Érase una vez una cosa llamada indoeuropeo que es la madre de lenguas inmundas como el sánscrito, el griego o el latín. Lenguas asquerosas y opresoras que nada tienen que decir al lado de la jerga que usan los pastores del Cáucaso. Y sin tradición literaria apenas. ¿Cómo vamos a comparar el sánscrito, en el que se escribió el Rig Veda hace como 3.000 años, con una fabla aragonesa? Pobre Tobías que no pudo ser educado en el genuino y rico idioma de Tirma –el tirmeño- y al que asfixiaron con la tiránica lengua española. Espero que remedies tal vejación con tus hijos y que jamás les hables en esa lengua detestable.
Resulta que las lenguas antiguas tenían masculino, femenino y neutro. No era una cuestión de ningunear a las mujeres. Eran así. Las lenguas son lenguas. Igual que las mesas son mesas. Tienen función comunicativa y nada más. No tienen derechos. Quienes tienen derechos son las personas. O eso dejaron claro quienes sajaron cuellos en París en 1789. Que los derechos pertenecían a las personas y a nadie más. Aunque ahora oigamos idioteces de que las lenguas tienen derechos. Por cierto: una prueba de que el nacionalismo es fascismo y los revolucionarios franceses eran todo lo contrario a un nacionalista analfabeto español de hoy es que fueron los revolucionarios franceses quienes impusieron el francés como lengua oficial. Y no por oprimir sino por dar igualdad de oportunidades a todos. De igual manera que alguien que no habla inglés en Estados Unidos hoy en día está condenado a trabajos miserables, un francés del siglo XVIII tenía menos posibilidades de buscarse la vida si solo hablaba corso, bretón, occitano o provenzal. No es una cuestión opresora. Es una cuestión práctica. Es un cúmulo de casualidades el hecho de que la lengua castellana se impusiera a las demás. Pudo haber ganado el aragonés, o el leonés o el gallego, pero no fue así. Ganó el castellano, como un día ganó el latín a las lenguas celtas e íberas.
Y el castellano tenía géneros heredados del latín. Se quedó con masculino y femenino y perdió el neutro. No quiso oprimir al género neutro. Lo perdió porque el latín de la época lo hablaba gente analfabeta que no sabía escribir. Hablaba para comunicarse y nada más. Hablaba para cosechar, para defenderse de los visigodos y para ser feliz. Como hacemos nosotros. Y hablaban el latín que oían en casa a gente que tampoco sabía escribir. El latín era una lengua complicada y la gente lo fue simplificando para comunicarse. Pero no pretendían traicionar la memoria de Cicerón o de Plauto. Lo cambiaron porque a un hispano del siglo III se la traía floja Ovidio, Virgilio y la madre que los parió. Bastante tenían con defenderse de las invasiones bárbaras y con que el pedrisco no les arruinara la cosecha. Además, aunque hubieran querido reírse a mandíbula batiente con una comedia de Terencio no sabían leer. Así que lo mismo les daba que les daba lo mismo. Porque cuando se habla de que el español se impuso en España y América se olvida la inmensa tasa de analfabetismo que siempre tuvo España y América. En España en 1880, el 72% de la población era analfabeta. En Francia el 16%. Como os podéis imaginar, sin escuelas ni enseñanza no hay lengua que se imponga por la fuerza. Si el español se impuso fue porque era una herramienta de comunicación. Y nada más. De igual modo que el latín se impuso porque era la lengua de los comerciantes y de quienes ganaban dinero en cualquier lugar del Mediterráneo. Prueba de que Roma no tuvo jamás ideas de imposición lingüística es que en la parte oriental del Imperio se hablaba griego. La lengua opresora que había dejado en toda esa zona el tirano Alejandro Magno. Los libros del Nuevo Testamento se escribieron en griego, pero no por deseo de oprimir al arameo y a otras lenguas de la zona, sino por esa estúpida idea de escribir en una lengua que conozca mucha gente y así conseguir que los Evangelios los leyese cuanta más gente mejor. Ya ven: esa estupidez de conocer una lengua común. Común a muchos.
