfica.
De hecho el terrible pavor que al ser humano le ha producido desde el inicio de los tiempos su propia muerte, es lo que ha producido el que aparezcan cientos de religiones desde siempre. Todas, absolutamente, tienen como nexo común el que la muerte no sea el final de la vida: resurrección, vida en otro mundo (cielo...) o la reencarnación.
Es decir, si hay algún miedo universal, algún miedo que haya trascendido a razas y tiempos, ese es el miedo feroz a morir. Justo lo contrario de lo que dices. Ahora resulta que en occidente es el único sitio donde morir asusta. ¿Es que no has visto las imagenes de madres desgarradas en Osetia del Norte? ¿Ni en China al morir 70.000 personas? ¿Ni en la India? ¿Ni en África? Qué burradas.
¿Qué hay que hacer según tú? ¿Llevar cadaveres en cueros por la calle sin problemas? Qué locura. Se nota que nuestra generación no ha sufrido una guerra. Cualquier persona que haya estado en una guerra y haya visto a sus semejantes amputados en mitad de un campo de batalla no se recupera de ello, se queda traumatizado toda su vida.
Es igual de radical decir que la violencia actual de la sociedad viene producida por los videojuegos, que tu "razonamiento".
Lo que pasa es que queda de super guay criticar al proteccionismo de la sociedad actual, y decir cuatro barbaridades con buena letra, para intentar convencer...
Está claro que en Occidente luchamos más que nadie para ganarle terreno a la muerte, quizá por eso la hemos acabado negando, de tan poderosos que nos sentimos. Echo de menos la entereza de los viejos ante la adversidad.
Estaría gracioso dejar una momia, aunque no sé yo si en mi casa no acabarían hartos de mí, que me muero y han de seguir aguantándome.
Tomo nota de tu idea del taxidermista. Estaría bien poner cabezas en mi salón. Una de jabalí, otra de alce y la mía. Me recuerda a esos dibujos animados tan divertidos que se llaman Futurama.
Me estremece la casta con que los monjes japoneses aceptan la muerte. Envidio su trapío. Me temo que yo me iré lloroso, lleno de flemas y acongojado. O quizá no.
Te aseguro que la forma de tomarse la muerte no es universal, por mucho que queramos creerlo. Yo jamás he dicho que la muerte no cause dolor. Menuda estupidez sería esa. ¿Cómo se le va a reprochar a alguien que no llore por su padre muerto? Jamás he dicho eso. Me refiero al hecho de ocultarlo, de no aceptarlo con naturalidad. De convertirlo en algo de lo que casi hay que avergonzarse. He sido celador de hospital y sé de lo que hablo.
Una cosa es el dolor que causa la muerte y otra la forma de asumirlo ante la sociedad.
Se nota que no hemos sufrido una guerra, porque las generaciones envueltas en conflictos bélicos tienen una lucidez envidiable para asumir sus tragedias. No has entendido -o no me he explicado- pues yo no hablo del lógico dolor de perder un ser querido. Hablo de ocultar un muerto como si fuera un leproso.
Yo no diré que la violencia de la sociedad la producen los videoluegos. La violencia es inherente al ser humano. Que yo sepa, Gengis Khan no jugaba a la Play Station.
No intento ser "super guay". Intento cavilar acerca de algo que me llama la atención. Y se nota que no me conoces. Jamás critico a Occidente en su conjunto -soy Occidental y me encanta y presumo de ello- solo critico un aspecto que no entiendo.
Te veo muy enfadado. Come más mazapán y turrón, que está muy rico.
Jajaja, he imaginado tu cabezaco en la pared de un salón, al lado de un jabalí y un buey y me he partido. Por cierto, qué efectos negativos tiene el esconder la muerte? Crees que la gente valora de esa manera menos la vida? También nos parece obsceno ver a alguien jiñando agarrado a un arbol, y la verdad, me parece que no querría desobscenizar este acto. Quiero parecer enfadado para que me mandes turrones y mazapanes, pero solo estoy resacoso, jajaja. Me las pagarás.
