4 de enero de 2009

Cierto barrio de Madrid


Son unas callejuelas del centro de Madrid y están en un barrio tranquilo. Parece mentira que se hallen tan cerca del bullicio y el trajín. A algún cerebro privilegiado se le ocurrió motejarlas como Barrio de las Letras: un apelativo tan pomposo como inútil. Típica ocurrencia del político avispado que quiere quedar bien pero no hacer nada que sea de enjundia o de calado. Hoy nos referimos a esas calles como la zona de Huertas. Hay garitos, restaurantes, karaokes, toneladas de guiris y borrachos a punta pala que mean en sus esquinas como hace la tira de años lo hacía Quevedo cuando volvía de una de sus farras. Vénganse conmigo a comienzos del siglo XVII. Alrededor de 1610. Viajen a ese Madrid sucio, maloliente y plagado de vida del que hoy nadie se acuerda.

En la calle León, que sigue llamándose como hace 400 años, había un león de verdad. Dicen que un aventurero que había pasado tiempo en África lo cazó con sus propias manos y se lo trajo a Madrid para ganarse unos maravedíes. Puede que solo fuera un fanfarrón y que le comprase el león a cualquier tratante africano que se lo encasquetó acaso porque el león estaba ciego, sordo o cojo. Pero ahí estuvo el pobre león muerto de aburrimiento y tapado con una manta en una jaula mugrienta. La gente pagaba una moneda por ver al león que estaría hasta las greñas de que todo el mundo lo molestase. Los madrileños pagaban por verlo con esa mezcla de asombro, ignorancia y paternalismo con que hoy vamos al zoo a ver a los pandas o a los monos. En la calle León sigue existiendo una taberna, la cual se reconoce rápidamente porque tiene los caretos de Cervantes, Calderón, Lope y Quevedo en su fachada. En el mismo local se emborrachaban estos cuatro mesetarios hace cuatro siglos.

Al final de la calle León estaba el Mentidero de Representantes. Los mentideros eran zonas en que la gente se juntaba para cotillear y escuchar los últimos chismes de la corte. Que si el rey se ha tirado a tal fulana, que si han visto a tal caballero saltando de la ventana de tal dama y a punto han estado de prenderlo los alguaciles. En ese momento podía pasar el cornudo y enterarse en primicia de que su mujer gustaba de tener en su lecho a caballeros más dotados y fogosos que él. Los mentideros también se usaban para propagar infundios y patrañas de algún pájaro a quien se envidiaba y cuya honra urgía manchar. España es el país de la envidia y los madrileños de aquellos tiempos no se diferenciaban de los que hoy extienden bulos sobre el prójimo en cualquier bar, foro internáutico, carta anónima o programa televisivo de la farándula. El Mentidero de Representantes también hervía de vida porque era el lugar adonde se acercaban los empresarios que montaban obras de teatro y buscaban actores que quisieran éxito y cobrar lo mínimo. El otro mentidero donde había que acudir si se quería saber qué se cocía en Madrid era el mentidero de San Felipe el Real: un convento que ya no existe que se hallaba al comienzo de lo que hoy es la calle Mayor, enfrente de la pastelería La Mallorquina y a la derecha –según se mira- del edificio de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol.

No lejos de allí está el Teatro Español en plena Plaza de Santa Ana. Se le reconoce fácilmente por sus paredes blancas. Alrededor de 1580, lo llamaban Corral de la Pacheca, porque era una casa propiedad de Isabel Pacheco. Los primeros teatros eran corrales, similares a las corralas que aún pueden verse en barrio de Madrid como Lavapiés o Latina. El teatro era un arte nuevo y no había lugares para representarlo. Por eso se escogían edificios amplios con grandes patios donde se improvisaba un escenario. De Corral de la Pacheca, pasó a llamarse Corral del Príncipe porque se situaba en la calle Príncipe. Al ser todo de madera se incendió muchas veces a lo largo de los siglos y la última reconstrucción data de los albores del siglo XX. Ocupa el mismo solar que hace 400 años.

A unos pasos, en la calle Cruz y junto al cruce con la calle Espoz y Mina, estaba el otro corral, llamado Corral de la Cruz, que funcionó hasta 1859 año en que lo derruyeron. Pocos años antes de que lo derribasen se había estrenado el Don Juan de Zorrilla. Hoy en su lugar hay una triste placa y un bar en el que se comen unas patatas bravas muy ricas.