Volviendo al género, esa cosa horrible llamada lengua española, la cual, por coñas del destino se empezó a hablar en lo que hoy es la oprimida Euskal Herría, se libró del género neutro y se quedó con masculino y femenino. Pero al campesino hispano del siglo III, al igual que se la soplaban las chorradas de Séneca, se la soplaba la gramática del latín. El latín se iba descomponiendo y muchas palabras cambiaron de género y desaparecían preposiciones y desaparecían conceptos y desaparecían formas verbales. Aquello era un caos. En unas décadas la gente perdió la opresión del latín –qué estupidez el entenderse todos con la misma lengua- y comenzó a dejar de comunicarse con gente que vivía a unos cuantos cientos de kilómetros. En la época tampoco se viajaba mucho, así que con entenderte con el vecino y poco más solía bastar.
El castellano absorbió el género neutro perdido y se lo tuvo que encasquetar al masculino o al femenino. El latín no es machista como dijo el otro día una necia. El latín no es nada porque es una lengua y las lenguas están muertas si la gente no las habla. Las lenguas son como las cosas: están muertas hasta que las usamos. Por la misma razón que con el mismo cuchillo que corto una rica loncha de ibérico pata negra, le rajo el cuello a mi novia. De modo que palabras que eran femeninas se hicieron masculinas en castellano, pero no por oprimir sino porque el hablante tendía a identificar ciertas terminaciones al masculino. Casi todos los nombres de árboles y cosas que brotaban del suelo en latín eran femeninos por una antigua y preciosa idea de la Tierra como una madre. Algo parecido a la Pachamama de los Incas. Pero al ser de la 4ª declinación terminada en us, en castellano se convirtió en O y se tendía a pensar que lo que terminaba en O era masculino. No es opresión ni machismo es solo una cuestión práctica. El hispano del siglo III, el pobre, no sabía que en el siglo XXI nos volveríamos idiotas y tendríamos Ministras de Igualdada. Si el campesino del siglo III lo hubiera sabido seguro que nos habría aliviado el camino haciendo todas las palabras castellanas del género femenino. Pero está claro que somos una patria de opresores. Y el hispano del siglo III un egoísta que no pensaba en la igualdadA y solo tenía en mente entenderse con el tío del mercado para cambiarle su cerdo por un saco de alubias. Qué egoísta.
Desde la Edad Media hubo usos lingüísticos que podrían parecer machistas, pero que no lo son. Eran usos impuestos por la costumbre. La lengua es una cuestión de costumbres que tiende a mantenerse, aunque, a la vez, tiende a cambiar. Cuando Tobías vuela de Finlandia a España, tiende a pensar que el policía del aeropuerto cuando dice “maleta” o “abrir” entiende lo mismo que él. Siguiendo esa absurda idea, los pueblos tienden a mantener sus lenguas estables para que la comunicación sea adecuada, pero las lenguas van a su aire y tienden a cambiar.
No es raro encontrar textos medievales que dicen “el antigüedad” pero no es machismo. La regla de la lengua ponía “el” delante de A. Y había palabras femeninas que se fueron haciendo masculinas por otras causas. De igual modo que “monarca”, “poeta” y “artista” eran masculinas y terminaban en A, palabras como “guarda” o “fantasma” que se decían, “la guarda”, y “la fantasma” se hicieron masculinas. Pero no era machismo: era el sentido común que orientaba el género hacia lo que el hablante consideraba correcto. Nada más. No había policías lingüísticas como las hay en Cataluña. La gente hablaba como oía hablar. Y así seguimos haciendo. Por esa razón todos dicen: “el chico que te presenté que su padre trabaja en Alemania” y nadie dice: “el chico que te presenté cuyo padre trabaja en Alemania” por muy correcta que sea esta última. Si oyeras decir “cuyo” todo el rato, lo dirías bien. Pero no es así.