T
Jajaja, es curioso que menciones el ir de vientre porque me recuerda a esas letrinas colectivas que tenían los romanos, donde aliviar las entrañas no era una actividad que hubiera que esconder. Yo no creo que ocultar o enseñar la muerte haga que ames menos la vida, pero sí creo que al entregar la superación de adversidades a sacerdotes, psicólogos o cursos de motivación se pierde una fortaleza muy sana. Se pierde una entereza que nos vuelve más frágiles, más despistados y más deseosos de entregarnos a quien nos quiera vender protección y seguridad. Y quizá sí: quien se crea inmortal e invencible puede que disfrute menos de la vida, porque no sabrá apreciar una sonrisa, un te quiero, un atardecer o un chocolate con churros en San Ginés.
Un abrazo a todos.
JP
Quizá las madres crean que si no les tapan los ojos a sus hijos ante una persona muerta, se les vaya a pegar algo y vayan a tener una vida llena de sufrimiento. Es como cuando vas por Montera de noche. Hay prostitutas a pares, por todo lados y cuando las madres pasan por esos sitios, agarran a sus hijos y les tapan los ojos, como si esas muchachas les fueran a comer las entrañas. A esa edad los niños ni se dan cuenta de lo que pasa a su alrededor, y si lo hicieran ¿que mas da? Tarde o temprano ese niño crecerá y se percatará de lo que pasa en su entorno. Es el pudor de las madres el que quizá nos lleve a horrorizarnos ante lo más natural de la vida. Pero ¿que le vamos a hacer?, seguramente sus madres, fueron igual que ellas y a lo mejor, Dios no lo quiera, yo seré igual que la mía, en muchos aspectos que, hoy por hoy, me desagradan mucho, cuanto menos. De lo que se come se cría.
Un saludo y feliz año.
Supongo que el impulso materno de cegar momentáneamente a sus retoños se debe a un afán de protegerlos del mal y el sufrimiento. Cuestión loable pero baldía, en la mayoría de los casos. Lo de las prostitutas es curioso. Recuerdo ir en coche un día por la Casa de Campo junto a Alejandra -mi sobrina- siendo muy peque, amigas suyas, y la madre de una de ellas que ejercía de chófera. Había chicas enseñando sin recato sus lindezas y entregando su pellejo a cambio de unas monedas. La madre estaba bastante indignada y la excusa para exigir la extirpación de las meretrices de las calles era que los niños las veían. Las niñas iban a su aire y ni se preguntaban qué hacían esas chicas o quizá se daban cuenta y no le daban tanta importancia. La excusa de que los niños pueden verlo es muy socorrida y llamativa porque, en casi todos los casos, es el pudor de los padres proyectado sobre sus vástagos. También es cierto que se habla con demasiada alegría de la prostitución, como si fuera el mayor logro en la liberación de la mujer. Yo creo que hay dos hechos como el aborto y la prostitución que se venden -por parte de muchos- como un inmenso triunfo y yo creo que son males menores y grandes putadas, que están lejos de ser motivo de alegría. Está claro que hay prostitutas que ejercen porque les da la real gana y a esas habría que proteger con pisos cómodos, higiene, seguratas, médicos y pensiones copiosas cuando fueren viejitas, tras haber contribuido al erario con el sudor de sus carnes durante años. Pero hay quien vende su vagina por pura hambre y eso es horrible. A estas habría que cuidar con esmero y mimo y sacarlas de su lujuriosa esclavitud.
En cuanto a repetir con nuestros hijos las tachas de nuestros padres es lógico hasta cierto punto. Es bueno repetir con los hijos aquello que odiamos siendo enanos pero que el tiempo nos enseña que es adecuado: dar las gracias, tratar de usted, sonreír, saber escuchar y cosas así. Pero es necio reincidir en asuntos tan bobos como el sexo, negándose siempre a que el hijo se pone rijoso, como cualquier hijo de vecino, y tendrá ganas de copular tanto si los padres quieren como si no. En esto los padres no avanzan y siguen dando la callada por respuesta y pasan de puntillas sobre una cuestión espinosa pero presente.