En ambos corrales estrenaron Tirso de Molina, Lope de Vega y Calderón de la Barca autores tan populares en su tiempo como lo podía ser hoy un escritor como Iker Jiménez o una actriz como Penélope Cruz. El teatro no era un asunto marginal como hoy reservado a pedantes insulsos. El teatro era cosa de masas y la gente acudía con la misma pasión que hoy se va al fútbol. Llegaban a desenvainar la espada para decidir si una obra de Lope era mejor que una de Vélez de Guevara. La gente iba al teatro a ligar, a cabrearse, a reñir, a gritar y a blasfemar que para eso eran españoles. Igual que seguimos siéndolo hoy. Con la misma mala leche y la misma bilis.

Saliendo hacia la calle Atocha estaba la imprenta de donde en 1605 salió la primera edición del Quijote. La imprenta de Juan de la Cuesta es hoy sede de la Sociedad Cervantina. No muy lejos de allí estaba la imprenta donde se hizo la segunda parte. Junto al roñoso cartel que lo recuerda- bien arriba para que apenas se vea- hay una taberna encantadora en la que por 20 euros se zampa usted una tabla de ibéricos y una botellita de rioja.

En la calle Lope de Vega –que en el Siglo de Oro se llamaba Cantarranas- está el Convento de las Trinitarias. Entre sus muros y perdido por la desidia de un pueblo sin memoria como el español, duermen los huesos de Miguel de Cervantes. El bueno de Miguelón quiso que lo enterrasen allí para agradecerles las gestiones que llevaron a cabo los trinitarios a fin de sacarlo de la cárcel. Ya nadie se acuerda de que Cervantes estuvo 5 años de su vida recluido en una cárcel de Argel. Porque en aquellos tiempos los turcos capturaban cristianos y los vendían o pedían rescate por ellos y los únicos que se interesaban por la suerte de esos desgraciados eran las órdenes religiosas. Qué rápido se olvida eso en una España que se espanta porque haya crucifijos en las escuelas y que quita belenes navideños de los vestíbulos de los tribunales, no sea que alguien se ofenda. A Cervantes lo enterraron y, al poco, sus huesos se perdieron. Si Shakespeare estuviese perdido en un convento ya habrían recaudado millones de libras para encontrarlo. Pero esto es España: el país sin memoria.

Además, en el convento profesó una de las hijas de Lope de Vega, la cual era muy piadosa. Un día, hubo una reyerta en la Taberna del León, a pocos metros del convento. Un actor se fajó a mamporros con el hermano de Calderón de la Barca y salió corriendo para que no le cayese la justa venganza. Calderón, que había sido soldado en los Tercios de Flandes y no se andaba con chiquitas, corrió tras el actor por la calle Cantarranas en dirección al convento. El actor se había refugiado allí con la esperanza de acogerse a altana o llamarse a sagrado, que era como se le decía a refugiarse en una iglesia huyendo de la justicia. La justicia no tenía autoridad en muchas iglesias y no podía prender a un prófugo. Pero Calderón tenía mucha mala uva, que para eso era español, y violó la sacralidad del convento. Entró asustando a monjas y novicias y dicen que llegó a mirar bajo el refajo de una de las hermanas, buscando al cobarde actor. Lope de Vega se indignó mucho y escribió una feroz carta denunciando lo acontecido.

Muy cerquita está la calle Cervantes que en la época se llamaba calle Francos. Allí murió muy pobre Miguel de Cervantes una semana de 1616, la misma semana en que se fue al cielo William Shakespeare. La diferencia entre ambos es que el bardo inglés tiene un pueblo entero dedicado a él y don Miguel tiene una triste placa en la que muchos ni reparan, recordando que allí falleció andrajoso y medio olvidado. El edificio ya no existe pues fue derribado en el siglo XIX. Un poco más arriba está la calle de Quevedo –que se llamaba calle del Niño- donde Quevedo medró y disfrutó de la vida. Quevedo vivió muy bien y con lujos. Era un tipo listo que se las supo buscar en la corte, donde su familia siempre tuvo enchufe. Dicen que se llevaba tan mal con Góngora y envidiaba tanto y con tan mala saña –era español- sus artes, que compró el edificio en el que Góngora vivía solo para echarlo a la puta calle. En la propia calle donde vivía Cervantes –antes llamada calle Francos- un poco más abajo del pobre alcalaíno, sigue estando la casa donde vivió sus últimos años Lope de Vega. Por maravillosos azares del destino, la casa se ha conservado y restaurado a través de los siglos y hoy es un precioso museo que puede visitarse. Uno de los invitados más ilustres de la casa fue Alonso de Contreras, un soldado veterano, a quien Lope de Vega animó a que escribiese sus memorias, dando lugar a una jugosa saga de soldados metidos a escritores.

