
Catalina de Erauso nació en San Sebastián en 1592, cuando el mundo lo dirigía desde una pequeña habitación del Monasterio del Escorial el rey prudente: Felipe II. El padre de Catalina, Miguel, tenía una hermana que era abadesa de un convento en el cual entraban las señoras de la familia, pues era tradición que las mujeres de los Erauso abrazasen la vida religiosa. Tenía don Miguel cuatro hijas a quienes se obligó a vestir el hábito de novicias. Catalina, una de ellas, contaba cuatro años cuando ingresó en el convento. La pequeña Catalina era díscola y rebelde y aceptaba mal la disciplina conventual. Fue creciendo entre rezos y salmos pero ya se veía que la vida monacal no estaba hecha para ella. Era pendenciera y siempre andaba siendo castigada, a pesar de los correctivos que se le aplicaban. A la pequeña Catalina no le interesaban las imprecaciones sino las historias de mundos ricos y fantásticos que relataban quienes venían de las Indias.
A los 15 años, Catalina salta los muros del convento y corre entre los bosques de Guipúzcoa. Consigue los ropajes de un agricultor y vestida como un hombre deambula por los fríos y verdes parajes vascongados. Come raíces y frutos silvestres hasta que consigue llegar a Vitoria, andrajosa y harapienta. Pero, cuando le preguntan su nombre, no dice que se llama Catalina sino Antonio de Erauso o Ramírez de Guzman. Se hace pasar por un hombre y trabaja en lo que puede. Su apariencia nunca fue muy femenina. Quizá hoy en día saldría un compungido periodista diciendo de ella que está atrapada en su cuerpo. Catalina dijo haberse secado los pechos con una receta que le dio una curandera en los bosques de Guipúzcoa. Su aspecto era el de un hombre.
La pequeña Catalina de Erauso llega Sanlúcar de Barrameda donde se pertrechaban los barcos que partían hacia las Indias. En una de estas naves se enrola como grumete bajo el nombre de Francisco de Loyola. En 1619 logra alistarse en las tropas que van a combatir a los fieros araucanos en el norte de Chile. Catalina se granjea el respeto de sus camaradas de armas por su fiereza en el combate, por su valentía y por la lealtad que demuestra. Allí fue ascendida al grado de alférez.
Siempre andaba metida en riñas y duelos defendiendo su honor. A la más mínima insinuación o mirada aviesa, Catalina se batía matando a quien hubiere osado afrentarla. Dicen que, un día en que era padrino de unos soldados que querían arreglar con la espada asuntos de honor, tuvo que enfrentarse al otro padrino, pues las reglas ordenaban que, en caso de que los duelistas fueran heridos, los padrinos habrían de resolver la afrenta. Catalina ganó y, cuando se arrodilló para oír la última voluntad del moribundo, el infeliz le dijo que diese noticia a su familia de España de su muerte. El desdichado dijo llamarse Miguel de Erauso. Catalina había matado a su hermano a quien apenas conocía.
En 1623 vuelve a matar y es condenada a muerte. Cuando la iban a ajusticiar pidió confesión y a un obispo le reveló que era mujer y que deseaba morir como tal. El obispo incrédulo mandó llamar a unas matronas para que viesen el cuerpo de Catalina. Las matronas no solo dijeron que aquel alférez era una mujer sino que era virgen. El obispo la protegió e hizo que la indultasen. La leyenda de la monja alférez corrió como la pólvora y llegó a Europa. Todos querían saber de ella.
En 1624 volvió a Europa en donde fue recibida por el Papa Urbano VIII quien la autorizó a vestir como hombre. Además, su majestad el rey Felipe IV también la recibió y le concedió una pensión de 800 escudos anuales y le impuso el título de monja alférez. Ya veis: a pesar de que no era la España igualitaria, progresista, súper moderna, de miembras y del NO a la homofobia, fue reconocida como hombre en la oscura y tenebrosa España de los Austrias. Que no era tan tenebrosa y oscura como cuentan los tópicos.