Y hubo palabras que cambiaron de género y crearon un femenino y las hubo que no. En el siglo XV no era raro leer cosas como “las andaluces riberas” y no era machismo. El hablante identificaba un gentilicio como “andaluz” con un adjetivo como “feliz” también acabado en Z. Y si no decía “feliza” ¿por qué tenía que decir “andaluza”? Pero la machista lengua española acabó diciendo “andaluza” y escribió esa maravillosa obra que es “La Lozana Andaluza”. Lo raro es que aún no hayan atacado a adjetivos como “feliz” y haya mujeres que no se sentirán felices hasta que no sean “felizas”. Y claro que hubo palabras que crearon femeninos que antes no existían como “infante” e “infanta”. Pero no fue a golpe de decreto ley, ni metiendo a la pobre Academia de la Lengua por medio. Fue como se hacía antes la lengua: desde el pueblo a los textos y no al revés. En palabras de un paleontólogo: la necesidad crea el órgano. Pues la necesidad crea la palabra. Ahora la creación de palabras nuevas quiere hacerse desde las élites analfabetas al pueblo. Quieren imponerle las palabras como imponen los impuestos. No pasa nada por decir “miembras” si es la gente quien lo decide. Lo absurdo del asunto es que se haga con coerción. Y que si no estamos de acuerdo o si disentimos somos machistas. En nuestro estúpido mundo, si un negro se me cuela en la cola de la pescadería y me quejo, soy un racista. Yo racista: que tuve una novia de Nigeria. Más negra que la boca de un lobo. Sí: era negra. Ni de color, ni morena ni gaitas. Era negra. Y si criticamos a una mujer somos unos machistas. Así de simple. Es propio de idiotas creer que los hábitos sociales van a cambiar por nombrar las cosas con otras palabras.
No podía faltar la alusión al machismo de la Real Academia. Es de risa que una señora que dice que “guay” es un anglicismo le venga a dar lecciones a esa pandilla de sabios. Además, ¿quién abre un diccionario actualmente? Si ni los periodistas que deberían abrirlo lo hacen. Suponer que incluir una palabra en el diccionario equivale a que todo el mundo la usará, quiere decir que esa señora ha abierto muy poco el diccionario. Por esa regla, cuando quisiéramos calificar algo de “detestable” diríamos “nefario”. Pero no lo hacemos, a pesar de que figura en el diccionario. Pobre lengua española: ¿no tiene ya bastante? Dejémosla en paz. Por favor.
Resulta que las lenguas antiguas tenían masculino, femenino y neutro. No era una cuestión de ningunear a las mujeres. Eran así. Las lenguas son lenguas. Igual que las mesas son mesas. Tienen función comunicativa y nada más. No tienen derechos. Quienes tienen derechos son las personas. O eso dejaron claro quienes sajaron cuellos en París en 1789. Que los derechos pertenecían a las personas y a nadie más. Aunque ahora oigamos idioteces de que las lenguas tienen derechos. Por cierto: una prueba de que el nacionalismo es fascismo y los revolucionarios franceses eran todo lo contrario a un nacionalista analfabeto español de hoy es que fueron los revolucionarios franceses quienes impusieron el francés como lengua oficial. Y no por oprimir sino por dar igualdad de oportunidades a todos. De igual manera que alguien que no habla inglés en Estados Unidos hoy en día está condenado a trabajos miserables, un francés del siglo XVIII tenía menos posibilidades de buscarse la vida si solo hablaba corso, bretón, occitano o provenzal. No es una cuestión opresora. Es una cuestión práctica. Es un cúmulo de casualidades el hecho de que la lengua castellana se impusiera a las demás. Pudo haber ganado el aragonés, o el leonés o el gallego, pero no fue así. Ganó el castellano, como un día ganó el latín a las lenguas celtas e íberas.
Y el castellano tenía géneros heredados del latín. Se quedó con masculino y femenino y perdió el neutro. No quiso oprimir al género neutro. Lo perdió porque el latín de la época lo hablaba gente analfabeta que no sabía escribir. Hablaba para comunicarse y nada más. Hablaba para cosechar, para defenderse de los visigodos y para ser feliz. Como hacemos nosotros. Y hablaban el latín que oían en casa a gente que tampoco sabía escribir. El latín era una lengua complicada y la gente lo fue simplificando para comunicarse. Pero no pretendían traicionar la memoria de Cicerón o de Plauto. Lo cambiaron porque a un hispano del siglo III se la traía floja Ovidio, Virgilio y la madre que los parió. Bastante tenían con defenderse de las invasiones bárbaras y con que el pedrisco no les arruinara la cosecha. Además, aunque hubieran querido reírse a mandíbula batiente con una comedia de Terencio no sabían leer. Así que lo mismo les daba que les daba lo mismo. Porque cuando se habla de que el español se impuso en España y América se olvida la inmensa tasa de analfabetismo que siempre tuvo España y América. En España en 1880, el 72% de la población era analfabeta. En Francia el 16%. Como os podéis imaginar, sin escuelas ni enseñanza no hay lengua que se imponga por la fuerza. Si el español se impuso fue porque era una herramienta de comunicación. Y nada más. De igual modo que el latín se impuso porque era la lengua de los comerciantes y de quienes ganaban dinero en cualquier lugar del Mediterráneo. Prueba de que Roma no tuvo jamás ideas de imposición lingüística es que en la parte oriental del Imperio se hablaba griego. La lengua opresora que había dejado en toda esa zona el tirano Alejandro Magno. Los libros del Nuevo Testamento se escribieron en griego, pero no por deseo de oprimir al arameo y a otras lenguas de la zona, sino por esa estúpida idea de escribir en una lengua que conozca mucha gente y así conseguir que los Evangelios los leyese cuanta más gente mejor. Ya ven: esa estupidez de conocer una lengua común. Común a muchos.
