18 de enero de 2008

Polacos


Fue en 1808, el 30 de noviembre. La ocupación de España, que parecía iba a ser un camino de rosas, se le fue poniendo chunga al Pequeño Cabrón. De modo que, siguiendo la vieja máxima de que si quieres que algo se haga bien hazlo tu mismo, Napoleón vino a España a dirigir en persona el cotarro. El único camino posible hacia Madrid era el puerto de Somosierra y allí lo esperaban unos miles de españoles mal organizado y peor armados. Era un kilómetro de una vía angosta y en cuesta por donde pasaba la antigua Nacional I.



A ambos lados había artillería española deseando darle candela al ejército gabacho. Napoleón, nervioso e impaciente, se paseaba cabreado por la ineptitud de sus hombres que no conseguían alcanzar la colina. Sus mariscales, que se acojonaban tela cuando al Pequeño Cabrón se le crispaban los ánimos, movían los mapas, fingían dar órdenes y miraban de reojo al corso. De repente, Napoleón llamó a su guardia polaca y les exigió que tomasen aquella maldita colina. Los polacos que, aunque valientes, no eran gilipollas, se quedaron a cuadros con la orden, mirándose unos a otros. Tras titubear un instante, picaron espuelas y gritando eso de ¡Viva el Emperador! se lanzaron cuesta arriba con los cojones muy bien puestos y cagándose en la perra maldita que había parido al Pequeño Cabrón. Los españoles con los ojos como platos no entendían de qué iban esos polacos imbéciles a quienes les iba a caer la del pulpo. Los cañones empezaron a tronar y los polacos iban siendo derribados por las balas y la metralla españolas. Pero ninguno retrocedió. Porque eran polacos y desteñidos pero a arrestos no les ganaba ninguno. Al final, después de una sangrienta carnicería, lograron sobrepasar las líneas españolas. Nuestros muchachos corrieron como alma que lleva el diablo cuando vieron a esos bicharracos blancuzcos con el sable en la mano y mucha rabia por sus camaradas muertos.



Napoleón se hinchó aquella tarde a repartir medallas y reconoció personalmente la gesta de los gallardos polacos. Es, con seguridad, la carga de caballería más impresionante de la historia. Principalmente porque ganaron. Cuando vayáis por la A1, haced un alto en el Puerto de Somosierra y tomaos un vaso de vino en honor a los redaños de aquellos polacos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

son siempre los hombres de a pie los que resuelven las situaciones... me habria gustado ver a un general de "buenaparte" lanzarse hacia una muerte casi segura...

es la coherencia -hoy en dia le llamarian estupidez- y valor de unos cuantos que hacen cambiar la historia...

Teutoburgo saluda

Juan Pablo Arenas dijo...

No te creas. Napoleón tenía mariscales gordos y cobardes que se habrían cagado en primera línea pero gente como Murat o Ney eran tíos que cargaban los primeros con sus medallas y galones bien visibles. Te remito a mi comentario sobre Ney: el más valiente de los valientes.

Tobias dijo...

JP, con la pared desconchada de fondo parece que estés en un paredón esperando a que el pelotón de fusilamiento apriete el gatillo, jajaja.
Me mola que resaltes la valentía incluso de situaciones en las que a posteriori no sirvió para nada más que para una bonita historia.
Danos más!
T