Eran tiempos duros y agrestes. No existía la Alianza de Civilizaciones ni la multiculturalidad ni nada parecido. Los turcos empujaban desde Oriente y deseaban someter Europa. Habían sido derrotados en los muros de Viena en 1529. Pero no se daban por vencidos. Se combatía por tierra y por mar. En el imperio turco mandaba Solimán el Magnífico y sus barcos eran comandados por el genial almirante Barbarroja.
La historia comienza con un vasco llamado Machín de Munguía que el 27 de septiembre de 1538 en la batalla de Preveza resistió con solo un navío y sus 300 vizcaínos –que así se les llamaba a los vascos- durante 2 días a toda la flota turca mandada por Barbarroja. Al tercer día se escapó aprovechando el viento.
Poco tiempo después, Carlos V ordenó tomar la estratégica ciudad de Castelnuovo que se hallaba en lo que hoy es Herzeg Novi, una ciudad de la República de Montenegro en la costa del Mar Adriático. Para esta ocasión se creó el Tercio de Castelnuovo, en el que se incluyeron veteranos de otro tercio que había sido disuelto a causa de un motín. Eran unos 4.000 hombres mandados por el burgalés Francisco de Sarmiento.
Los venecianos, que eran aliados de Carlos V, le exigieron que les devolviera la plaza de Castelnuovo, ya que aducían que era suya por razones territoriales. Carlos V se negó y los venecianos retiraron sus barcos en señal de agravio. Más tarde también lo haría el Papa. El tercio español se quedó solo guardando Castelnuovo. Los turcos querían coger a los españoles entre dos fuegos. Por mar 14.000 infantes y 30.000 por tierra. La suerte estaba echada y no quedaba más que esperar.
La primera escaramuza se produjo el 12 de julio de 1539. Una avanzadilla turca con 30 galeras desembarcó hombres a fin de hacer prisioneros que dieran pistas sobre la defensa de la ciudad. Fueron atacados por los españoles que los obligaron a reembarcar. Por la tarde los turcos lo intentaron de nuevo pero volvieron a ser rechazados. El día 23 de julio, Barbarroja lo tenía todo dispuesto para el ataque pero ofreció una rendición en condiciones más que honrosas.
Los españoles se negaron a rendirse. Pero no fue una negativa sin apoyo de todos. Se preguntó a cada jefe de unidad y a cada capitán. La respuesta fue la siguiente: “el maestre de campo consultó con todos los capitanes; y los capitanes con sus oficiales, y resolvieron que querían morir en servicio de Dios y de Su Majestad y que viniesen cuando quisieren”. Hoy esta mentalidad puede parecer una actitud estúpida y suicida pero en aquella época existía una cosa llamada honor. Los soldados de Castelnuovo habían sido degradados por haberse amotinado y eso les había herido en lo más profundo. Los habían afrentado con una acción que era lo más humillante que podía hacerse: romperles las banderas. Muchos de esos soldados curtidos y que eran refinadas máquinas de matar lloraron al ver sus banderas rotas. Aunque en la mentalidad del siglo XXI parezca una memez, el Tercio de Castelnuovo buscaba redimirse. Las banderas que les rompieron a los tercios amotinados llevarían seguramente la cruz que se ve en la foto: la Cruz de San Andrés, que fue el símbolo más usado en la época.
El 24 de julio de 1539 comenzó el asalto. Los turcos bombardeaban la ciudad no solo desde posiciones bajas sino desde sus barcos. Pero las brechas que los turcos abrían en la muralla por el día, eran reparadas por la noche. El primer ataque fue salvaje y 6.000 turcos quedaron muertos junto a la muralla, pero no quebraron la tenacidad española. La moral en la ciudad sitiada no se doblegaba a pesar de los continuos bombardeos turcos. De hecho, una mañana los españoles hicieron una salida que sorprendió a los turcos casi dormidos. Fueron 600 los españoles que se abrieron paso por en medio del campamento turco. Durante la estampida, hasta la élite del ejército turco –los jenízaros- iba sucumbiendo. Los españoles a punto estuvieron de copar al mismísimo Barbarroja, quien tuvo que ser llevado en volandas hasta una de las galeras a fin de buscar refugio. Barbarroja se lo tomó como una gran humillación, pues quiso aguantar a pie firme a los españoles y plantarles cara, pero su guardia no se lo permitió. Barbarroja estaba rojo de ira y no cesaba de barrer con sus cañones las murallas de la ciudad, cada vez más débiles y maltrechas. El capitán vasco Machín de Munguía fue uno de los que se distinguieron en la defensa de la ciudad, al igual que lo había hecho un año antes a bordo de su galera y junto a sus fieles y fieros vascos.