Volviendo al género, esa cosa horrible llamada lengua española, la cual, por coñas del destino se empezó a hablar en lo que hoy es la oprimida Euskal Herría, se libró del género neutro y se quedó con masculino y femenino. Pero al campesino hispano del siglo III, al igual que se la soplaban las chorradas de Séneca, se la soplaba la gramática del latín. El latín se iba descomponiendo y muchas palabras cambiaron de género y desaparecían preposiciones y desaparecían conceptos y desaparecían formas verbales. Aquello era un caos. En unas décadas la gente perdió la opresión del latín –qué estupidez el entenderse todos con la misma lengua- y comenzó a dejar de comunicarse con gente que vivía a unos cuantos cientos de kilómetros. En la época tampoco se viajaba mucho, así que con entenderte con el vecino y poco más solía bastar.
El castellano absorbió el género neutro perdido y se lo tuvo que encasquetar al masculino o al femenino. El latín no es machista como dijo el otro día una necia. El latín no es nada porque es una lengua y las lenguas están muertas si la gente no las habla. Las lenguas son como las cosas: están muertas hasta que las usamos. Por la misma razón que con el mismo cuchillo que corto una rica loncha de ibérico pata negra, le rajo el cuello a mi novia. De modo que palabras que eran femeninas se hicieron masculinas en castellano, pero no por oprimir sino porque el hablante tendía a identificar ciertas terminaciones al masculino. Casi todos los nombres de árboles y cosas que brotaban del suelo en latín eran femeninos por una antigua y preciosa idea de la Tierra como una madre. Algo parecido a la Pachamama de los Incas. Pero al ser de la 4ª declinación terminada en us, en castellano se convirtió en O y se tendía a pensar que lo que terminaba en O era masculino. No es opresión ni machismo es solo una cuestión práctica. El hispano del siglo III, el pobre, no sabía que en el siglo XXI nos volveríamos idiotas y tendríamos Ministras de Igualdada. Si el campesino del siglo III lo hubiera sabido seguro que nos habría aliviado el camino haciendo todas las palabras castellanas del género femenino. Pero está claro que somos una patria de opresores. Y el hispano del siglo III un egoísta que no pensaba en la igualdadA y solo tenía en mente entenderse con el tío del mercado para cambiarle su cerdo por un saco de alubias. Qué egoísta.
Desde la Edad Media hubo usos lingüísticos que podrían parecer machistas, pero que no lo son. Eran usos impuestos por la costumbre. La lengua es una cuestión de costumbres que tiende a mantenerse, aunque, a la vez, tiende a cambiar. Cuando Tobías vuela de Finlandia a España, tiende a pensar que el policía del aeropuerto cuando dice “maleta” o “abrir” entiende lo mismo que él. Siguiendo esa absurda idea, los pueblos tienden a mantener sus lenguas estables para que la comunicación sea adecuada, pero las lenguas van a su aire y tienden a cambiar.
No es raro encontrar textos medievales que dicen “el antigüedad” pero no es machismo. La regla de la lengua ponía “el” delante de A. Y había palabras femeninas que se fueron haciendo masculinas por otras causas. De igual modo que “monarca”, “poeta” y “artista” eran masculinas y terminaban en A, palabras como “guarda” o “fantasma” que se decían, “la guarda”, y “la fantasma” se hicieron masculinas. Pero no era machismo: era el sentido común que orientaba el género hacia lo que el hablante consideraba correcto. Nada más. No había policías lingüísticas como las hay en Cataluña. La gente hablaba como oía hablar. Y así seguimos haciendo. Por esa razón todos dicen: “el chico que te presenté que su padre trabaja en Alemania” y nadie dice: “el chico que te presenté cuyo padre trabaja en Alemania” por muy correcta que sea esta última. Si oyeras decir “cuyo” todo el rato, lo dirías bien. Pero no es así.