Estaba ojeando esta bitácora, cuando me he topado con una serie de comentarios no muy agradables para mí en particular. Habéis tocado mi talón de Aquiles. Se trata de una entrada realizada el 26 de Agosto del año pasado, para aquellos que todavía no se hayan dado cuenta, ya estamos en 2009. Esta entrada se titula “El Saco de Roma”. Pues bien, os pondré lo que opina nuestro gran diccionario de la Real Academia: Según este, Lealtad es:
•Cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien.
•Amor o gratitud que muestran al hombre algunos animales, como el perro y el caballo.
•Legalidad, verdad, realidad.
Si no os importa, yo me quedaré con la primera definición. En la que también se puede leer la palabra “fidelidad” que si me permitís también os pondré el significado que se le atribuye según nuestro gran diccionario.
Fidelidad, queridos señores es:
•Lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona.
•Puntualidad, exactitud en la ejecución de algo.
Pero fijaos bien, también en la definición de fidelidad, aparece la palabra lealtad. Van de la mano, queridos amigos.
No sé como podéis dormir tan tranquilos después de, según mi criterio, haber dicho tal parrafada:
"La fidelidad es de cintura para abajo, la lealtad de cintura para arriba, y siempre, siempre se habla de la importancia de la cintura para abajo y nunca he oído críticas hacia de cintura para arriba”
A lo mejor yo entendí mal lo que queríais decir, y, sinceramente, espero que sea ese el problema.
Una persona infiel, no puede ser leal, y si no, volved a leer las definiciones que nos otorga nuestro gran diccionario y que yo he puesto a vuestra disposición. Si vosotros sois los infieles, con todo el respeto, creo que es normal que hagáis distinciones o matices, pero, desde el otro punto de vista, no es así.
Si fuera al revés, si fueran las novias, en este caso, las que fueran infieles, o desleales según vosotros, no tardabais mas de medio minuto en ponerlas a parir. Ojo, con esto no quiero decir, que no haya tías así. Claro que las hay, pero no es mi caso.
Esto me toca muy de lleno. Asique espero que algún alma caritativa, sea tan amable de explicarme como puede ser que, en una pareja, alguno de los dos esté viéndose con otra/o, pero le siga siendo leal. No es compatible chicos. A lo mejor soy dura de mollera, pero no lo entiendo. No entiendo como engañando a la persona que “amáis”, seáis capaces de decir que sois leales con ella. Como he demostrado, y arriba queda bastante claro, lealtad y fidelidad van cogidas de la mano, y seguirán yendo cogidas de la mano, siempre. Para mi, no cabe ningún matiz, ni ninguna explicación aleatoria. Que cada uno le de el significado que quiera o los matices que le de la gana, pero teniendo claro lo que significa cada una de ellas.
No puedo creer que si os han sido infieles seáis capaces de decir lo que decís. Como dijo Fernando Savater, las personas son respetables, pero las opiniones no. Y yo, lo siento mucho, pero no puedo respetar una opinión así. Claro que cada uno piensa lo que le da la gana, pero me gustaría que me dierais un ejemplo de que es lealtad y fidelidad par vosotros. ¿Sois conscientes del daño que eso produce? Si veis a vuestra novia besando a otro ¿eso es infidelidad o deslealtad? ¿O las dos a la vez? Si la pilláis en la cama con otro, solo es infidelidad, ¿no? Pero os sigue siendo leal y por supuesto os quiere mucho. Si leéis un mensaje en el móvil mas cariñoso de lo normal ¿es alguna de las dos? ¿Ninguna? ¿O solo desleal o infiel?
Rogaría, si no es mucho pedir, que me explicarais esta pequeña duda que se me ha planteado.
Gracias.
Llegados a este punto, me despido con un cordial saludo.
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