14 de agosto de 2009

Barcelona 1809



Pocos saben que los catalanes también tuvieron un intento de rebelión similar a la que acaeció en Madrid contra los franceses el 2 de mayo de 1808. La insurrección de Barcelona aconteció un año más tarde: en mayo de 1809. Por lo tanto, se cumplen ahora 200 años. Podría ser un bonito ejercicio de memoria el recordarlo, pero en Cataluña estos hechos se omiten por un pequeño detalle: los barceloneses de 1809 se alzaron por la libertad de España. Y en el asfixiante mundo del nacionalismo catalán, eso se considera totalmente fuera de lugar. Como no pueden reescribir la historia hasta ese punto, lo silencian.

Todo comienza el 29 de febrero de 1808. Los franceses ocuparon Barcelona con una mezcla de “no os preocupéis que estamos aquí de paso y somos vuestros colegas” sumada a la estupidez y cobardía de dos reyes miserables: Carlos IV y Fernando VII. No hay mejor descripción para darse cuenta de cómo eran que fijarse en la cara con que los retrató Goya.

La primera medida que los franceses tomaron, una vez hubieron llegado a Barcelona, fue cortarles los badajos a las campanas. Hicieron esto porque sabían que en Cataluña había una tradición de usar las campanas para avisar a los otros pueblos de que había un peligro. Esta acción se llamaba “
somatén” y, como con el tiempo hubo milicias que se montaron y que acudían al toque de las campanas, se terminó llamando “somatenes” a las milicias. Estos somatenes se distinguirían en la guerra contra los franceses junto a otras milicias llamadas “migueletes”.

A diferencia de la sublevación del 2 de mayo en Madrid, la revuelta que se iba a producir en Barcelona no era un acto espontáneo y fruto de la ira acumulada: el alzamiento de Barcelona del 11 de mayo de 1809 se preparó meticulosamente.

Los somatenes y tropas entrarían por la puerta de San Antonio, un acceso que se hallaba en la antigua muralla medieval que fue derribada a mediados del siglo XIX. Había enfermos y heridos que se sublevarían en el Hospital de Santa Cruz. En el hospital de San Lázaro había 500 hombres armados al frente de Pablo Mora y José de Foixar. Y había paisanos en la Catedral y en otras iglesias, preparados con martillos a fin de golpear las campanas y llamar a somatén. También se habilitó un improvisado hospital de sangre en el domicilio de José de Foixar. Otros 100 voluntarios pretendían asaltar la casa donde se alojaba el general
Duhesme –gobernador de Barcelona en nombre de Napoleón- que era el Palacio Marc, el cual aún existe y es sede de la Consejería de Cultura de la Generalitat. Y muchos más planes con cientos de voluntarios se urdieron a lo largo de la ciudad.

Pero las cosas comenzaron a torcerse porque los franceses hicieron una inspección en la iglesia de
Santa María del Pino en donde los rebeldes habían hecho acopio de víveres. Además, los franceses hallaron que a la campana se le había colocado un badajo más rústico que el que le habían cortado, pero que serviría para llamar a somatén. Se hicieron redadas por todas las iglesias de Barcelona.

Los insurrectos quisieron sobornar a un italiano que estaba al servicio de los franceses, un tal capitán Provana al objeto de que les dejase pasar por la parte de las
Atarazanas Reales. Pero el italiano se fue de la lengua, a pesar de que le habían prometido 70.000 duros de la época. El italiano lo contó todo a los franceses pero dijo que ignoraba la fecha concreta del motín.

El 12 de mayo se decretó el toque de queda y los franceses comenzaron a registrar la ciudad de modo exhaustivo. El general Duhesme le dijo al capitán Provana que aceptase reunirse con los rebeldes en su propio domicilio y apostó un batallón escondido en la casa. Acudieron dos de los cabecillas, Salvador Aulet y Juan Massana, que fueron detenidos y llevados a la fortaleza de la Ciudadela.

La fortaleza se había erigido en tiempos de Felipe V pero se demolió a mediados del siglo XIX y hoy en su lugar está el
Parque de la Ciudadela. Los torturaron y es difícil de saber, pero, seguramente, acabaron diciendo el nombre de los otros sublevados.

Los franceses detuvieron al resto de los conjurados: a Joaquín Pou y Juan Gallifa que eran curas y al suboficial José Navarro. Se les sometió a juicio sumarísimo y se les condenó a morir el 3 de junio de 1809. Pou y Gallifa morirían por garrote vil; Navarro, Massana y Aulet serían ahorcados.

Los franceses se dieron cuenta de que no había un verdugo disponible y tuvieron que improvisar. Escogieron a dos presidiarios y les encomendaron la labor. Uno era valenciano –Antonio Aznar- y el otro aragonés – Antonio Sánchez-. Años después, en 1815 ambos presos fueron ajusticiados por un tribunal que dijo: “reos de alta traición e impío y sacrílego asesinato de cinco buenos españoles. Les condenamos a la pena de horca, debiendo ir arrastrados al suplicio, y después decapitados, y mutiladas sus manos derechas”.