Yendo hacia la Plaza del Ángel, en la esquina de la calle San Sebastián y la calle Huertas, sigue estando la iglesia de San Sebastián. En su parte trasera estaba el cementerio –acuérdense de que la gente antes se enterraba en las iglesias- en el que reposó varios siglos Lope de Vega, hasta que, durante la Guerra Civil, un obús impactó justo en el cementerio dejando los huesos hechos papilla. Hoy en su lugar hay una hermosa floristería fundada en 1889.

Si el catolicismo tiene Roma y Santiago de Compostela y los musulmanes tienen La Meca, quien tenga la osadía de escribir en español debería peregrinar a estas calles al menos una vez en su vida. Escribir en castellano es cada vez más en España un acto de subversión. Tal como están las cosas, escribir, leer o estudiar en castellano, se está poniendo como leer a Marx o Bakunin en la época de Franco. En países como Francia o Inglaterra estas calles estarían llenas de museos, exposiciones permanentes, librerías, actividades, teatro callejero y hasta horteras recuerdos o tarjetas postales. Pero aquí solo se monta la fanfarria cuando toca aniversario. Y se hace de modo rimbombante y sin que despierte el menor interés. Cortan la cinta, lanzan el discurso y fin.

Nunca jamás en la historia de España hubo tamaña concentración de ingenios contendiendo entre sí. Todo se basaba en la palabra. La gente se zahería y se insultaba con belleza en lo que decía. Se amaban queriendo imitar un soneto de Lope de Vega. Se burlaban del rey redactando unas líneas que pegaban en cualquier muro del barrio. Se deseaba escribir bien y los analfabetos iban al teatro a escuchar unos versos que luego pudieran repetir como si fueran suyos. Obras geniales y malas tenían cabida. Era un barrio en el que borboteaba la vida y en el que escritores, alguaciles, putas, rufianes, actores y grumetes deambulaban. Lo hacían por gloria –obviamente- y por dinero. Como siempre se ha hecho. Pero jamás unas obras se impregnaron tanto de la calle, de la suciedad de las tabernas, de los orines de las esquinas, de los rebozos de las putas, del ruido de las botas de los alguaciles y de las envidias, odios, engaños, codicias y reyertas. Que para eso estamos en España.


13 comentarios:

Anónimo dijo...

precioso

Juan Pablo Arenas dijo...

Muchas gracias, Recesvinto. Espero que esté usted bien. Saludos a su papito Chindasvinto, jajaja. Un saludo.

Anónimo dijo...

Hoy en día los jóvenes prefieren pasar una tarde en un parque, emborrachándose y con frío, a estar en un teatro viendo una obra como Hamlet.

La gente viene a Madrid porque tenemos fama de fiesteros, no vienen a dar una vuelta por el Madrid de los Austrias o de los conventos.

Yo también he sido así. Yo también estuve en esos parques pasando frío y creyendo que no existía vida más allá de una botella de Vodka. Pero un día, con un acompañante especial, recorrí alguna de las calles mencionadas en este texto y a través de esa persona, sentí la magia, sentí como Alatriste recorría sus calles a caballo. Sentí como gritaban desde los balcones eso de: "agua va". Era como si durante unas horas retrocediese en el tiempo a aquella época en la que todo el mundo quería saber y conocer. No como ahora, que los niños y niñas parecen presumir de sus suspensos y de su ignorancia.

Por un momento imaginas como sería la sociedad de aquella época y te metes en ella, en sus vestidos y trajes, en el frío de entonces. Puedes hasta oír a los caballos correr por esas calles, lúgubres y taciturnas iluminadas solamente por velas que se apagan con el viento. Se puede respirar el miedo y la alegría. Se puede oler ese hedor que salía de las alcantarillas.

Es emocionante pasear por Madrid e imaginarte en aquella época en la que el hombre quería ser más y luchaba por ello.

En mi opinión, aunque la tecnología ha avanzado mucho y nos resulte mas fácil hacer cosas que antaño eran mas costosas, creo que, en lo que a avance humano de refiere, no hemos avanzado en nada. Ya nadie se interesa por escribir bien, por hacer cosas a mano, por leer una bonita obra de teatro, por ir a este a envolverse con la magia de los personajes creados para emocionarte. Ya nadie quiere saber.

Saluditos

Tobias dijo...