El 5 de agosto Barbarroja volvió a atacar con sus jenízaros pero tras cientos de muertos turcos, tan solo consiguieron tomar una torre de la muralla en la que hicieron ondear su bandera a fin de animar a los suyos. Francisco de Sarmiento ordenó que una mina volase la torre, pero se hizo mal y murieron el minador –un zaragozano llamado Miguel Formín- y varios soldados. El 6 de agosto cayó una lluvia espesa que mojó las mechas de los arcabuces y cañones. Se luchó con pica y espada entre los restos de la muralla. Los heridos salieron de la enfermería pues, al ver cerca su final, prefirieron morir con un arma en la mano que asesinados en una cama.
El 7 de agosto fue el mazazo definitivo. El propio general de los españoles Francisco de Sarmiento tenía 3 flechazos en la cara y en la cabeza. Apenas podía moverse y ordenó la retirada al interior de la ciudad de los últimos 600 supervivientes. Quisieron entrar en un pequeño castillo al objeto de atrincherarse, pero se hallaba tapiado por quienes se habían refugiado dentro. Fue cuando tuvo lugar la batalla final.
Los españoles estaban rodeados y combatían codo con codo y espalda con espalda. Dicen que Francisco Sarmiento, al verse desbordado, montó a su caballo y entró al galope en medio de las filas turcas para morir con la espada en la mano. Así lo cuenta un documento: “Y dio espuelas a su caballo y metióse peleando en la mayor furia de los jenízaros. Que no se le halló muerto ni vivo, ni saben qué se hizo”.
Castelnuovo cayó pero 20.000 turcos murieron en la toma. Entre ellos casi la totalidad de los 4.000 jenízaros, que eran las tropas más escogidas de los turcos. Unos 200 españoles estaban vivos aunque muy malheridos. Entre ellos Machín de Munguía a quien Barbarroja degolló sobre el espolón de su nave capitana porque el bravo vasco no quiso renegar de su religión católica. También mataron a todos los religiosos y a la mitad de los soldados capturados para calmar el ansia de revancha de los turcos.
6 años después, el 22 de junio de 1545, un grupo de prisioneros que se habían escapado de las prisiones de Constantinopla llegaron a Mesina. Eran, entre otros, 25 supervivientes de la batalla de Castelnuovo. Eran, en realidad, los últimos de Castelnuovo.
En la actual ciudad de Herzeg Novi aún enseñan a los turistas de pantalones ridículos y cámara en ristre: el “viejo castillo de los españoles”.
La historia comienza con un vasco llamado Machín de Munguía que el 27 de septiembre de 1538 en la batalla de Preveza resistió con solo un navío y sus 300 vizcaínos –que así se les llamaba a los vascos- durante 2 días a toda la flota turca mandada por Barbarroja. Al tercer día se escapó aprovechando el viento.
Poco tiempo después, Carlos V ordenó tomar la estratégica ciudad de Castelnuovo que se hallaba en lo que hoy es Herzeg Novi, una ciudad de la República de Montenegro en la costa del Mar Adriático. Para esta ocasión se creó el Tercio de Castelnuovo, en el que se incluyeron veteranos de otro tercio que había sido disuelto a causa de un motín. Eran unos 4.000 hombres mandados por el burgalés Francisco de Sarmiento.
Los venecianos, que eran aliados de Carlos V, le exigieron que les devolviera la plaza de Castelnuovo, ya que aducían que era suya por razones territoriales. Carlos V se negó y los venecianos retiraron sus barcos en señal de agravio. Más tarde también lo haría el Papa. El tercio español se quedó solo guardando Castelnuovo. Los turcos querían coger a los españoles entre dos fuegos. Por mar 14.000 infantes y 30.000 por tierra. La suerte estaba echada y no quedaba más que esperar.
