28 de enero de 2008

De silogismos y controles



En la foto se ve a Aristóteles con el busto de Homero. La foto la hizo Rembrandt. Pongo al maestro de Alejandro Magno por un artículo, incrustado más abajo, de Pérez Reverte quien escribe una lúcida reflexión sobre el pensamiento lógico-racional, tan cultivado por Aristóteles, ejercido por alguaciles y corchetes de Su Majestad.




Pero lo mejor de lo último lo presencié hace dos días en el aeropuerto de Barcelona, y les juro que parecía una encerrona de cámara oculta. Un chico joven que venía de algún país exótico traía un arco en la mano: muy bonito, artesanal. Un arco del Amazonas o de por allí. Yo iba detrás, y mientras esperaba turno en el control, observé que el vigilante de seguridad estudiaba el arco, indeciso. Luego miraba al chico, y otra vez el arco. «Esto no puedes llevarlo», dijo al cabo. El chico preguntó por qué, y el otro aclaró: «Es demasiado grande, y además es un arma». Durante quince segundos, el chico miró al otro como digiriendo la cosa. «Es un arco», dijo al fin. «Eso es» –respondió el vigilante con implacable lógica–. «Y un arco es un arma». El chico reflexionó durante otros diez segundos. «Pero no llevo flechas», repuso. Mientras yo intentaba imaginarlo secuestrando un avión al grito de «Alá Ajbar» con un arco y unas flechas, el vigilante hizo un gesto ambiguo, como diciendo: «Vete a saber lo que podrías usar como flechas». En ésas, como había mucho pasaje esperando y nos amontonábamos en el control, se acercó un guardia civil, y el vigilante le explicó el problema. La imagen del picoleto perplejo, arco en mano, meditando sobre cómo aquella arma letal podía convertirse a bordo de un avión en arma de destrucción masiva –podía dispararle un yogur caducado al piloto, concluí al fin, o estrangular a una azafata con la cuerda–, no se me olvidará mientras viva. Al cabo, movió la cabeza. «Ni tirachinas, ni arcos, ni armas arrojadizas –zanjó–. Tienes que facturarlo». El chico puso cara de angustia. «Es que mi avión sale dentro de media hora», arguyó. El guardia civil lo miró impasible. «Pues espabila», dijo. Y mientras veía al chico correr desesperado camino de los mostradores, arco en mano, pensé: mierda de tiempos. Robin Hood no podría viajar en avión.

3 comentarios:

Tobias dijo...

Aquí la única lógica que impera es la de 'me salvo el culo como sea.'
Es curioso cómo en general nos sentimos más seguros cuanto más nos joden. Echo de menos las merendolas con hornazo y zumo del super en los aviones.
T

Anónimo dijo...

Me recuerda a una situacion parecida en el aeropuerto de Amsterdam: llevaba yo un baston hecho de hueso de a saber que pobre animal como regalo para una boda -otro dia discutiremos sobre regalos- cuando un sabelotodo o, como diria un amigo que anda por las landas del fin, un "me salvo como pueda", dudo sobre el origen y fin de aquel curioso objeto...

lo escaneo con su aparato de rayos x y se dio cuenta de lo opaca de la consistencia del hueso. Dudando sobre nuestra honestidad -le aclaramos de lo que se trataba- se fue con el baston a una oficina...

al cabo de un rato nos lo devolvio con un boquete entre el pomo -unica parte que no era hueso- y el baston... frente a nuestra queja nos dijo que tendriamos que rellenar no se cuantos formularios, etc.

Ahora adivinad cuanto tiempo nos quedaba para embarcar en nuestro avion para el vuelo de conexion!

M)

Juan Pablo Arenas dijo...

Yo creo que en España se sigue la máxima de: "no quiero que me echen el charlote, así que, por si acaso, voy a ser más papista que el Papa y voy a pecar de celo excesivo, no sea que alguno secuestre un avión con un cortauñas". A mí nunca me han ahondado en mis entrañas con un aséptico guante de látex pero toco madera no sea que me toque,