Qué gloriosa entrada, oh Gran Maestro!
Entre el paseo del otro día, los 'vive dios!' y 'Cierran mis cojones!' de las letras y finalmente este texto, casi he caído en una alucinación extendida.
En cuanto a los niños de hoy en día, yo no le echaría la culpa sólo a ellos. Estoy seguro de que más de uno disfrutaría de un paseo por estas calles de Madrid, guiado por JP, aunque conociesen a Don Quijote únicamente de la Wikipedia. Cuando alguien comparte su conocimiento con pasión, es difícil aburrirse.
Abrazos a -15...
T

Juan Pablo Arenas dijo...

Pasión, pasión. Eso fue lo que me enseñaron maestros insuperables: que el conocimiento es divertido y suculento como un solomillo a la pimienta. Un buen maestro puede conseguir que veas que el conocimiento te puede alimentar con la misma gordura de un bocadillo de panceta. Qué magia hay en un buen profesor. Qué ruina causa un mal profesor. Cuántos neurólogos, músicos y astronautas maravillosos están en vidas opacas por malos profesores. Cada vez que escribo solo pienso en buscar la mayor pasión posible a fin de que quien me lea se entusiasme al menos una décima parte de lo que siento yo.

¿Has llegado ya al capítulo en que encuentran a Calderón de La Barca salvando libros de una biblioteca incendiada? Eso es pasión por conocer. Pura y religiosa pasión por saber. Ahí habríamos estado dos locos como tu y yo hace 4 siglos: ayudando a Calderón.

Tobias dijo...

Si, me ventilé el libro en los ratos de transporte público por Madrid. Glorioso, la verdad, más intenso que el anterior.
Yo habría ayudado gustoso a Calderón, pero creo que de haber estado ahí, hubiese durado menos que una paga extra. Lo se porque un día me fui a jugar a eso que llaman paintball (peinbol), en donde se disparan balas de pintura, y siempre me acribillaban a la primera de cambios.
Espero que estemos alerta ante la siguiente quema de libros que se avecina: la posible censura de contenidos de internet...
T

Anónimo dijo...

No digo que la culpa sea solo de los niños, pero estaréis de acuerdo conmigo en que si un niño no se interesa o muestra una pequeña porción de ilusión por las cosas, es difícil que puedan entender la magia de la que hablamos. Claro que también tienen parte de culpa los padres o maestros, que no se interesan en incentivar la magia de nuestra y de muchas otras mágicas ciudades.

Si el niño no se deja enseñar, por mucho que tú lo narres y los cuentes con toda la ilusión del mundo, el niño seguirá pensando en las enormes tetas o rabo que tenía el niño o la niña del viernes. Estoy de acuerdo en que también los padres han de mostrar interés por enseñar, pero sé de lo que hablo. En mi caso, por ejemplo, hasta que no me cogió de la mano mi guía y me dijo: “aquí vivió Cervantes” “Por estas calles trotaba Alatriste encima de su caballo”… Las cosas hay que contarlas con ímpetu, con sentimiento, con adoración y en muchos casos, los padres y profesores, carecen de ello. Desgraciadamente la sociedad ha ido a peor. Yo veo series de televisión, lees libros u oyes a gente comentar, como en la antigüedad la gente quería ser algo en la vida. Ahora las niñas quieren vivir del cuento metiéndose en Gran Hermano y los niños quieren ser como Beckham. Cada cuál que haga lo que quiera con su vida, que para eso es suya, pero creo que llevo razón cuando digo que hoy en día casi nadie se molesta en saber dónde vivió o murió Calderón o que pasó en el siglo XVIII en Madrid.

Los padres y maestros son culpables también, por supuesto, pero los niños, en mi modesta opinión, deben ser los primeros que muestren una pequeña ilusión por las cosas acaecidas antaño.

Besitos

Juan Pablo Arenas dijo...

La culpa es colectiva. Los niños tontos no vienen de Júpiter. Son hijos nuestros y es lógico que una sociedad tonta dé hijos tontos, políticos tontos y valores tontos. Cada uno tiene lo que se merece. Los niños tontos tienen nuestros valores tontos. Es normal que una niña se muera por ser Belén Esteban si ve que es famosa y tiene dinero sin hacer nada. Nuestra tonta sociedad que aprueba a los chavales que no estudian está fomentando que un niño quiera ser antes un héroe de Gran Hermano que un Ramón y Cajal.

Tobías, no te quites méritos, habrías estado estupendo matando herejes en los fríos canales holandeses. Busca información sobre los lansquenetes, parientes tuyos, que eran los mejores mercenarios de Carlos V. Eran todos alemanes y con una mala leche de agárrate y no te menees. Y si no acúerdate de la que montaron en Roma en 1527 con El Saco de Roma.

Una curiosidad: dicen que la palabra "bigote" viene de que estos lansquenetes al jurar se tocaban el frondoso mostacho y decían algo así como "Bi Got".