Catalina se fue a México donde al parecer murió con un cuchillo en la mano, tal como había vivido. El cuadro lo pintó Francisco de Pacheco, suegro y maestro de Velázquez, en Sevilla en 1630, antes de que Catalina volviese a América. En la parte superior del cuadro puede leerse: EL ALFÉREZ DOÑA CATALINA DE ERAUSO: NATURAL DE SAN SEBASTIÁN.
A los 15 años, Catalina salta los muros del convento y corre entre los bosques de Guipúzcoa. Consigue los ropajes de un agricultor y vestida como un hombre deambula por los fríos y verdes parajes vascongados. Come raíces y frutos silvestres hasta que consigue llegar a Vitoria, andrajosa y harapienta. Pero, cuando le preguntan su nombre, no dice que se llama Catalina sino Antonio de Erauso o Ramírez de Guzman. Se hace pasar por un hombre y trabaja en lo que puede. Su apariencia nunca fue muy femenina. Quizá hoy en día saldría un compungido periodista diciendo de ella que está atrapada en su cuerpo. Catalina dijo haberse secado los pechos con una receta que le dio una curandera en los bosques de Guipúzcoa. Su aspecto era el de un hombre.
La pequeña Catalina de Erauso llega Sanlúcar de Barrameda donde se pertrechaban los barcos que partían hacia las Indias. En una de estas naves se enrola como grumete bajo el nombre de Francisco de Loyola. En 1619 logra alistarse en las tropas que van a combatir a los fieros araucanos en el norte de Chile. Catalina se granjea el respeto de sus camaradas de armas por su fiereza en el combate, por su valentía y por la lealtad que demuestra. Allí fue ascendida al grado de alférez.
Siempre andaba metida en riñas y duelos defendiendo su honor. A la más mínima insinuación o mirada aviesa, Catalina se batía matando a quien hubiere osado afrentarla. Dicen que, un día en que era padrino de unos soldados que querían arreglar con la espada asuntos de honor, tuvo que enfrentarse al otro padrino, pues las reglas ordenaban que, en caso de que los duelistas fueran heridos, los padrinos habrían de resolver la afrenta. Catalina ganó y, cuando se arrodilló para oír la última voluntad del moribundo, el infeliz le dijo que diese noticia a su familia de España de su muerte. El desdichado dijo llamarse Miguel de Erauso. Catalina había matado a su hermano a quien apenas conocía.
En 1623 vuelve a matar y es condenada a muerte. Cuando la iban a ajusticiar pidió confesión y a un obispo le reveló que era mujer y que deseaba morir como tal. El obispo incrédulo mandó llamar a unas matronas para que viesen el cuerpo de Catalina. Las matronas no solo dijeron que aquel alférez era una mujer sino que era virgen. El obispo la protegió e hizo que la indultasen. La leyenda de la monja alférez corrió como la pólvora y llegó a Europa. Todos querían saber de ella.
En 1624 volvió a Europa en donde fue recibida por el Papa Urbano VIII quien la autorizó a vestir como hombre. Además, su majestad el rey Felipe IV también la recibió y le concedió una pensión de 800 escudos anuales y le impuso el título de monja alférez. Ya veis: a pesar de que no era la España igualitaria, progresista, súper moderna, de miembras y del NO a la homofobia, fue reconocida como hombre en la oscura y tenebrosa España de los Austrias. Que no era tan tenebrosa y oscura como cuentan los tópicos.
Catalina se fue a México donde al parecer murió con un cuchillo en la mano, tal como había vivido. El cuadro lo pintó Francisco de Pacheco, suegro y maestro de Velázquez, en Sevilla en 1630, antes de que Catalina volviese a América. En la parte superior del cuadro puede leerse: EL ALFÉREZ DOÑA CATALINA DE ERAUSO: NATURAL DE SAN SEBASTIÁN.