Este caballero tan emperifollado -como cualquier rey de los de antes- era Francisco I, monarca de los gabachos. Se gastaba unas buenas napias. Franceses y españoles llevaban tirándose de los pelos como 30 años por el reino de Napoles. Carlos V y Francisco I se echaban mal de ojo, se pinchaban los retratos con alfileres y quedaban en los Pirineos para decirse: "y tu más".
Y aconteció que, el 24 de febrero de 1525 en la batalla de Pavía, Francisco I fue derrotado por Carlos V: bragueta ligera y mandíbulas muy salientes. Hasta aquí todo normal. Un rey contra otro. Todo dentro de lo corriente. Pero sucedió que Francisco I se despistó de su guardia. A saber lo que pasó. Quizá un cañonazo le asustó al caballo o quiso huir y se fue por donde no debía. No lo sabemos. Pero el caso es que Francisco I, muy rey él y muy regio y excelso, acabó en medio de la boca del lobo y rodeado por tropas españolas e italianas. Y aquí viene lo divertido.
Y aconteció que, el 24 de febrero de 1525 en la batalla de Pavía, Francisco I fue derrotado por Carlos V: bragueta ligera y mandíbulas muy salientes. Hasta aquí todo normal. Un rey contra otro. Todo dentro de lo corriente. Pero sucedió que Francisco I se despistó de su guardia. A saber lo que pasó. Quizá un cañonazo le asustó al caballo o quiso huir y se fue por donde no debía. No lo sabemos. Pero el caso es que Francisco I, muy rey él y muy regio y excelso, acabó en medio de la boca del lobo y rodeado por tropas españolas e italianas. Y aquí viene lo divertido.
Imagínense a Francisco I queriendo huir con todo el peso de la armadura, y en esto que se le aparece un soldado vascongado llamado Juan de Urbieta. El vasco le debió de ver importante por sus ropajes y armaduras y se le ocurrió, a buen seguro, pedir un rescate. Juan de Urbieta le puso la espada en el costado y lo conminó a rendirse. El gabacho gritó algo así como que era el rey y que sólo se rendiría al emperador. Piensen en la cara de Urbieta -resudado, con la cara negra por la pólvora- oyendo al francés proferir frases en una parla extranjera. Urbieta, de repente, tuvo que dejar a su presa porque unos franceses querían capturar el estandarte de la compañía. Pero antes de marcharse se dirige a Francisco I y le dice que se espere, que él vuelve enseguida. El rey estaría con una cara de no entender nada: primero me capturan; luego se van; esto no es serio. Justo ya se iba Juan de Urbieta cuando le enseñó al rey la boca de la que le faltaban los dos dientes delanteros. Ese sería el santo y seña para reconocerse: los dos piños inexistentes. Juan de Urbieta se fue a dar unos cuantos arcabuzazos y volvió a por Francisco I cuya actividad durante el rato que estuvo solo se desconoce. Puede que se pusiera a hablar solo o a contar guijarros o Dios sabe qué. Juan de Urbieta recogió su valiosa presa y, defendiéndolo de quienes querían matarlo, lo entregó a sus superiores, los cuales trataron a Francisco I como correspondía a su categoría. Le quitaron la espada y lo mandaron a Madrid donde, cuenta la leyenda, lo encarcelaron en la Torre de los Lujanes, un precioso edificio sito en la Plaza de la Villa, en la calle Mayor donde antes estaba el ayuntamiento. Dicen que se carteó con Juan de Urbieta al que agradeció el trato dado. El valiente vascongado murió y fue enterrado en la misma plaza que lo vio nacer, en Hernani.
300 años después, en 1808, los gabachos -cuyas botas lamía nuestro miserable Fernando VII- fueron expresamente a Hernani para buscar su tumba, profanar sus restos y esparcirlos por el pueblo. Como se ve, los franceses no olvidan su historia. Además, en cuanto los napoleónicos llegaron a Madrid, exigieron que se les devolviese la espada de Francisco I que había estado todo ese tiempo en la Armería Real. Los franceses no olvidan su pasado.
Pero este escrito quiere denunciar la inaceptable coacción a la que fue sometido Juan de Urbieta y su hecho diferencial, pues se han hallado documentos que prueban que tanto la participación de Urbieta en Pavía, como la defensa que hizo del estandarte de los tercios españoles -la vieja Cruz de Borgoña- se debió a los culatazos que le propinó la Guardia Civil. Ya es hora de decirlo: todos los vascos que tomaron parte en la historia de España fueron obligados por los antepasados de Tejero.
1 comentario:
Viejo amigo! Me cuelo en tu hacienda de enajenados para enviarte un saludo cariñoso y elástico, como la amistad que nos une. Sigo, con admiración tu verbo ácido, a veces irreverente en estos tiempos. Te animo a que sigas haciéndonos más conscientes de nuestra historia y a buen seguro haciendo a algunos revolverse en sus adentros. Aprendo mucho!
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