Y hubo palabras que cambiaron de género y crearon un femenino y las hubo que no. En el siglo XV no era raro leer cosas como “las andaluces riberas” y no era machismo. El hablante identificaba un gentilicio como “andaluz” con un adjetivo como “feliz” también acabado en Z. Y si no decía “feliza” ¿por qué tenía que decir “andaluza”? Pero la machista lengua española acabó diciendo “andaluza” y escribió esa maravillosa obra que es “La Lozana Andaluza”. Lo raro es que aún no hayan atacado a adjetivos como “feliz” y haya mujeres que no se sentirán felices hasta que no sean “felizas”. Y claro que hubo palabras que crearon femeninos que antes no existían como “infante” e “infanta”. Pero no fue a golpe de decreto ley, ni metiendo a la pobre Academia de la Lengua por medio. Fue como se hacía antes la lengua: desde el pueblo a los textos y no al revés. En palabras de un paleontólogo: la necesidad crea el órgano. Pues la necesidad crea la palabra. Ahora la creación de palabras nuevas quiere hacerse desde las élites analfabetas al pueblo. Quieren imponerle las palabras como imponen los impuestos. No pasa nada por decir “miembras” si es la gente quien lo decide. Lo absurdo del asunto es que se haga con coerción. Y que si no estamos de acuerdo o si disentimos somos machistas. En nuestro estúpido mundo, si un negro se me cuela en la cola de la pescadería y me quejo, soy un racista. Yo racista: que tuve una novia de Nigeria. Más negra que la boca de un lobo. Sí: era negra. Ni de color, ni morena ni gaitas. Era negra. Y si criticamos a una mujer somos unos machistas. Así de simple. Es propio de idiotas creer que los hábitos sociales van a cambiar por nombrar las cosas con otras palabras.
No podía faltar la alusión al machismo de la Real Academia. Es de risa que una señora que dice que “guay” es un anglicismo le venga a dar lecciones a esa pandilla de sabios. Además, ¿quién abre un diccionario actualmente? Si ni los periodistas que deberían abrirlo lo hacen. Suponer que incluir una palabra en el diccionario equivale a que todo el mundo la usará, quiere decir que esa señora ha abierto muy poco el diccionario. Por esa regla, cuando quisiéramos calificar algo de “detestable” diríamos “nefario”. Pero no lo hacemos, a pesar de que figura en el diccionario. Pobre lengua española: ¿no tiene ya bastante? Dejémosla en paz. Por favor.
4 comentarios:
Jajaja, JP, sabía que no nos decepcionarías. Me pregunto si en la radio pública te han dejado explayarte tan a gusto. Tienes que ver el sutil trasfondo del asunto: los políticuchos estos que se quejan de la opresión lingüistica no son tontos. Han visto que su negocio ladrillístico flaquea y ahora van a sacar los réditos de haber metido a sus hijos en colegios bilingües. Los chavales colocaditos de por vida como traductores opresor-oprimido.
Abrazo!
T
En la radio pública hay que ser muy cauto porque la audiencia se ofende fácilmente y, si se ofende la audiencia, se ofende el jefe. Y nada peor que un jefe enfadado. Y no te quepa duda de que los altos cargos de la Generalitat no mandan a sus hijos a colegios públicos con la chusma, sino que los envían a caros colegios bilingües donde aprenden la lengua opresora e inglés. Es decir, le imponen al resto de la gente lo que no quieren para sus hijos.
Ambos tenéis razón en algo: soy profesora en Galicia y veo cómo los niños-de-papá y los estudian en Dominicos, Jesuitinas y demás, allí el castellano y el inglés tienen refuerzos. En la pública, donde yo trabajo, los chavales ya no saben si escribir 'voda' o 'boda', 'avogado' o 'abogado'; comienza una persecución de la lengua castellana aterradora.
Saludos
EL nacionalismo, a pesar de que se disfraza de progresismo e igualitarismo, es puro clasismo. Pretenden crear una casta de elegidos, los pocos que acudan a colegios privados, y una gran masa que los elija y los idolatre embobados por sus tontos argumentos. Ellos se instalan en los puestos de mando y la gente los sigue, seducidos por sus argumentos y criando hijos que los sostengan en sus capitanías lingüísticas.
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