Tobias dijo...

Bei Gott!! Jajaj, al parecer la RAE también dice eso.
Con respecto a la culpa de todos, me suena a la manida frase de 'eso es como todo...' Opino que los peques no tienen tanta culpa como los que los educan y son más bien el reflejo de éstos. Los niños son animales egoístas que se convierten en personas moldeadas por los padres, profes, colegas, etc. Pero si no se les encauza, querrán apropiarse de cosas, hacer el vago, buscar la gratificación inmediata. Pero no lo veo como una cosa por la que ofenderse, sino más como un defecto de fábrica que hay que ir puliendo. Claro, si a miniño lo suspende el malo del profe y cuando hace una pintada la pago y le río la gracia, pues toma bicho que te estás criando. En fin, que ellos son los que menos culpa tienen, a no ser que opinéis que vienen con el pecado original, claro, que ese es otro cantar. En fin, voy a ver si encuentro un par de enanos por ahí a quien educar a hostias, jajaja, que con esos puedo hacer de lansquenete a sueldo de unos padres frustrados...
Besitez!
T

Juan Pablo Arenas dijo...

Tienen más culpa quienes educan a los enanos, que los propios crios, pero tampoco creo en la extrema inocencia y pureza de los niños. Hitler, Pol Pot, Stalin y Pinochet fueron niños con pantaloncitos cortitos, bocata y rodillas raspadas. Seguro que todos ellos tenían detalles en los que se veía su posterior carácter. La principal culpa es de los padres que no inculcan amores. Amores por leer, por tener curiosidad, por respetar a sus viejos, por que tengan memoria y sepan de dónde vienen, por no dejarse arrastrar por las respuestas fáciles, por no caer en el maniqueísmo del blanco y el negro sin hurgar en los grises.

Huy, las hostias. ¿Leíste la sentencia en la que a una madre le quitaron la tutela de su hijo por darle un bofetón? No creo que haya que patear al niño, pero estamos tan sensibles y delicados que por un bofetón vamos a juicio. A mí me hostiaron de pequeño en la escuela y rezaba y no creo haber salido demasiado imbécil. Tengo peor recuerdo de las discusiones familiares.

Saludos, lansquenete.

http://www.europapress.es/andalucia/noticia-condenada-prision-dar-bofeton-hijo-pelearse-haberle-reganado-deberes-20081204162943.html

olga dijo...

Querido Juan:

En alguna ocasión escribí felicitándote por tu blog y tu espacio en RNE5. Tímida y ocasionalmente leo los comentarios de vez en cuando, y no me atrevo a participar, pero este me ha gustado mucho.
A los niños de hoy les falta curiosidad, inquietud e ilusión por saber, conocer, leer...
Ahora los programas educativos incluyen media hora de lectura obligatoria al día en colegios e institutos. Madre mía, y tiene que ser obligatoria. Eso sí: tan válido es Calderón o Espronceda como la última revista de 'Motor'. Y con qué caras de amargura leen, cumpliendo minuto a minuto esa 'condena' diaria.

En fin, es triste, prefiero recordar tu comentario.
Un saludo desde la admiración.

Por cierto.... desde los últimos cambios de RNE5 (no muy acertados, según mi entender), no te escucho.... ¿cuándo se emite tu espacio?

Abrazos

Juan Pablo Arenas dijo...

Estimada Olga:
No creo que los niños de hoy en día sean menos curiosos que uno de hace 30 años, pero hay que saber vendérselo. Así, de buenas a primeras, un libro no puede competir con un videojuego. El videojuego es el orgasmo rapidito que se consigue de cualquier manera y sin que se sepa casi cómo ni donde. Pero el libro es el amor: es un placer duradero que enriquece y que se entronca con las vivencias y los miedos propios. Ahí hace falta una madre o un padre que saque al niño de tanto matar alemanes y que le abra un libro y le despierte el hambre de letras. No es tarea del profesor -que a veces lo es- sino de la familia y de la buena calidad del tiempo que pase con el niño -en calidad y no en cantidad- Si a mí no me hubiesen sacado de pequeño a museos o hubieran puesto delante de mis narices a Julio Verne, no sería quien soy.

La directora de Radio 5 no estimó oportuno que mi programita se emitiese durante la semana, así que ahora salgo los fines a eso de las 12 y 20 de la mañana.

Un saludo y gracias por su cariño.
JP.

olga dijo...

Vaya, una lástima la decisión de su directora. Seguiré leyéndole, aunque no escuche su voz tan a menudo como antes.

Un cordial saludo.
Olga