La primera escaramuza se produjo el 12 de julio de 1539. Una avanzadilla turca con 30 galeras desembarcó hombres a fin de hacer prisioneros que dieran pistas sobre la defensa de la ciudad. Fueron atacados por los españoles que los obligaron a reembarcar. Por la tarde los turcos lo intentaron de nuevo pero volvieron a ser rechazados. El día 23 de julio, Barbarroja lo tenía todo dispuesto para el ataque pero ofreció una rendición en condiciones más que honrosas.
Los españoles se negaron a rendirse. Pero no fue una negativa sin apoyo de todos. Se preguntó a cada jefe de unidad y a cada capitán. La respuesta fue la siguiente: “el maestre de campo consultó con todos los capitanes; y los capitanes con sus oficiales, y resolvieron que querían morir en servicio de Dios y de Su Majestad y que viniesen cuando quisieren”. Hoy esta mentalidad puede parecer una actitud estúpida y suicida pero en aquella época existía una cosa llamada honor. Los soldados de Castelnuovo habían sido degradados por haberse amotinado y eso les había herido en lo más profundo. Los habían afrentado con una acción que era lo más humillante que podía hacerse: romperles las banderas. Muchos de esos soldados curtidos y que eran refinadas máquinas de matar lloraron al ver sus banderas rotas. Aunque en la mentalidad del siglo XXI parezca una memez, el Tercio de Castelnuovo buscaba redimirse. Las banderas que les rompieron a los tercios amotinados llevarían seguramente la cruz que se ve en la foto: la Cruz de San Andrés, que fue el símbolo más usado en la época.
El 24 de julio de 1539 comenzó el asalto. Los turcos bombardeaban la ciudad no solo desde posiciones bajas sino desde sus barcos. Pero las brechas que los turcos abrían en la muralla por el día, eran reparadas por la noche. El primer ataque fue salvaje y 6.000 turcos quedaron muertos junto a la muralla, pero no quebraron la tenacidad española. La moral en la ciudad sitiada no se doblegaba a pesar de los continuos bombardeos turcos. De hecho, una mañana los españoles hicieron una salida que sorprendió a los turcos casi dormidos. Fueron 600 los españoles que se abrieron paso por en medio del campamento turco. Durante la estampida, hasta la élite del ejército turco –los jenízaros- iba sucumbiendo. Los españoles a punto estuvieron de copar al mismísimo Barbarroja, quien tuvo que ser llevado en volandas hasta una de las galeras a fin de buscar refugio. Barbarroja se lo tomó como una gran humillación, pues quiso aguantar a pie firme a los españoles y plantarles cara, pero su guardia no se lo permitió. Barbarroja estaba rojo de ira y no cesaba de barrer con sus cañones las murallas de la ciudad, cada vez más débiles y maltrechas. El capitán vasco Machín de Munguía fue uno de los que se distinguieron en la defensa de la ciudad, al igual que lo había hecho un año antes a bordo de su galera y junto a sus fieles y fieros vascos.
El 5 de agosto Barbarroja volvió a atacar con sus jenízaros pero tras cientos de muertos turcos, tan solo consiguieron tomar una torre de la muralla en la que hicieron ondear su bandera a fin de animar a los suyos. Francisco de Sarmiento ordenó que una mina volase la torre, pero se hizo mal y murieron el minador –un zaragozano llamado Miguel Formín- y varios soldados. El 6 de agosto cayó una lluvia espesa que mojó las mechas de los arcabuces y cañones. Se luchó con pica y espada entre los restos de la muralla. Los heridos salieron de la enfermería pues, al ver cerca su final, prefirieron morir con un arma en la mano que asesinados en una cama.
El 7 de agosto fue el mazazo definitivo. El propio general de los españoles Francisco de Sarmiento tenía 3 flechazos en la cara y en la cabeza. Apenas podía moverse y ordenó la retirada al interior de la ciudad de los últimos 600 supervivientes. Quisieron entrar en un pequeño castillo al objeto de atrincherarse, pero se hallaba tapiado por quienes se habían refugiado dentro. Fue cuando tuvo lugar la batalla final.