A eso de las 16.30 del 3 de junio, comenzaron las ejecuciones. El primero en sufrir garrote vil fue el padre Joaquín Pou, quien agonizó durante mucho tiempo por la falta de pericia de los verdugos. El segundo ajusticiado fue el padre Juan Gallifa que murió con menos sufrimiento. El tercer reo fue Salvador Aulet que consiguió decir en catalán y en francés –antes de que lo ahorcasen- que perdonaba a quienes lo hubiesen agraviado. El cuarto en padecer fue el suboficial José Navarro. Y el quinto y último fue Juan Massana que también dijo en francés que perdonaba a sus enemigos.

A las 10 de la noche de aquel mismo día, los franceses eligieron a varios barceloneses para que trasladasen los cuerpos desde el patíbulo a una fosa común en la propia Ciudadela. Días más tarde, el 27 de junio se ajusticiaría a 3 barceloneses más: Pedro Lastortras, Julián Portet y Pedro Más.

El 4 de noviembre de 1814, el Ayuntamiento de Barcelona acordó homenajear a los caídos y dejó escrito: “[…] haciéndose por las almas de aquellos un muy solemne funeral, sean trasladados a sepultura honorífica los restos de dichos cuerpos […] de aquellos ilustres mártires de la libertad española en esta capital […] y se haga memorable la demostración de gratitud de Barcelona […]
Los cuerpos se exhumaron y se trasladaron a la
Catedral de Barcelona el 16 de octubre de 1815.

Es llamativo y nada casual que la Diada – fiesta nacional de Cataluña- ensalce a un héroe como
Rafael Casanova que fue lo que hoy llamaríamos un colaboracionista, porque falsificó el certificado de su propia muerte para huir cobardemente disfrazado de fraile. Se instaló a pocos kilómetros, en Sant Boi de Llobregat, y ejerció tranquilamente su profesión de abogado, muriendo a los 83 años. En su lugar, los catalanes podían recordar cada junio a Pou, Gallifa, Aulet, Navarro y Massana. Pocos se acuerdan hoy de estos barceloneses y, cuando lo hacen, los desvinculan completamente de la historia de España.

A pesar de que nunca hubo un momento mejor para que los catalanes reclamasen su independencia, nadie lo hizo. El vacío de poder era absoluto y, por no haber, no había ni rey en España. Nadie se acordó de las añoradas Cortes valencianas, catalanas o aragonesas que Felipe V había abolido 100 años antes. Aunque hoy se las evoque para hablar de los “300 años de ocupación de la nación catalana”. La Generalitat no resurgió de sus cenizas a pesar de los somatenes y migueletes catalanes alzados en armas. En su lugar, apareció la Junta de Cataluña –al igual que la de Valencia o Galicia- la cual invocó en sus llamamientos a Fernando VII, a la religión católica y a España.

Nadie recuerda que las zonas con más actividad guerrillera contra Francia fueron Cataluña, el País Vasco y Navarra. Nadie recuerda que Cataluña no quiso ser anexionada a Francia, que era un país más moderno y avanzado, y que había reconocido la oficialidad de la lengua catalana. Nunca jamás en su historia, Cataluña lo tuvo más fácil para ser independiente, pero nadie movió un dedo por ello. Quizá porque eran españoles.

2 comentarios:

Tobias dijo...

La buena acción de la semana, rescatar para nuestras memorias el destino de estos catalanes. Esto de nuevo enlaza con la discusión del post anterior. Te parece gesto de nobleza ibérica silenciar a estos valientes? Y lo que hacen los 'dirigentes' del 3 al cuarto hoy les llega a las masas por todos los agujeros. Es más peligroso ser noble, representa muchas veces un riesgo (ej. el profesor Neira o como se llame) que ser un 'pelotazos'. Por lo menos necesitamos más historias en los que los buenos se llevan un premio y los malos las hostias que no al revés.
Abrazo!

Juan Pablo Arenas dijo...

Amado Tobías:

El proceso de alienación y estupidización colectiva en el que está enredado la sociedad catalana es para echarles de comer aparte.

Les han convencido de que corrían peligro usando uno de los mitos más fructíferos de la actualidad: el mito de la cultura. Les han convencido de que les estaban arrebatando su esencia. Les han convencido de que estaban siendo menos catalanes por no pensar, insultar y gemir en catalán. Ya ves: como si un yanqui fuera menos yanqui por usar la lengua de su antigua potencia o si un mexicano fuera menos mexicano por hablar español.

Pero les han tocado fibras sensibles que en Cataluña son siempre recurrentes porque el catalán es un pueblo muy dado al ombliguismo. Hay una frase de un asesor de Felipe IV en una carta que le manda al Conde Duque de Olivares como en 1640: "Verdaderamente, señor Conde, los catalanes han menester (necesitan) ver más mundo que Cataluña".

En cuanto a la estéril nobleza del señor Neira, yo creo que el problema tiene que ver con nuestro necio sistema judicial que le da más garantías al malo que al bueno. ¿Qué ganas hay de enredarse en berenjenales si al final sale perdiendo quien se mete? Nadie sale corriendo detrás de un violador si luego el violador te va a denunciar por malos tratos. Es cierto que hay un mucho de pereza y un mucho de egoísmo, pero yo no cojo mi bate de beisbol para auxiliar a una víctima de un atraco si sé que al final el marrón me lo como yo, porque el atracador terminará siendo amparado por el Tribunal de Derechos Humanos.

JP.