Los españoles estaban rodeados y combatían codo con codo y espalda con espalda. Dicen que Francisco Sarmiento, al verse desbordado, montó a su caballo y entró al galope en medio de las filas turcas para morir con la espada en la mano. Así lo cuenta un documento: “Y dio espuelas a su caballo y metióse peleando en la mayor furia de los jenízaros. Que no se le halló muerto ni vivo, ni saben qué se hizo”.
Castelnuovo cayó pero 20.000 turcos murieron en la toma. Entre ellos casi la totalidad de los 4.000 jenízaros, que eran las tropas más escogidas de los turcos. Unos 200 españoles estaban vivos aunque muy malheridos. Entre ellos Machín de Munguía a quien Barbarroja degolló sobre el espolón de su nave capitana porque el bravo vasco no quiso renegar de su religión católica. También mataron a todos los religiosos y a la mitad de los soldados capturados para calmar el ansia de revancha de los turcos.
6 años después, el 22 de junio de 1545, un grupo de prisioneros que se habían escapado de las prisiones de Constantinopla llegaron a Mesina. Eran, entre otros, 25 supervivientes de la batalla de Castelnuovo. Eran, en realidad, los últimos de Castelnuovo.
En la actual ciudad de Herzeg Novi aún enseñan a los turistas de pantalones ridículos y cámara en ristre: el “viejo castillo de los españoles”.
2 comentarios:
Qué grandes los vizcaínos esos de entonces! Es curioso eso del honor. No se como definirlo bien y si esa definición es válida independientemente del tiempo en que la definas. Yo por supuesto que renegaría de cualquier fe antes de quedar con el cuello rebanado, imaginate esperarte una recompensa por esa hazaña y que luego no haya nada...
Anoche llegué de las Siberias, aún tengo que procesar todo lo que he vivido, pero a ver si amontono unas letras un día de estos.
Abrazaco!
T
¿El honor? Me acuerdo de una plomiza película que vi hace años de Spike Lee en que un negro viejo le decía a un joven: "You always do the right thing". Algo así como "haz lo que debas". Me da que la mayoría sabe lo que es correcto, pero cuando tienen ocasión les puede su moral torcida y su idiosincrasia arraigada. O dicho de otro modo: la cabra siempre tira al monte.
Ahora tengo que cambiar la puerta de mi casa porque se cae a cachos la pobre. Y todos los currantes a quienes les pido presupuesto me dicen lo mismo: "esto es precio sin IVA, si lo quiere con IVA le va a subir mucho". Es decir, que ya te están insinuando que ni se te ocurra exigir que te hagan una puñetera factura con el puñetero IVA y que a ver si dejas de tocar tanto los cojones. Que a ver si va a resultar que yo soy el pesadito de turno que les va a escogorciar sus ingresos mensuales. Menudos líos tienen con las cuentas y luego no les llega para llevar a la parienta a Santa Pola.
Lo más cachondo es que todos los que han venido a mi casa entran dentro del topicazo del currante: con una barriga inmensa que les cuelga casi por debajo de la bragueta; sus problemas respiratorios por llevar toda la vida fumando Ducados; y la cadenita de la Virgen del Rosío columpiándose del cuello. Que ellos no pagan IVA ni hartos de vino pero a beatos no les gana nadie.
Así que me tienen asustado a causa de mis horrorosas peticiones de que todos paguemos impuestos. Pero no te lo pierdas: son los que luego se crispan y enardecen cuando les dan hora para 2 meses después en la cita del médico de la Seguridad Social. Que aquí todos queremos servicios lujosos y personales pero no luego no pagar ni un puto duro. Todo el mundo es muy liberal a la hora de pagar impuestos, pero muy socialista a la hora de que el Papá Estado lo cuide y lo arrulle.
Supongo que el honor es hacer lo que debes, y quizá un soldado de los Tercios se hubieran escaqueado de pagar impuestos si hubieran podido. Más que nada porque en esa época solo los currantes pagaban y curas y nobles se hacían los suecos. Pero me da que tenían más principios de los que tenemos hoy en día.
Ssshhhhh. No digas muy alto que los vizcaínos estaban en la historia de España. Eso es puro fascismo opresor.
JP.
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